Un violento calambre le hace retorcerse. Su visión se nubla y las piernas le fallan. Cae al suelo mientras un trueno interno sacude su cabeza. Vladímir Ilich Lenin sufre un ataque el 25 de mayo de 1922. Los informes de salud afirman que tiene una "perturbación grave del funcionamiento de las redes sanguíneas del cerebro". Tenía 51 años cuando su salud se convirtió en secreto de estado y los médicos se apiñaron en su cabecera en una procesión fúnebre.
Cuando recupera el conocimiento en verano exige que el Comité Central le tenga al tanto, ordena y envía notas con instrucciones hasta que no puede más. Insulta a los médicos que le ordenan descansar y se enfrenta a un Politburó que, desde julio, decide por él si debe asistir o no a sus reuniones. Sus camaradas le escuchan, pero obedecen a regañadientes. Se queja amargamente a Stalin de que le infantilizan, mientras este le escucha atentamente y asiente. Tarda demasiado en darse cuenta de que le está traicionando.
En octubre y diciembre hace acto de presencia en el IV Congreso de la Internacional. Los asistentes, sin embargo, lo notan extraño. Ya no hipnotiza al auditorio, su voz es más débil y ya no resuena seca y contundente. En privado confiesa que le tiemblan las piernas y le cuesta mantenerse en pie. El 16 de diciembre sufre un nuevo ataque que lo condena de forma irremediable. Poco antes de quedar incapacitado envía una alarmante advertencia al Congreso: Stalin debe ser destituido. Este, como secretario general, intercepta la nota y logra ser reelegido. Lenin seguirá respirando un año más en el que permanece como un muerto viviente. Incapaz de moverse y de hablar, el 21 de enero de 1924, hace cien años, abandona este mundo.
La URSS contra las cuerdas
La enfermedad de Lenin no fue repentina. Antes de convertirse en el líder bolchevique ya había experimentado fuertes jaquecas y migrañas que le paralizaban. Su mujer, Nadia Krúpskaya, le obligaba entonces a descansar y dar largos paseos en la naturaleza. "Con la revolución, una actividad intensa, como nunca había conocido antes, la presión de los acontecimientos, todo concurría a cargar con su peso sobre su equilibrio nervioso", explica en su monumental biografía Lenin (Espasa) la historiadora Hélène Carrère d'Encausse, experta en Rusia y ganadora el año pasado del Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales.
Los primeros síntomas graves los desarrolló en el verano de 1921: le dolía la cabeza y se sentía fatigado. Son meses en los que la URSS casi colapsó por completo. En Minsk y Gomel, actual Bielorrusia, se produjeron violentos pogromos y se acusó a los judíos de esconder comida. Los trenes cargados de grano fueron saqueados a mitad de camino. Los campesinos del Volga se enfrentaron a la policía y al ejército, que requisó sus magras cosechas mientras el campo moría abandonado y esquilmado. El mundo rural se sublevó contra los bolcheviques y pronto se le sumaron los obreros de varias ciudades.
En los primeros meses de su reposo forzoso, la autoridad de Lenin seguía siendo necesaria para zanjar las disputas. Consciente de su final, reflexionó y meditó sobre su obra. Se mostraba pesimista y pensaba que la URSS no podría sobrevivir a su muerte durante mucho tiempo y que la revolución mundial estaba lejos de suceder.
"Es probable que Lenin hubiera preferido alguna forma de liderazgo colectivo, pero no estableció ningún procedimiento para que emergieran sucesores", explica el periodista Víctor Sebestyen en su biografía del líder revolucionario, editada por Ático de los Libros. Carrère piensa de forma parecida.
El bolchevique escribió un texto polémico donde informaba de la difícil posición de Rusia en el mundo y de la ardua tarea que tenían por delante. Quiso publicarlo en Pravda, diario oficial. Nikolái Bujarin, redactor jefe, tuvo dudas porque el artículo repudiaba muchas de las tendencias autoritarias de Stalin y lo sometió a debate en el Politburó. Un miembro propuso imprimir un único ejemplar y entregárselo al líder, aunque finalmente fue enviado a la imprenta.
Stalin, en calidad de secretario general, fue elegido para velar por la salud del líder. Este "enfermero" decidió aislarle del mundo viendo que se acercaba cada vez más a Trotski, su némesis. Se excusó en las recomendaciones de reposo de los médicos. Tampoco le dejó dictar notas. "Lenin pronto va a sospechar que no son los médicos quienes están en el origen de las consignas que Stalin pretende hacer respetar, sino que es Stalin, por el contrario, quien obliga a los médicos a dar instrucciones tan estrictas", explica Carrère.
[Dzerzhinski, el fanático e implacable fundador de la Checa revive en Moscú por orden de Putin]
Sin embargo, Lenin aún manifestó arrebatos de actividad y dictó una nota a su esposa Nadia con instrucciones para Trotski. Stalin montó en cólera e insultó de manera brutal a la esposa del enfermo. La amenazó con "medidas disciplinarias dentro del Partido". Esta llamada telefónica fue la gota que colmó el vaso entre Lenin y Stalin. Cuando el enfermo se enteró obligó a su secretario general a disculparse y, aunque para aquel entonces su insolencia era conocida, agachó la cabeza ante el que todavía era el amo y señor de Rusia.
Hombre del siglo XX
El cargo de secretario general se convertirá en el más importante de la URSS, pero en 1923 no lo parecía y los miembros del partido lo consideraban un pesado cargo administrativo. Lenin, en un último momento de lucidez y, en guerra abierta con Stalin, intentó advertirles en una nota apenas legible. "Es demasiado grosero y brutal (...). Por eso propongo a los camaradas que piensen en el medio de desplazar a Stalin", escribió el moribundo. Su "enfermero" logró interceptar la nota y, en su lugar, ser reelegido en para un puesto que convierte poco a poco en el auténtico centro de poder.
La muerte del fundador de la URSS se produjo menos de un año después, y fue Stalin el que organizó su funeral e informó al país. Fallecido el padre de la revolución bolchevique, sus camaradas le cubrieron de una manta de mito y lo embalsamaron, olvidando su última etapa corroída por las dudas y el pesimismo, fruto de su enfermedad cerebral.
Después de él, todos los líderes de la URSS se consideraron sucesores de Lenin, incluso Stalin, que le traicionó sin pudor, se valió de los textos del difunto y su relación para auparse al poder y desprestigiar a sus adversarios. Después de sus sanguinarias purgas internas, trucó las fotografías de la revolución para hacer desaparecer a sus enemigos de la historia y desvincularles del fundador de la URSS.
"En la historia de un siglo marcado por el totalitarismo, Lenin es, sin duda alguna, el único en haber inventado un sistema y en haber dado legitimidad a una obra de violencia y de ilegalidad que le sobrevivirá tanto tiempo. Desde este punto de vista, no se le puede comparar con ningún otro", asegura la historiadora francesa.