En 1908 Charles Dawson, un arqueólogo aficionado, encontró en uno de sus paseos en la localidad de Piltdown, al sur de Inglaterra, los restos de un cráneo muy antiguo y se los enseñó a Arthur Smith Woodward, responsable de Geología en el Museo de Historia Natural de Londres. Este se mostró bastante interesado y Dawson siguió investigando hasta que en 1912 se logró resolver el puzzle y presentar el hallazgo en la Sociedad Geológica de Londres.
Entre herramientas de piedra, un diente de hipopótamo y otro de elefante logró recomponer el cráneo de un humano primitivo que vivió hace dos millones de años. Tenía un cerebro equivalente al de un hombre moderno, una mandíbula parecida a la de un chimpancé y algunos dientes desgastados como los de un homínido. Había encontrado en Inglaterra al grandioso Eoanthropus dawsoni, el eslabón perdido, a medio camino entre el mono y el ser humano, que cambiaría la historia de la evolución humana. Cuarenta años después todo resultó ser un completo fraude.
En la segunda mitad del siglo XIX creció el interés por documentar todo lo relacionado con el hombre vivo, muerto y fósil. Las tesis de Darwin sobre la evolución de las especies calaban con fuerza y las explicaciones científicas basadas en el Génesis perdían fuelle. Aparecían huesos de animales hasta entonces desconocidos y de hombres embrutecidos, como el primer neandertal, que salió a la luz en 1856 en Alemania. Algunos los denominaban seres antediluvianos, es decir, de antes del Diluvio Universal y que Noé no salvó en su barca.
El eslabón perdido
La tesis del diluvio hacía aguas por todas partes a medida que se acumulaban las evidencias. Miles de fósiles humanos de primitivos con un cerebro un tanto reducido comenzaron a aparecer en Europa. Algunos neandertales (millón y medio de años más tardíos que el supuesto hombre de Piltdown) aparecieron en Francia y la actual Alemania, pero no había ningún fósil similar en Gran Bretaña.
Si Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza, ¿significaba que Dios tenía una capacidad intelectual reducida y se parecía a un mono? Todos los antepasados parecían humanos sumamente salvajes y degenerados. Por si fuera poco, en línea con las tesis raciales del momento, estos primeros humanos no tenían su origen en la civilizada Europa. En 1891 el anatomista Eugène Dubois encontró en las orillas del río Solo, en Indonesia, los restos de un Homo erectus que vivió hace medio millón de años. En su momento se pensó que era el auténtico eslabón perdido y se lo llamó Pithecanthropus erectus, el hombre mono erguido.
El hombre de Piltodown devolvía el sentido al dilema. Demostraba que la "raza blanca" había evolucionado antes que las africanas y asiáticas. Tenía una cara simiesca de pocos amigos, pero su cerebro, y por tanto su capacidad para racionar y elaborar un pensamiento complejo (muy importante en la época porque separa a hombres de bestias), parecía intacta. Además, y no menos importante, era inglés.
Levantó ciertas sospechas desde el primer momento por el tema de su dentadura, un poco extraña para ser humana, pero estaba avalada por sociedades de prestigio. Guardado bajo siete llaves, el cráneo era exhibido en contadas ocasiones y los descubridores decidían quién podía estudiar los originales. El resto debía conformarse con una serie de moldes.
En 1915, Dawson encontró en el mismo yacimiento más evidencias del Eoanthropus dawsoni. No obstante, el traqueteo de las ametralladoras y el estampido de los obuses de la Primera Guerra Mundial acallaron la noticia. Mientras los campos de Europa se despedazaban mutuamente, el descubridor murió en agosto de 1916.
"Durante las décadas de 1920 y 1930, el Eoanthropus quedó cada vez más marginado a medida que se descubrían fósiles de homínidos antiguos en China, Indonesia y África, ninguno de los cuales mostraba la combinación peculiar de una mandíbula similar a la de un simio y un cráneo de apariencia humana", explica Isabelle De Groote, profesora del Departamento de Prehistoria de la Universidad de Gante y principal autora un artículo sobre el fraude publicado por la Royal Society de Londres para el Avance de la Ciencia Natural.
Fin del montaje
Las guerras mundiales paralizaron la investigación hasta que en 1950, Kenneth Oakley, del Museo Británico, sacó los fósiles de la vitrina y les realizó un estudio por su cuenta. Concluyó que los restos eran más modernos y reavivó el debate. En 1953 el científico Joseph Weiner descubrió que la mandíbula era de un simio, que los dientes habían sido limados y que todo el conjunto había sido teñido para darle un aire más antiguo.
El último estudio de ADN y morfometría geométrica realizado por la doctora Groote y su equipo matizaron que la mandíbula era de un orangután de Borneo y que los fragmentos humanos pertenecían a dos o tres individuos de la Edad Media. ¿Y los culpables? Siempre se sospechó de Dawson que, aunque abogado de profesión, su verdadera pasión era la paleontología, como demuestran sus más de 50 artículos científicos.
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Su muerte en 1916 dejó muchas preguntas en el aire. A pesar de no ser un profesional disponía de una interesante colección de fósiles y antigüedades, muchas de ellas donadas al Museo de Historia Natural, pero no contaba con ningún reconocimiento en el mundo académico. Tenía los conocimientos necesarios sobre fauna, antropología y paleontología para poder crear el fraude con las herramientas líticas que se suponían a los hombres primitivos y los animales que se consideraban propios del Pleistoceno. Los restos de elefante e hipopótamo que encontraron en Piltdown resultaron ser contemporáneos y "envejecidos" de forma artificial.
"Si Dawson fue el autor del fraude de Piltdown, se ha sugerido que su motivo fue el reconocimiento científico y, en particular, su ambición de ser elegido miembro de la Royal Society", explica De Groote. El cráneo fue reconstruido por Arthur Smith Woodward, conservador del Museo de Historia Natural, que murió poco después de descubrirse el pastel. ¿Fue engañado por Dawson dejándose llevar por sus prejuicios raciales o era consciente del timo? Un interrogante sin respuesta.
Por último, destaca la figura de un jesuita amigo de los otros dos implicados. El padre Pierre Theillard de Chardin era amigo de los descubridores y su vinculación religiosa habría sido un buen motivo para montar el fraude. Sin embargo, en 1927 participó en el descubrimiento de un Homo erectus en Pekín. Todas las pruebas apuntan a Dawson como autor principal, pero el grado de implicación de sus supuestos cómplices es un misterio que aún está lejos de resolverse.