En 1955, un joven de las Falanges Juveniles vio algo raro entre unas rocas de la ladera norte del Pico Cueto, montaña en forma de pirámide que domina Castro Urdiales, a orillas del mar Cantábrico. Descubrió una extraña escultura de poco más de 12 centímetros fabricada en bronce y que con el paso de los siglos quedó cubierto de una pátina verdosa. Había descubierto al dios Neptuno. La estatuilla mostraba a un joven melenudo e imberbe que le observaba con grandes ojos ovalados y un rostro tosco. La figura continúa sosteniendo un delfín y en su cuello muestra orgulloso un colgante de oro de una medialuna.
Según los arqueólogos que investigaron la pieza, bautizada como "el Neptuno Cántabro", sería una deidad indígena relacionada con la Luna, reina de las mareas, asimilada y sincretizado con el dios clásico. Datado entre los siglos I y III d.C., se cree que fue depositada como exvoto en un santuario del monte por algún piadoso habitante de Flaviobriga, colonia fundada por el emperador Vespasiano en el año 74 d.C. y por tanto, la última ciudad que fundó el Imperio romano en Hispania. La Península Ibérica tendría que esperar hasta época visigoda para ver nacer nuevas ciudades.
Tanto el Pico Cueto como Flaviobriga yacen bajo los cimientos de construcciones modernas. La montaña cónica que estuvo rodeada por enigmáticas murallas está plagada de cultivos de eucalipto, antenas de radio y torres eléctricas. Por su lado, la civitas que contó con termas, domus y acueductos se oculta bajo el casco viejo de Castro Urdiales, cerca del prerromano Portus Amanum poblado quizá por autrigones o várdulos, pueblo del que derivaría "Urdiales". Sin embargo, una serie de pinturas rupestres de bisontes negros y caballos y cabras en unas cuevas cercanas remontan la presencia humana en la zona hasta hace más de 14.000 años.
Licenciados
A finales del siglo I a.C., las legiones del emperador Augusto arrasaron las cordilleras del norte peninsular durante las guerras cántabras (29-19 a.C.). Los habitantes de Portus Amanum probablemente colaborarían con las autoridades romanas durante la atroz campaña. Gracias a los datos del historiador antiguo Plinio el Viejo y el geógrafo clásico Claudio Ptolomeo, se sabe que Flaviobriga se fundó como colonia para alojar a legionarios romanos veteranos, sin aportar más datos sobre el origen de la ciudad.
Se sabe que los emperadores Calígula y Claudio, entre otros, reclutaron a guerreros en el norte de Hispania para que sirvieran como fuerzas auxiliares de las legiones. Una de ellas, la Legión IV Macedónica, acantonada en Pisoraca (Herrera de Pisuerga, Palencia) y veterana de las guerras contra cántabros, se desplazó a los umbrosos bosques de Germania para aplastar la revuelta de los bátavos. Quizá los veteranos a los que se concedieron tierras en Flaviobriga serían licenciados de esta legión reclutados en la zona antes de marchar hacia el limes del Rin.
Al yacer bajo la actual Castro Urdiales apenas se conoce el trazado original de la ciudad que brilló entre los siglos I y II d.C. Se sabe que pudo contar con unas termas que están sin excavar así como de un acueducto subterráneo conocido como El Chorrillo, reformado a principios del siglo XIX que se sumaba a una serie de pozos de aguas subterráneas, hoy secos, para saciar a su población. De la vieja colonia solo quedan unos pocos cimientos de varias lujosas domus bajo la calle Ardigales, a escasos metros del puerto.
Una de estas viviendas fue utilizada como cantera además de albergar un horno para producir aceite de ballena durante la Edad Media, momento en el que las ruinas de Flaviobriga fueron usadas para levantar Castro Urdiales. En esta pequeña ventana al pasado se localizaron restos de algunos mosaicos, numerosa cerámica de lujo importada desde las actuales Burdeos (Francia) y La Rioja junto a monedas, lámparas de aceite hechas en bronce, cuentas de collar y pinzas para el pelo.
Dioses nativos en oro y plata
Los pescadores de Flaviobriga hicieron rebosar sus mercados con verdeles, caballas, sardinas, lapas y demás riquezas del mar. Una de las dos domus excavadas se convirtió en un posible centro de producción de garum en el siglo IV.
A través de la costa y desde su calzada que comunicaba con Pisoraca y Clunia, los romanos enviaban hierro, mineral sacado de las entrañas de los montes de los alrededores de la civitas que exigían constante mano de obra esclava, proclive a fugas, evasiones y motines. Algunas de estas minas siguieron siendo explotadas hasta bien entrado el siglo XX y su riqueza pudo ser la que sufragó la enigmática pátera de Otañes de 21,5 centímetros de diámetro.
Se trata de un increíble plato de plata bañado en oro por habilidosos orfebres encontrada en el siglo XVIII por unos jornaleros que buscaban piedras en el Pico del Castillo. Se trataría de una ofrenda o de una pieza para realizar libaciones a una deidad nativa asociada a aguas curativas y conocida como Salus Umeritana.
La excelente pieza se data entre el siglo I d.C. y no puede ser posterior al siglo IV d.C., momento en el que la ciudad, como tantas de Hispania, agonizó. A juzgar por los abundantes restos de areniscas y demás decantaciones, una parte de su trazado y sus calles fueron engullidas por las caprichosas mareas que creían que dirigía aquel Neptuno Cántabro cuya estatuilla verdosa por el tiempo apareció por accidente hace casi 70 años mirando al mar que los romanos llamaban Oceanus.