El olvidado obispo de Córdoba que fue clave en el triunfo del cristianismo en el Imperio romano
Además de ser consejero del emperador Constantino, el primer augusto en abrazar la fe cristiana, Osio presidió el Concilio de Nicea del año 325.
24 julio, 2024 02:00La grave disputa teológica que estaba arrasando las congregaciones cristianas del Mediterráneo oriental forzó al emperador Constantino a convocar un concilio en Nicea, en el noroeste de Turquía, en el año 325. El augusto, el primero del Imperio romano en abrazar la nueva fe, había sufragado los gastos de transporte, manutención y alojamiento de más de dos centenares de obispos que acabarían condenando la doctrina inaugurada por Arrio, un sacerdote de Alejandría que defendía que el Hijo, Cristo, había sido creado por el Padre y, por lo tanto, no habían coexistido eternamente.
El primero de los concilios ecuménicos de la Iglesia, celebrado bajo la atenta mirada de Constantino, estableció que Jesucristo era "de la sustancia del Padre", un credo ligeramente retocado en Constantinopla en 381 y que se convirtió en piedra de toque de la ortodoxia cristiana. Además, como explica el historiador Peter Heather en Cristiandad (Crítica), puso en marcha un conjunto de cambios que terminaría por transformar las operaciones prácticas de la Iglesia como institución, con una estructura mucho más centralizada, e inició una revolución de las prácticas religiosas básicas, al menos en lo tocante a los criterios estándar de devoción y conducta a observar en el seno del movimiento cristiano.
Presidiendo el sínodo se encontraba un obispo procedente de Hispania, Osio de Córdoba, uno de los encargados de la aceptación de la fórmula consustancial y de la resolución de la disputa, según testificaron varios de los participantes. Nacido en torno al año 256, apenas se conservan datos sobre su lugar de origen —supuestamente la propia ciudad de la Bética—, su formación religiosa o cómo llegó a vincularse con Constantino, pero sin duda fue un personaje de gran importancia en la época.
Su ministerio como obispo titular de la diócesis de Córdoba empezó hacia el año 294 d.C. En el concilio de Elvira (Iliberris), celebrado a principios del siglo IV, firmó las actas y realizó algunas propuestas respecto al celibato de los obispos, presbíteros y diáconos o las relaciones entre diferentes religiones. También se opuso al donatismo, un movimiento cismático iniciado en el norte de África que se caracterizaba por un gran rigorismo moral, un puritanismo exacerbado y una intransigencia con los que pensaban diferente.
Con Diocleciano vistiendo la púrpura imperial, se reanudaron las persecuciones de los cristianos. Osio fue torturado y desterrado, como manifestó en una carta posterior en la que se definía como "confesor de la fe", es decir, un grado de virtud anterior al de mártir. Su dicha cambió con la llegada de Constantino al poder: el hispano abandonó su supuesta tierra natal hacia el año 312 para alzarse en consejero del emperador en asuntos eclesiásticos, o en un simple confidente. Algunos investigadores defienden que su papel fue clave en la conversión del augusto al cristianismo en sus últimos momentos de vida.
"Él fue uno de los artífices del gran punto de unión que dominaría más de diez siglos la vida de los hombres en Europa: la relación Iglesia-Estado-Poder", explica Saúl Calvo Sanz, de la Universidad de Córdoba, en un estudio sobre la figura de Osio de Córdoba, a quien bautiza como "el sabio olvidado del Imperio". "En sus manos tuvo el poder cambiar la historia con la introducción de una simple palabra en los Credos a los que se adhirió, así como la condena o favor con unos u otros obispos, dado que gozaba además de la simpatía, de la amistad del emperador".
Enemigo de los arrianos
Pese a la aparente paz teológica ratificada con el Concilio de Nicea, Arrio y sus seguidores fueron perdonados tras tres años de exilio. A la muerte de Constantino en 337, Osio regresó a Hispania y quedó marginado de estas luchas que tenían lugar en Oriente. Sin embargo, en 343 presidió un nuevo concilio celebrado en Sárdica, en la actual Sofía, para tratar de alcanzar un nuevo acuerdo a raíz de las disputas provocadas por el arrianismo. El obispo, de hecho, se convirtió en la principal némesis de los partidarios de la doctrina cismática.
Los arrianos, según relata Atanasio de Alejandría, se dirigieron al emperador Constancio en los siguientes términos: "Hemos arrojado de su Silla al Príncipe Romano, hemos desterrado a muchos obispos católicos, lleno está el mundo del terror de nuestro nombre; pero todo esto es nada mientras Osio persevera firme en su Silla. Sola la autoridad de su fe basta para llevar tras de sí a todo el mundo y armarlo contra nosotros. Este es el Príncipe de los Concilios; cuanto escribe se divulga por todas partes".
Desafiando al augusto, redactó una carta ratificando su apoyo a las conclusiones de la doctrina de Nicea: "Acuérdate de que eres mortal, teme el día del juicio, consérvate puro para aquel día, no te mezcles en cosas eclesiásticas ni aspires a enseñarnos, puesto que debes recibir lecciones de nosotros. Dios te confió el Imperio, a nosotros las cosas de la Iglesia. El que usurpa tu potestad contradice la ordenación divina: no te hagas reo de un crimen mayor usurpando los tesoros del templo. Escrito está: 'Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios'. Ni a nosotros es lícito tener potestad en la tierra, ni tú, Emperador, la tienes en lo sagrado. Te escribo esto por celo de tu salvación".
Constancio llamó a Osio a Sirmio, en Panonia, la actual Serbia. Allí estuvo retenido un año, y fue azotado y torturado por los arrianos, que pretendían lograr su conversión, según él mismo afirmó. Allí, en 357, encontró la muerte a la impresionante edad de 101 años. Aunque lo más probable es que se mantuviese fiel a credo niceno hasta el final, sus enemigos difundieron que se había adherido a los postulados de Arrio. Una versión creída por Isidoro de Sevilla y otras fuentes medievales que provocó que su figura fuese olvidada por la Iglesia occidental.