El pasado lunes 20 de noviembre, en un búnker construido bajo un polígono industrial del pueblo calabrés de Lamezia Terme, las autoridades italianas dictaron sentencia en las asfixiantes salas bajo tierra contra 343 acusados de pertenecer a la temida Ndrangheta, la mafia calabresa. Entre los 208 condenados se encuentran varios destacados exmiembros del gobierno, como el exdiputado de Forza Italia Giancarlo Pittelli, con una sentencia de 11 años de cárcel.
En 1927 un pletórico Benito Mussolini anunció, en uno de sus alardes de megalomanía, que el pecho de Sicilia yacía abierto sobre una mesa de operaciones donde su "escalpelo" estaba purgando el cáncer de mafia. Prometió no descansar hasta que esta organización fuera un recuerdo en su nuevo país que quiso imitar al Imperio romano. Pero como se ve, casi un siglo después los mafiosos siguen presentes en Italia.
Años después, en 1942, al calor abrasador de un mundo en guerra, un reconocido criminal neoyorquino condenado por proxenetismo y dedicado al tráfico de alcohol y drogas llamado Salvatore Luciano pactaba con las redes de inteligencia estadounidenses a cambio de una reducción de pena. La mafia entraba en la Segunda Guerra Mundial.
Familias sicilianas
Esta organización criminal hunde sus raíces a principios del siglo XIX en el universo rural de la isla de Sicilia. Bajo la sombra de las plantaciones de cítricos, los administradores de las explotaciones de la alta burguesía y los terratenientes fueron desarrollando varios grupos secretos de carácter iniciático que giraron en torno a la extorsión.
A principios del siglo XX, Sicilia, corroída hasta el tuétano por la corrupción, el caciquismo y el nepotismo, siempre mantuvo una relativa autonomía dentro de Italia. "Los sicilianos tradicionalmente han desconfiado del nuevo Estado italiano. Estos valores y actitudes tan arraigadas en la cultura siciliana tienen su máxima representación en el juramento de Omertá o ley del silencio", explica en su artículo sobre la Cosa Nostra el historiador de la Universidad de Extremadura Francisco Javier Ruiz Durán.
Con una habilidad camaleónica, los gánsteres del sur de Italia se vistieron con la camisa negra de los fascistas, desmoralizando a sus auténticos simpatizantes del sur que veían cómo sus sedes se convertían en la coartada perfecta para que los capos locales siguieran con sus negocios.
En una visita de Benito Mussolini a Piana dei Greci, cerca de Palermo, su alcalde, el capo Francesco Cuccia, más conocido como don Ciccio, reprochó al duce que estaba bajo su protección y que no necesitaba una escolta policial. Ante la negativa a desprenderse de sus guardaespaldas, el líder del hampa humilló a Mussolini al vaciar la plaza de la ciudad antes de que pronunciase uno de sus discursos.
El "prefecto de hierro"
Cuando el dictador de Italia alcanzó el poder en 1925 una de sus primeras políticas fue vengar la afrenta. Siguiendo uno de sus lemas -"Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada sin el Estado"-, quiso destruir a este estado paralelo. Para ello contó con la ayuda de un feroz hombre de acción y temido perro de presa: Cesare Mori, que sería conocido como "el prefecto de hierro".
"¡Liberadme a sangre y fuego de esta delincuencia!", gritó el dictador. Roma soltó la correa y le dio carta blanca. En cuanto Cesare llegó a Palermo sacudió la isla. En enero de 1926, miles de policías con armamento militar cercaron la remota localidad de Gangi, protegida por las montañas de Sicilia y conocido feudo criminal. Tras un ultimátum propio de una ciudad bajo asedio, las unidades de Cesare, fusil en mano, conquistaron las calles rompiendo puertas y ventanas y tomando como rehenes a las familias de los sospechosos.
Sacados a rastras de sus escondrijos, la redada detuvo a 450 personas cuyos bienes fueron subastados a precios de risa. El ganado que no se compró fue sacrificado en la misma plaza a la vista de todos.
Esta feroz operación militar se repitió en decenas de localidades cercanas a Palermo y se extendieron por toda la isla bajo la atenta mirada del volcán Etna. Los detenidos eran exhibidos encadenados y retenidos en jaulas. Ante su negativa a declarar, Mori ideó una nada imaginativa manera de romper la sacrosanta omertá. Una ristra de confesiones fue arrancada con tenazas en maratonianas sesiones de tortura en nauseabundos agujeros bajo las comisarias.
"Desalentados y presa del pánico, cayeron como moscas, sin otro gesto de resistencia que un débil intento de volar a escondrijos bien disimulados. Pero fueron todos abatidos en su vuelo", se jactó en sus memorias Mori, quién también bromeó en alguna ocasión haciendo macabros juegos de palabras con su apellido.
Criado en un orfanato de Pavía, cerca de Milán, al truncarse su carrera militar se pasó a la policía, donde destacó por su infatigable labor contra rateros, contrabandistas y bandoleros, siendo además uno de los escasos oficiales de policía que persiguió las actividades vandálicas de los primeros camisas negras en 1922.
Cuando la isla estaba postrada a los pies del Estado y después de 11.000 detenidos, "en junio de 1929, el prefecto de hierro fue llamado a Roma. Su parte en el trabajo de erradicar a la Mafia, declaró Mussolini, se había completado; ahora dependía de la judicatura concluir la tarea", explica el historiador británico John Dickie en Historia de la mafia (Debate).
La realidad era que su hombre de hierro estaba husmeando de más en algunas inquietantes relaciones entre el crimen organizado y las altas esferas de Italia. La mafia, herida de muerte, esperó su oportunidad, que llegó más de diez años después en un mundo patas arriba por la guerra.
[El plan maquiavélico de Mussolini: le aupó al poder y sedujo a Hitler para imitarlo en Alemania]
En Nueva York, otro hombre de hierro cortaba el bacalao. Con horrendas cicatrices de viruela, golpeado, apuñalado y disparado, Salvatore "Lucky" Luciano negoció en 1942 con varios oficiales de inteligencia naval. A cambió de reducir su condena, ponía sus contactos al servicio del ejército. Los estibadores, pagados por el hampa, comenzaron a vigilar a posibles saboteadores mientras controlaban los conatos de huelga.
La mafia, renaciendo de sus cenizas, no dudó en apoyar a los aliados durante su colosal invasión de Sicilia en julio de 1943. Mientras el humo de los combates se disipaba, los tentáculos del crimen organizado volvieron a ocupar su antigua posición infiltrándose en alcaldías ante el vacío de poder y controlando el reparto de grano.
"A pocas semanas de la ocupación aliada, la Mafia tenía ya una garra puesta en la garganta de Sicilia. Los restos del campo de batalla la habían equipado con un arsenal formidable: 'ametralladoras, morteros de trinchera, incluso piezas ligeras de artillería, minas terrestres, radios y grandes reservas de municiones', según el capitán Scotten. Si la posguerra traía consigo alguna oportunidad de hacer negocios, la Mafia siciliana estaba armada y lista para hacerse con ella", concluye Dickie.