Una nueva disputa por la púrpura imperial reavivó en el año 383 el juego de tronos del Imperio romano. Magno Máximo, un general de origen hispano, probablemente de la provincia de la Gallaecia, que dirigía las tropas acantonadas en Britania, fue proclamado césar de Occidente por sus legionarios con motivo de una victoria sobre los pictos. El nuevo emperador saltó al continente y empezó a reclutar más soldados para apoyar su causa frente al legítimo emperador: el joven Graciano, hijo de Valentiniano I (r. 364-375).
La dinastía valentiniana volvía a enfrentarse a una grave coyuntura. Cuatro años antes se había visto prácticamente descabezada tras la muerte de Valente, soberano de Oriente, en la batalla de Adrianópolis (9 de agosto de 378), una de las mayores catástrofes militares de la historia de Roma. Solo quedaban con vida sus sobrinos Graciano y el hermanastro de este, también llamado Valentiniano, que había sido nombrado augusto a pesar de tener solo cuatro años.
Para rellenar el vacío de poder en Oriente y contener las incursiones de los godos, Graciano había recurrido a un militar experimentado que había caído en desgracia a raíz de la ejecución de su padre. Teodosio, también nacido en Hispania, concretamente en Cauca, en la moderna Segovia, había logrado infligir una decisiva derrota a los sármatas en Moesia, triunfo que le reportó el título de dux de la región del Danubio. Llamado de su exilio en el sur de la Península Ibérica, donde se había casado con una mujer de una ilustra familia emparentada con la estirpe Elia, a la que había pertenecido el princeps Adriano, fue nombrado emperador de Oriente el 19 de enero de 379.
Ante la crítica situación, Graciano armó a sus legiones y se dirigió a las Galias para cortar la rebelión de Magno Máximo, pero parte de sus tropas se pasaron a las filas enemigas. Mientras se retiraba hacia el sur, fue capturado en las inmediaciones de Lyon y asesinado el 25 de agosto de 383. El último escollo que restaba al militar hispano para hacerse con el control del Imperio romano de Occidente era Valentiniano II, de 12 años y bajo la regencia de su madre. Manejaba más músculo bélico que él, pero la presencia de Teodosio en la frontera, expectante del resultado de aquella guerra civil, sirvió de efecto disuasorio y cocinó una calma tensa.
Máximo, además, se había distinguido como soldado a las órdenes del padre de Teodosio, a quien había acompañado en Britania primero y luego en África. De nombre Flavio Teodosio, se había convertido en uno de los más diestros comandantes de Valentiniano I con el rango de magister equitum. Su carrera comenzó defendiendo las fronteras en el bajo Rin y se consagró al recuperar el control de Britania, roto por una rebelión. Tras reorganizar la provincia y restaurar el muro de Adriano, lo reclamaron de nuevo para combatir a los germanos y defender el limes.
En 373, a Flavio Teodosio se le encargó una delicada misión en el norte de África, tierras de las que dependía el abastecimiento de trigo de Roma. Reprimió el levantamiento de un general rebelde y apaciguó Mauritania con pocos efectivos, pero se granjeó un enemigo político: el gobernador de África. "Es muy posible que ese fuera uno de los motivos de su caída, que quizá no se habría producido si el emperador Valentiniano I no hubiera muerto repentinamente de un ataque al corazón", valora el investigador Antonio Monterroso en su obra Emperadores de Hispania (La Esfera de los Libros). Poco después el general fue condenado por alta traición en extrañas circunstancias y ejecutado.
Usurpador asesinado
La ocasión para eliminar a su colega imperial Valentiniano II se la brindó a Magno Máximo una campaña militar contra los insurrectos germanos en Panonia. El usurpador envió un supuesto ejército de apoyo a su rival; sin embargo, invadió su territorio, forzando al joven césar a abandonar Italia por mar para salvar su vida. Este se dirigió a Tesalónica y pidió auxilio a Teodosio.
El emperador de Oriente tenía fama militar y poder, pero carecía de legitimidad dinástica. Y eso es lo que le podían proporcionar Valentiniano y su madre, la arriana Justina: le ofrecieron casarse con Gala, también hija de Valentiniano I, para reforzar su gobierno —y el de sus hijos Arcadio y Honorio en un futuro— y lograr que la familia mantuviese también el control de los territorios occidentales. La boda tuvo lugar en 388 y la guerra entre los dos militares hispanos era ya inevitable e iba a dilucidar quién sería el dueño indiscutible de todo el Imperio romano.
"Teodosio avanzó hacia Panonia con rapidez y se adueñó de víveres para su ejército", narra Monterroso. "Marchó en dos columnas contra el usurpador apoyado por una flota que iba en vanguardia. En un ataque por sorpresa, su caballería, compuesta en gran parte por godos, cruzó el río Save y sembró el desconcierto entre las filas enemigas. Los soldados de Máximo se reagruparon en Poetovio, hoy Pettau, en la actual Eslovenia, donde Teodosio, no sin dificultades, consiguió la victoria. Algunas tropas de su adversario se unieron a su ejército y pudo avanzar hasta Aquilea, donde tenía intención de librar la batalla definitiva".
Pero este choque nunca tuvo lugar. Los propios hombres de Máximo, esos mismos que le habían proclamado césar, lo mataron y entregaron su cadáver. Sus tropas fueron indultadas e incorporadas al ejército vencedor. Valentiniano II recuperó en teoría la soberanía de la parte occidental del Imperio romano, pero cuatro años más tarde apareció ahorcado. Su cuñado Teodosio, el responsable también de convertir el cristianismo en la religión imperial oficial, concentraba en sus manos todo el poder. Fue el último dueño y señor de Oriente y Occidente, el último emperador de la Roma unificada.