En la mañana del 11 de agosto de 1942 cuatro torpedos nazis alcanzaron al portaaviones HMS Eagle en un agónico intervalo de 2,5 segundos. En aquel punto sin nombre entre Argel y las islas Baleares, toneladas de agua inundaron la sala de máquinas. Era el primer buque hundido en el inmenso convoy compuesto por dos acorazados, cuatro portaaviones, siete cruceros, 32 destructores y cientos de aviones que debían proteger a los 14 buques mercantes que ponían proa a la asediada isla de Malta.
En ese momento un piloto que estaba intentando despegar desde la cubierta se estrelló en el mar. No se pudieron desplegar los botes salvavidas y la tripulación saltó al agua. Allí, aferrados en balsas, sintieron un bramido desgarrador desde las profundidades que fue seguido de "una conmoción brutal, producto de la detonación de la primera de las series de cargas de profundidad con la que los buques de guerra persiguieron al U-Boot culpable de la pérdida del Eagle", explica Max Hastings, periodista e historiador militar en su nueva obra, Operación Pedestal (Crítica), centrada en la controvertida operación.
Aquella flota, la más grande desplegada por los ingleses desde la I Guerra Mundial, perdió trece barcos, 457 hombres y decenas de aviones en los cruentos combates aeronavales. "La Operación Pedestal no sirvió para poner de relieve que una flota de la Royal Navy fuera capaz de desafiar efectivamente a un enemigo aéreo y submarino poderoso y habilidoso en los confines del Mare Nostrum. Antes al contrario, puso de manifiesto su vulnerabilidad", apunta Hastings.
Los habitantes de Malta, la vieja sede de los caballeros de la Orden de San Juan, rugían hambrientos, sometidos desde 1941 a un feroz asedio del Eje que no dejó piedra sobre piedra. Por el día bombardeaba la Regia Aeuronautica italiana y, por la noche, la Luftwaffe. Las fuerzas británicas en la isla estaban al límite: algunos plantearon abandonarla y así al menos serían las tropas fascistas las encargadas de alimentar a los 300.000 civiles que allí vivían.
Pero el premier Churchill decidió apostar por la resistencia a ultranza en Malta. Reino Unido necesitaba una victoria. Aquella roca aislada, única posición aliada entre Gibraltar y Alejandría, hacía tiempo que no aportaba apenas a la lucha en el Mediterráneo; tan solo planteaba graves retos logísticos y desesperados combates. Su única ventaja consistía en incordiar a los nazis con su obstinación.
"Para Churchill, 1942 fue casi tan peligroso como 1940 y, desde el punto de vista político, mucho más sombrío. El pueblo británico estaba cansado, en especial de las derrotas repetidas: su belicoso primer ministro no parecía capaz de cosechar ningún triunfo. Las derrotas más recientes habían sido las rendiciones humillantes de Singapur y Tobruk, donde las fuerzas imperiales cayeron ante los contingentes numéricamente inferiores de japoneses y alemanes, respectivamente", desarrolla el autor.
El 10 de agosto el numeroso convoy cruzó el estrecho de Gibraltar al amparo de la oscuridad. Con los nervios a flor de piel y con las armas listas, confiaban pasar desapercibidos aquella noche sin luna. Un puesto de observación alemán les detectó desde Ceuta y en Roma se encendieron las alarmas. Entre italianos y alemanes desplegaron más de 600 aviones, 21 submarinos, decenas de lanchas torpederas y varios buques de guerra que afilaron sus garras y se prepararon para una despiadada caza que duró cuatros días, reconstruidos por Hastings en su ensayo con su maestría y precisión habituales.
Infierno aeronaval
El aspecto de los tres primeros mercantes supervivientes que llegaron a Malta la tarde del 13 de agosto da muestras del infierno que atravesaron, abrasados por el sol y el calor del combate. Su marinería estaba exhausta, desquiciada por la adrenalina, la ansiedad y la batalla. Apenas habían dormido. Solo la Luftwaffe realizó más de 350 salidas contra la flota. En el Port Chalmers aún colgaba un torpedo aéreo sin estallar, enredado en una de sus protecciones de alambre.
"En la estela del convoy había enormes manchas de fueloil, los restos dispersos de media docena de barcos y múltiples personas aferradas a aquellos pecios". Así describe el historiador el estado de los británicos tras un horrible combate nocturno sucedido entre Túnez y Sicilia. Al menos treinta marineros quedaron a la deriva hasta el mediodía, cuando fueron rescatados por un hidroavión alemán. Antes habían rechazado la ayuda ofrecida por el submarino italiano Bonzo, reconocible por el dibujo de Pinocho que mostraba en su torre.
"En nuestra guía de conducta no figura el salvamento de los soldados naufragados, pero un buen marino de nuestra raza es humano incluso con sus enemigos, que son a la vez soldados y hombres", explicó el submarinista italiano Livio Villa. En aquel mar en llamas, castigado por torpedos y bombarderos Stukas atacando en picado a más de 600 km/h entre nubes de humo negro y esquirlas, aún había un hueco a la piedad.
Ese mismo día, gran parte de la escolta volvió a Gibraltar bajo el acoso enemigo. Un caza inglés que despegó de Malta fue derribado sobre el mar por dos Messerschmitt alemanes. El piloto murió ametrallado, pero el observador, el pelirrojo Jock McFarlane, logró saltar en paracaídas y cayó al agua. A última hora de la tarde se dirigió a una balsa donde fue recogido por dos pilotos italianos que, como él, habían sido derribados. Cuando llegó un nuevo hidroavión alemán, el pobre McFarlane no tuvo más remedio que aceptar ser capturado.
Un vencedor indeciso
En el cuartel general de Hitler cantaron victoria, pero dos nuevos mercantes, de forma casi milagrosa, llegaron a Malta un día después en una epopeya de suspense y valentía. Entre ellos estaba la joya de la corona, el petrolero SS Ohio, cargado con 1.430 toneladas de queroseno, 8.695 de fueloil, 902 de fuel pesado y 9.100 litros de lubricantes sin los cuales era imposible mantener a la flota y las escuadrillas de la Real Fuerza Aérea que defendían la isla.
Llegó remolcado por varios dragaminas que, en una operación delicada, miraban ansiosos hacia los cielos, esperando el golpe mortal de la aviación que nunca se produjo. El petrolero, a punto de hundirse, logró arribar a su puerto de destino. "Fue el momento más maravillosos de mi vida. Las almenas de Malta se veían negras, de la cantidad de gente acumulada", recordó Roger Hill, comandante del destructor HMS Ledbury que escoltó hasta el final al petrolero.
El mariscal Albert Kessenring reconoció que los cinco mercantes que llegaron a Malta permitieron su resistencia varios meses más. Sabía que en aquel peligroso juego del gato y el ratón se había escapado su oportunidad de aplastar el convoy y rendir Malta, su piedra en el zapato. En su lugar la Italia fascista perdió dos submarinos y 42 aviones, a los que se sumaron 19 aeronaves alemanas.
En el Almirantazgo británico discutieron sobre el "éxito" de su gran convoy que se había salvado de milagro. La II Guerra Mundial aún no tenía un vencedor claro. La potencia industrial de EEUU se ponía en marcha y la URSS resistía contra las cuerdas. Se acercaba inexorablemente el punto decisivo de la contienda.