Roma y su imperio terminaron por sucumbir en el siglo V d.C. después de una lenta agonía. El poder se atomizó y el mundo se volvió del revés. En 536, según las crónicas, "tuvo lugar un portento terrorífico, pues el sol emitió su luz desprovista de rayos, asemejándose a la luna". Durante dos años el frío se adueñó de una Europa sacudida por la peste y cuyos campos morían por una gran sequía rematada por nubes de langostas. La santidad de los obispos podía medirse por la cantidad de lluvia que conseguían atraer implorando al cielo con mediación de los santos.
Decenas de ciudades de Hispania quedaron abandonadas y grandes aristócratas latifundistas concentraban el poder según su capacidad para alimentar a sus siervos e imponer su voluntad con ejércitos privados. Con una ligera pátina de cristianismo, en los umbrosos bosques de Gallaecia siguió viva la "sucia herejía" priscilianista. En Asturias, Cantabria y Vasconia algunos indígenas volvieron a dominar sus riscos. En el siglo VI d.C., en las ásperas tierras de frontera entre godos y suevos, los sappos vivían ajenos a toda autoridad extranjera en el misterioso territorio de Sabaria.
Poco se sabe de este pueblo escurridizo y la región que habitaron. Algunos llegaron a apuntar incluso que pudo encontrarse en los Pirineos. A juzgar por la toponimia, los historiadores apuntan a que se extendía al norte de Zamora, en los alrededores del valle del río Sabor. Lo más probable es que controlasen las cercanas minas de estaño y azufre de la región del lago Sanabria, famoso en época romana por sus aguas termales, y tuvieran alguna influencia en el valle del Esla, río cuyas aguas envuelven las ruinas de la traicionada ciudad de Lancia.
La principal teoría sobre sus pobladores indica que fueron una facción de los astures cismontanos, grupo indígena que se enfrentó, junto a los cántabros, al propio emperador Augusto a finales del siglo I a.C. Sobre estos pueblos montaraces, el geógrafo y escritor Estrabón mencionó su carácter agrio y guerrero y que debido a lo recóndito de sus tierras, "han perdido la sociabilidad y los sentimientos humanos".
Casi 600 años de dominación romana dejan su huella y debían de estar algo romanizados. En Cantabria, por ejemplo, ricos terratenientes se reunían en un senado local ubicado en Peña Amaya para decidir los asuntos de la región. Lo cierto es que, caída Roma, algunos hispanorromanos e indígenas vivían de forma independiente a los nuevos señores germánicos de la Península Ibérica.
Guerra de frontera
El rey suevo Miro, enclavado en el noroeste peninsular, anhelando nuevas tierras sobre las que gobernar, envió sus guerreros cubiertos de hierro a las montañas del norte de León y oeste de la actual Asturias donde habitaban los runcones, astures como los sappos. Aquella incursión del año 572 apenas mencionada, sin ningún éxito ni fracaso, repleta de emboscadas, escaramuzas y persecuciones, llegó a oídos del vecino, de un rey godo que fijó su siguiente objetivo en la fronteriza Sabaria.
La noticia sorprendió a Leovigildo anexionándose de forma pacífica la Galia Narbonense, más allá de los Pirineos. Su hermano mayor Liuva I había muerto sin descendencia y los visigodos de la región, tan dados como los de Toledo a caer enfermos del "morbo gótico" -conspiraciones y asesinatos-, prefirieron acatar sin resistirse la autoridad del rey que acababa de someter a la gran ciudad de Córdoba y combatido a los bizantinos asentados en Levante.
Aquel rey guerrero, inquieto por la actividad militar de los suevos, reunió a toda prisa sus huestes de jinetes acorazados, de bucelarios y peones y, cabalgando por viejas calzadas, marchó hacia el territorio de los sappos antes de que los suevos, enfrascados con los runcones, decidieran en un futuro lanzarse sobre Sabaria.
Fue un pequeño episodio dentro de un gran objetivo geopolítico, "acogotar a los suevos y sacarlos del gran juego internacional en el que sus alianzas y contactos con francos y bizantinos podían trasformarlos en un verdadero peligro para los visigodos", explica José Soto Chica, historiador de la Universidad de Granada especializado en la tardoantigüedad y la Alta Edad Media, en su obra Leovigildo. Rey de los hispanos (Desperta Ferro).
Un enigmático castro
Su campaña contra Sabaria se resume a unas pocas líneas en las crónicas del clérigo godo Juan de Bíclaro, que usa el verbo "devastar", pero en el año 573 se debió desatar el infierno en aquella región. Leovigildo contaba todavía con un reducido ejército por lo que su guerra se tuvo que librar a toda velocidad sin ningún tipo de compasión usando engaños, golpes de mano y crueles asaltos nocturnos. El miedo y la sorpresa fueron sus mejores armas.
El humo cubrió el cielo y los campos quedaron repletos de muertos y ejecutados. Las orillas del Esla se cubrieron de rojo a la altura de la actual localidad zamorana de Muelas de Pan. Allí se levantó un pequeño y enigmático castro fronterizo entre los siglos IV y V d.C. conocido como Cristo de San Esteban. Los hogares del poblado, un conjunto de chozas bastante modestas, fueron arrasadas en época de Leovigildo.
En la excavación aparecieron, junto a dardos y restos de armas, varias puntas de flechas poco comunes en la Península Ibérica. Diseñadas para ser disparadas a caballo, técnica oriental de hunos y escitas, solo añaden más misterio al yacimiento y al complejo rompecabezas de Hispania en esta época. La técnica pudo ser copiada por suevos y visigodos en su trágica y violenta migración por Europa o quizás eran remanentes de alanos que habían sido asimilados por alguno de los dos pueblos.
Algunos piensan que el poblado fortificado pudo ser suevo asolado por los godos en alguna de sus campañas contra el reino del noroeste peninsular. A juicio de Soto Chica se trataría de un asentamiento sappo debido a "su escaso tamaño y la penuria de sus medios con la que fue construida y con la que contaron sus defensores y que parece más propia de un señorío indígena que de un reino suevo que, con Miro volvía a aspirar un papel importante en la escena política peninsular".
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Sometidos los sappos en una única campaña en 573, al año siguiente marchó el monarca visigodo de nuevo, esta vez sobre Cantabria. Allí, san Braulio relata que la "vengadora espada de Leovigildo" asoló Peña Amaya y asesinó a los senadores locales que dominaban la región. Dejando tras de sí un reguero de destrucción, en el año 575 sus huestes atravesaron al galope una Sabaria aún humeante rumbo a los montes Agarenses donde, en un golpe de mano, capturó los tesoros y a la familia de Aspidio, un noble convertido en un reyezuelo enriscado en los montes de Lugo.
Y así, año tras año, marchó sobre la Península arrinconando y sometiendo a los suevos, castigando a los bizantinos, derrotando incursiones e invasiones, vasconas y francas, venciendo y ejecutando a su propio hijo Hermenegildo en una guerra civil. Leovigildo, coronado en el año 569 murió en la cama en el año 586. Solo hubo un año en su reinado en el que sus guerreros no desenvainasen la espada.