En la década de 1980, los guardianes de la prisión berlinesa de Spandau se aburrían terriblemente. Bajo sus muros neomedievales, 33 soldados custodiaban el recinto. Si se cuenta a gobernadores, lavanderas, al equipo médico y al párroco, en total se destinó a cerca de 90 personas para mantener encerrado a Rudolf Hess, viejo amigo íntimo de Hitler y último jerarca nazi preso de los Aliados. Cada mes, británicos, estadounidenses, franceses y soviéticos se rotaron en la administración del presidio que albergó a siete criminales de guerra tras la II Guerra Mundial.
Desde 1966, el anciano Hess, en la celda número 7, fue el único preso de Spandau. Le mantuvieron dentro por qué era el último puente que aún conservaban los antiguos Aliados en plena Guerra Fría. Al menos hasta que el 17 de agosto de 1987 una alarma rompió la monotonía de los guardias. Hess, con 93 años, se ahorcó con un cable telefónico en la "Casa Blanca", una caseta del jardín de la cárcel.
"La tesis de las autoridades es cuestionada de inmediato. ¿Cómo pudo Hess, emaciado y baldado por la artrosis, encontrar la fuerza par ahorcarse él mismo? Su hijo Wolf Rüdiger, afirma que fue un asesinato planeado por el SAS (Special Air Service) británico o la CIA, para evitar cualquier filtración sobre sus famosas negociaciones anglo germanas de 1940-1941", explica Philippe Valode, historiador y divulgador, en su ensayo Prefirieron morir (Espasa).
Un vuelo temerario
El 10 de mayo de 1941 un cazabombardero pilotado por Rudolf Hess se quedó sin combustible en Escocia. Sin localizar una pista, saltó en paracidas a las once de la noche. Pronto fue capturado y encerrado en la Torre de Londres. Aún se desconoce porqué realizó aquel viaje temerario.
El realto oficial afirma que estaba convencido de poder alcanzar la paz entre la Alemania nazi y Reino Unido por mediación del duque Douglas de Hamilton, parlamentario de la alta nobleza. La relación de Hess con Hitler se había enfriado al comenzar la guerra a pesar de su cercanía en los primeros años de conquista del partido. Por ello, otra teoría apunta que pretendía ganarse de nuevo el favor del führer (que además era padrino de su hijo) negociando una paz beneficiosa para su líder. Sin embargo, una vez preso en Inglaterra, este le repudió, lo tachó de esquizofrénico y ordenó fusilarlo si volvía.
"En un régimen tan concentrado en torno a la persona del führer, es difícil creer en una iniciativa tan decisiva sin contar con la luz verde previa", explica Valode en su obra centrada en siete grandes jerarcas del Tercer Reich que, empezando por Hitler y siguiendo su ejemplo, terminaron optando por el suicidio.
Unos, como el mariscal Erwin Rommel en 1944, fueron obligados a ello, otros, como Joseph Goebbels, ministro de propaganda, y su esposa, lo hicieron envueltos en un aura de puro fanatismo tras envenenar con cianuro a sus seis hijos. No querían sobrevivir a la caída de Berlín que, en abril de 1945, ardía en llamas como el Walhalla del Crepúsculo de los dioses de Wagner.
La obra, que también trata los casos de Himmler, líder de las SS, y de Herman Göring, comandante de la Luftwaffe, se detiene la historia de Rudolf Hess, la que más polémica e intriga esconde. Según el autor del ensayo, su temeraria operación pudo estar, al menos en parte, pactada con las altas esferas nazis que querían apartar al Imperio británico de la guerra para poder centrarse en la conquista de la URSS.
A Churchill, premier británico, le perseguía la mala fama derrota en 1941. A la caída de Francia se sumaban sus desastres en Grecia, África, además del fantasma de Galípoli de 1917. Por si fuera poco, era conocido por su alcoholismo y la rivalidad crecía por momentos en su gabinete. Parecía un buen momento para negociar con él o con alguna de las facciones que se disputaban el poder en Londres.
Intrigas y conjuras
Según una teoría extendida sobre el vuelo, Hess se puso en contacto en Suiza en hasta tres ocasiones con Samuel Hoare, lord del Sello Privado y embajador en España. En mayo, acordaron encontrarse con el duque de Hamilton en una residencia señorial cerca de Glasgow para seguir hablando de paz.
El enviado sería un piloto de confianza bien posicionado, pero Hess, tras hablar con Hitler, consiguió el permiso para pilotar el mismo la nave que se quedó sin combustible tras atravesar el Atlántico. Antes de marcharse de su despacho se abrazaron, un gesto muy poco habitual según el ujier.
En tierras británicas terminaron descubriendo el complot o cambiaron de opinión y decidieron encerrarle mientras el líder de Alemania fingió no saber nada. Fue incapaz de hablar con sus supuestos contactos sin supervisión de un agente del servicio especial. Un mes después, 4.000.000 de soldados de la Wehrmacht se lanzaron a la vorágine en las estepas de la URSS. Hitler había abierto un segundo frente, dejando en el Atlántico a unas islas indómitas. Al terminar la guerra, los vencedores sentaron a Hess en el banquillo de acusados en los juicios de Núremberg.
Allí no abrió la boca sobre su cita aérea ni los jueces le preguntaron sobre sus negociaciones de paz, quizá para que no revele nada que no quieren airear. A los ingleses también les viene bien la idea de que Hess enloqueció y pilotó guiado por un delirio de grandeza. Al final, condenado a cadena perpetua, se intentó suicidar tres veces en Spandau a lo largo de su vida hasta que en 1987 logró quitarse la vida.
Durante 21 años fue el último preso de la tétrica prisión de ladrillo rematada por alambres de púas. Mataba el aislamiento devorando libros y viendo documentales, conciertos y óperas desde un televisor. Su hijo y su mujer, que nunca renegó del nazismo, solo podían visitarle media hora cada mes.
Valode que no descarta la teoría del asesinato, afirma que pudo ser capaz de acabar con su propia vida a pesar de su grave artritis sacando fuerza de flaquezas y guiado por la desesperación de una anodina vida gris entre rejas y sin ninguna perspectiva de salir de Spandau.
"La pregunta sigue siendo la misma: en caso de haber sido liberado, incluso en 1987, ¿habría resultado Hess un peligro, un potencial revelador de las infamias británicas? ¿Negoció Londres con la Alemania nazi en 1941? Desaparecido Hess, la verdad queda sepultada para siempre", cierra el autor.