No paran de llegar cayucos con personas jóvenes, a veces apenas niños, a las costas de Canarias. El ministro Grande-Marlaska anda por Senegal viendo como arreglarlo. Como si la solución fuera fácil, y no más que un parche. Pagar a los que les mantienen lejos de una esperanza de una vida mejor, de progreso personal, de huida de la desesperación hasta el punto de meterse casi mil kilómetros en alta mar, apretados que no pueden ni moverse, al albur del clima, de las tormentas, de que no fallen, combustible o mecánica de motores de usar y tirar, es como cuando pones esos saquitos de arena en la puerta para que la riada no te entre en casa y acaba pasándote el agua por encima del tejado.
Miquel Carreras es un buen hombre. Cuando llegué a Barcelona a trabajar en 2000, con una maletita, y la lista de anuncios de alquiler de La Vanguardia con los que podía pagar subrayados en amarillo, no había las webs de ahora. Me aconsejó y me llevó en su Opel Astra al apartamentito que alquilé por un año, pensando que pronto volvería a Málaga, en La Bonanova. El lunes, 23 años después, vino como cada año a Premo a por la lotería, jugamos todos el mismo número. Ya lleva años jubilado. Siempre comprometido con su barrio, su gente, su parroquia. Cuando estaba en activo con los chicos y chicas de “básquet”, desde que se jubiló, volcado con Cáritas. Me parece admirable. Siempre pasa a saludar, y le tomo el pulso a la situación de los más desfavorecidos a través de los que los escuchan cada día, sin hundirse, sin vanagloriarse, sin que su izquierda sepa lo que hace su derecha, escuchan historias terribles. Un chico recién llegado de un país de África con su título de magisterio, en la calle sin nada, sin papeles. Se presenta en las instituciones y sin cita previa, ni caso. La insensibilidad del procedimiento administrativo desde el Covid es funesta. Le ayudan para que pague el alquiler, pero al mes siguiente igual. Han trabajado en arreglar su documentación y hoy está trabajando de monitor deportivo. Feliz.
Preocupa a Miquel que la UE va a dejar de enviarles alimentos. La capacidad de negociación y compra agrupada de alimentos básicos como legumbres, arroz, aceite, leche, etc, hace que un euro de ellos compre hasta el 50% más que un euro que des a la persona desfavorecida.
Van a dar tarjetas a las personas que precisan ayuda para que puedan comprar en ciertos establecimientos colaboradores. Es más digno ir al súper con una tarjeta que a una cola del Banco de Alimentos o Cáritas, pero le preocupa que la misma dotación económica va a dejar a muchos sin acceso puesto que, al detalle, cada euro compra menos que al por mayor, y, además, la gran cantidad de voluntarios que trabajan pro-bono se cambia por el personal de las cadenas de distribución que, en contrapartida se quedan con parte del valor que antes iba casi íntegro a las personas más desfavorecidas. “Me aterra la perspectiva de 2024”. Llevo semanas con retos y sueño ligero. El comentario de Miquel me tuvo en vela buena parte de la noche, el mundo va a peor por demasiadas partes. La cantidad de niños muertos en Gaza fue la puntilla para otra noche en blanco.
En esas noches me pongo a leer. ¿Dónde se perdió el hilo? Desde 1990, año posterior a la caída del muro, cuando “el artista” aquel predijo el Final de la Historia, el número de personas que subsisten con menos de 2.15 dólares al día, es decir, extrema pobreza ha pasado de ser el casi el 40% de la población mundial a menos del 10% justo antes del Covid. Si consideramos lo que ha crecido la población mundial en esos 30 años, el logro ha sido enorme y único en la historia de la humanidad. Sólo en China, 800 millones de personas han salido de la pobreza.
En 1990, el 10% más rico ganaba el 43% de lo que ganaba el 50% de la población más pobre. Esta desigualdad bajó en 2019 hasta el 32% y el porcentaje de personas que viven en sistemas autocráticos cerrados ha descendido en el mismo periodo desde el 40% al 24%.
La hiperglobalización de los 90 fue deflacionista, sacó a millones de la pobreza y redujo la desigualdad, pero produjo huellas hondas. Espacios deprimidos, trabajadores industriales decepcionados y abandonados, y concentraciones de capital que daban más poder a los actores económicos privados que a los propios estados.
En los EEUU, 2 millones de 120 millones de población activa perdieron sus empleos. Muchos se recolocaron, pero esa huella quedó. Nadie mientras tanto veía que Boston, o Sillicon Valley estaba explotando de éxito y que la suma neta era buena a la vez. Nadie gestionó bien las víctimas de la globalización. Me leí de un tirón el informe especial de Octubre sobre lo que los defensores a ultranza de la globalización llaman Homeland Economics, una manera de nombrar al rampante consenso sobre el proteccionismo que hay en las países económicamente avanzados como consecuencia de cuatro factores muy traumáticos.
El primero fue la crisis financiera del 2007-09 que rompió la confianza en el modelo, rematado por la recesión global del 2020 en el que la pandemia evidenció que las cadenas de suministro eran demasiado débiles, las dependencias de terceros en productos y servicios vitales demasiado altas, y el disparate en los precios nos trajo inflación y la certeza de que lo que antes había ido bien ahora era una fuente de inestabilidad.
La pandemia nos hizo más dependientes de papá Estado, que nos metió en casa, nos vacunó, nos dio crédito, nos pagó los ERTEs a cambio del mayor recorte planetario de libertades desde la segunda guerra mundial. El segundo factor, la trampa de Tucídides, Esparta y Atenas compitiendo por ser la potencia, una en decadencia, pero dispuesta a lo que sea para no caer y la otra ascendiendo imparable. China y Estados Unidos, su competencia por la supremacía mundial, con estilos muy distintos, han entrado en una espiral de bloqueos y sanciones, limitando el acceso a bienes, y al comercio y sus derivadas se manifiestan en la reacción de Taiwán, de Rusia, de Japón, la guerra en Ucrania, y hasta las derivadas en el Sahel y Oriente Medio. Guerras vicarias. Esto ha llevado al tercer factor, siempre clave, la energía, su encarecimiento y su rapidísimo cambio del mix. En muy poco tiempo Europa sobre todo tuvo y pudo reaprovisionar lo que traía de Rusia de otras fuentes. Los estados han visto que no solo hay que reaprovisionar la energía de otras fuentes sino otros materiales clave, para reducir la dependencia de Rusia y China y sus socios. Los “strategic commodities” entran en juego, desde le Litio, el grafito, el níquel, el cobalto, el coltán, el galio o el germanio…
Y como no cabíamos en casa, pues nos llega la IA Generativa que es percibida como una amenaza al empleo, pero también a la superioridad militar y mediática convencional. Esta semana la UE, EEUU y China se han comprometido en la primera cumbre de este nivel sobre IA a que se regule. La IA necesita HPC, la HPC chips de nodos muy pequeños, de aquí a prohibir el acceso de China a ciertas tecnologías occidentales y a chips de GPU’s que multiplican matrices de vectores a gran velocidad como los de Nvidia, solo hay un paso.
Con todo eso hay una percepción de que el ciudadano de a pie, la clase media, tiene un panorama gris oscuro delante de él que se ratifica en que los niveles de desigualdad en ingresos y patrimonio está en niveles de récord.
Es verdad que cada vez que empieza una ola de proteccionismo en el mercado, suele ser tras un librecambismo desbocado que acaba en desastres, quiebras y empobrecimiento de las clases medias. Pero también es verdad que cuando se articulan sistemas de protección o el acceso limitado a los recursos, las tensiones geopolíticas se disparan. No todo se compra con dinero, pero el comercio es una forma más civilizada de regular el acceso a los bienes y servicios que las medidas militares o las sanciones.
Soy defensor del uso prudente de los aranceles cuando son necesarios para que el tamaño de un determinado sector sea suficientemente capaz por productividad y economías de escala de competir con sus pares internacionales. Hay una estrategia conocida como “la patada a la escalera”, consiste en que aquel que consigue mediante proteccionismo llegar a un lugar de ventaja competitiva por escala que hace que sus industrias puedan competir globalmente, empieza defender la eliminación de estos y la globalización, aceptando la eliminación de sus propios aranceles una vez que sabe que su industria es la ganadora. Dar la patada a la escalera para que nadie pueda acceder a la posición a la que tu accediste primero es un tanto descarado pero habitual. Ya hablamos de esto en esta columna en “Anatema”.
Una evidencia expresada por Jake Sullivan en abril de este año en Washington es que la economía del mundo ya no está en manos de los economistas y sus instituciones sino en mano de los geo-estrategas. Lo malo de los geo-estrategas es que esto es adictivo y necesitan desafíos geoestratégicos para ellos ser importantes. Sería estupendo que no hicieran falta. Supongo que las tropelías que se cometen en el nombre de la seguridad nacional están a la altura de las que se comenten en defensa de otras causas como la justicia, la democracia o los derechos humanos, blanqueadoras todas de acciones emprendidas por el puro interés económico y poder. Pasará mucho tiempo, quizá no lo veamos, hasta que suelten este juguete de identificar riesgos y problemas que no han sucedido para hacer cosas cuyos costes son peores que los riesgos que nunca sucedieron.
Las dos guerras mundiales tuvieron mucho más que ver con el acceso privilegiado a los recursos estratégicos mundiales, que se disputaban unos cuantos, que con lo que los ganadores nos han contado luego. Miren si no, cómo dejaron Oriente Medio.
En los 50 y 60 del siglo pasado, Europa decidió no pelear más por el carbón y el acero. Pero hoy la batalla pone 450.000 millones de dólares de dinero público para los chips en EEUU y la UE. Cambia el activo estratégico, pero no el enfoque. Y Corea del Sur, India, China, Australia, Canadá, todos tienen sus planes para el “Made in our country".
Tradicionalmente las políticas industriales eran herramientas de países que se querían poner al nivel de los países industrializados y más avanzados económicamente pero ahora son los líderes económicos los que más hablan, intervienen y proponen medidas de política industrial. Los datos del Manifesto Project, un trabajo de investigación sobre las ideas predominantes en los manifiestos políticos, muestran que las ideas sobre políticas industriales, que entre 1960 y el 2010 se movieron entorno al 5% del total, con la excepción en los 80 con las medidas de Thatcher y Reagan que tocaron el 9%, ahora van camino en 2022 de suponer casi el 15% del total. La política industrial, o, como dice Macron, “ autonomía estratégica”, está de moda.
Los gobiernos de las 7 mayores economías del mundo han comprometido inversiones de 1.3 trillones americanos de dólares en renovables. Se estima que las empresas del mundo rico recibieron un 40% más de ayudas y subvenciones que antes del Covid19. Sólo en el segundo trimestre de este año, EEUU gastó 25.000 millones de dólares en ayudas. ¿La primera economía del mundo? ¿Con un 5% de crecimiento y casi pleno empleo? ¿La que concentra a los campeones mundiales en IT, electrónica, defensa, espacio…? Pues sí, por una parte, suben los tipos para enfriar la economía y por otra, les inyectan dinero público a raudales.
Si todo el mundo mete dinero a raudales a sus economías, el perjudicado es el que no lo hace, la productividad y la competitividad se resienten, las arcas públicas no aguantan el endeudamiento y el déficit y al final van aflojando en el empeño tal como la prima sube. Mantener un tiro largo requiere foco y perseverancia. Los del DARPA en EEUU han sido casos de éxito, las políticas de Taiwán o las de Corea del Sur también, que creció un 349% entre 1973 y 1993. Eso de que no sirven y fracasan es un mantra de los que defienden el no intervencionismo a capa y espada. Pero es cierto que hay que escoger y mantener la apuesta contra viento y marea. Markus Noland y Howard Pack ya demostraron en 2003 (Política Industrial en la era de la Globalización) que, en las etapas iniciales de la industrialización, el papel del gobierno y su impulso es determinante.
Cada vez que se pone una medida proteccionista salen agoreros a decir que matará la innovación y que la economía mundial se resentirá. ¿Significa esto que tenemos que hacernos todo en casa o todo fuera? Obviamente no. Hay capacidades que hay que tener. La virtud, en el término medio. Según el Banco Mundial esta ola de proteccionismo costará a la economía mundial un 1% a corto, a medio plazo un 2% y hasta un 5%. Esto sin contar los conflictos
¿Qué tiene esto que ver con los cayucos? Pues que los que van a pagar esto son los pobres del mundo y que como consecuencia de esta división en bloques y del proteccionismo, solo en el África Subsahariana, el Banco Mundial estima que se van a añadir 52 millones de personas a la situación de extrema pobreza y esto es desolador. Poco puede hacer Grande-Marlaska.