El suelo está lleno de chinchetas de varios colores que indican que ahí hay algo importante. Sandra Gómez-Soler, investigadora de la Universidad de Alcalá, suelta la brocha con la que está excavando y señala un punto en la reluciente dolomía blanca, una roca sedimentaria que contiene mucho magnesio y se disuelve fácilmente. Es un fósil de un animal de hace unos 40.000 años.
A un puñado de centímetros, la información sobre la escena prehistórica se multiplica. Un tajo hecho con una radial en la roca desvela tres niveles carbonizados distintos. Son los vestigios de fuegos, de pequeñas hogueras prendidas en momentos separados en el tiempo por reducidos grupos de humanos que encontraron refugio en lo que antaño era una cueva.
"Esto fue un hogar de neandertales", dice Sandra Gómez: las evidencias materiales de una especie extinta, de los primos lejanos del Homo sapiens. "Hacían cosas muy parecidas a nosotros: se estaban calentado, comiendo… Ves esto y piensas en una barbacoa".
La cueva Des-Cubierta, una galería de unos 90 metros de largo y con cinco de profundidad en algunos tramos, es un lugar excepcional. Se trata de uno de los yacimientos arqueopaleontológicos del Calvero de la Higuera, localizados en Pinilla del Valle, en la sierra de Madrid, y es en la actualidad un unicum en todo el mundo para el estudio del comportamiento y la vida cotidiana de los neandertales.
Pero no por las evidencias de ese pequeño asentamiento. Siguiendo la vertiente del promontorio, otro grupo de investigadores está excavando también el Abrigo de Navalmaíllo. Allí hubo un campamento neandertal hace unos 77.000 años que sería reutilizado varios milenios más tarde. Cubierto con una visera de grandes bloques de piedra que se desmoronaron en algún momento protegiendo los niveles de ocupación, sirvió de refugio a pequeñas partidas de caza. Siempre en torno a grandes fuegos, estos individuos desarrollaron todo tipo de actividades relacionadas con sus subsistencia: alimentarse desmembrando, fileteando y asando carne de grandes herbívoros y algún carnívoro, reproducirse, hacer herramientas de piedra, principalmente de cuarzo —este yacimiento ha desvelado unos de los conjuntos de industria lítica mejor conservados del Musteriense europeo—, curtir pieles…
Lo extraordinario de "El Valle de los Neandertales" es lo que ha aparecido a una decena de metros del hogar que muestra Sandra Gómez. Una zona más ancha de la cueva Des-Cubierta que los investigadores llaman "la monumental de Pinilla del Valle". "Nadie pensaba que los neandertales podían hacer algo como lo que hicieron aquí", dice Enrique Baquedano, director del Museo Arqueológico y Paleontológico de la Comunidad de Madrid y codirector del proyecto de investigación.
En 2009, durante las excavaciones en las que participa un equipo internacional e interdisciplinar integrado por unos 70 investigadores —catedráticos, doctores, doctorandos— con mucha experiencia en el estudio del Paleolítico, comenzaron a salir a la luz una serie de cuernos de animales. Al principio pensaron que podría tratarse de un antiguo muladar, pero pronto empezaron a registrarse hallazgos que no cuadraban con esa hipótesis: herramientas de Paleolítico Superior, un molar de un rinoceronte que se extinguió hace 40.000 años o los dientes de un individuo infantil. "Sería el primer caso de un enterramiento neandertal en la Península Ibérica", destaca el arqueólogo.
Los cuernos, en realidad, estaban asociados a cráneos de grandes herbívoros —bisontes, uros, ciervos y rinocerontes de la estepa— que habían sido cuidadosamente manipulados. "Todos ellos fueron introducidos en la cueva ya sin mandíbula y dentro, en grandes yunques y con percutores, les quitaron el maxilar superior y la parte que permite acceder a los sesos", detalla Baquedano. Las marcas percusión —y alguna de fuego— son inequívocas: los huesos no entraron ahí de manera natural ni arrastrados por las hienas.
En total han aparecido 37 ejemplares de cráneos —al primero de ellos, que estaba rodeado por piedrecitas, se le dio el apodo de Rosendo en un guiño al rockero español— y ni rastro del resto del cuerpo de unos animales de grandes dimensiones. "Yo no me habría atrevido a torearlos", confesó el torero Cayetano Rivera a los arqueólogos durante una visita al sitio. "Esa acumulación no tiene un por qué subsistencial, solo puede estar vinculada a algún tipo de rito", reflexiona el codirector de los trabajos junto al paleontólogo Juan Luis Arsuaga, director científico del Museo de la Evolución Humana y codirector de los yacimientos de Atapuerca, y el geólogo Alfredo Pérez-González.
La hipótesis de los investigadores, que presentaron el pasado enero en un artículo que fue portada de la revista científica Nature Human Behaviour, es que ese lugar fue un santuario de caza neandertal entre hace 42.000 y 40.000 años. "Lo más fácil cognitivamente es que los cráneos sean trofeos de caza para exhibirlos", resume Baquedano. "Pero yo tengo la convicción de que aquí hubo otras actividades rituales". ¿Ceremonias de magia propiciatoria para una buena cacería? ¿Festejos por las presas conseguidas? ¿Ritos iniciáticos o de paso de la juventud a la edad adulta? Quién sabe. Ese universo del Homo neanderthalensis es todavía una caja de enigmas.
Un detalle importante: los cráneos no se depositaron de una sola vez. Hay más de dos metros de sedimento a lo largo del mismo nivel estratigráfico que indican una actividad de siglos, o quizá milenios. "Hay una tradición cultural", subraya el arqueólogo. "Esto es muy novedoso porque hasta ahora se creía que solo los humanos modernos tenían capacidad simbólica, es decir, capacidad para atribuir ideas a objetos o a conceptos. Ahora tenemos que compartir ese podio. Estos neandertales eran también sapiens con una anatomía y en un contexto muy diferentes".
Los primeros sapiens
Desde lo alto del promontorio del Calvero de la Higuera, la postal del paisaje resulta hermosa. Se atisban el pico de Peña Lara, con las antenas de Navacerrada más al fondo, la marca de las lenguas de los glaciares que copaban las montañas del valle del río Lozoya durante la última Edad del Hielo o las casitas de piedra monas de Pinilla, donde para principios de 2025 está prevista la apertura de un museo sobre los yacimientos prehistóricos.
"Fue un lugar que tuvo unas condiciones óptimas durante el Pleistoceno para que viviese un grupo de cazadores-recolectores", dice Enrique Baquedano, que coordina en esta campaña número 22 del proyecto, financiado por la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, las excavaciones en cuatro puntos del calvero a la vez. Tenían agua durante todo el año, manadas de grandes herbívoros para cazar y bayas que recolectar, cavidades donde refugiarse y alojarse, mucha materia prima para fabricar sus herramientas, sobre todo cuarzo, y enormes cantidades de leña seca para mantener caliente sus hogares.
Muchísima de esta información sobre el valle y la presencia de neandertales la desconocían los paleontólogos de la Universidad Complutense que iniciaron las investigaciones en el sitio a raíz de un hallazgo casual en 1979: durante los trabajos de construcción del embalse de Pinilla, unas máquinas excavadoras perforaron la roca y abrieron una cavidad con restos de fósiles. La cueva del Camino fue interpretada como un asentamiento humano, pero las intervenciones del equipo interdisciplinar dirigido por Baquedano han confirmado que se trata de uno de los tres cubiles de hiena manchada (Crocuta crocuta), la más grande y poderosa, del conjunto de yacimientos, que tienen una cronología que abarca más de 200.000 años.
"Soy un enamorado de las hienas", confiesa el arqueólogo, impulsor del proyecto que arrancó en 2002, también a raíz de otro descubrimiento fortuito cuando paseaba por la zona —un canino de esta especie animal que desapareció hace unos 11.500 años, entre el Pleistoceno Superior y el Holoceno— y mucho olfato. "Son, junto a los humanos, los mayores recolectores de fósiles. Transportan los restos óseos de las presas, grandes mamíferos, a las cuevas para alimentar a sus crías y nos cuentan a través de los coprolitos (excrementos fosilizados) la fauna que había a su alrededor".
En la cueva del Camino se han hallado dos molares de un neandertal de unos 18 años. Unos metros más arriba, en la cueva de la Buena Pinta, otro cubil de hienas descubierto en 2003, ha reportado un hallazgo similar: tres dientes de otro individuo de la misma especie de unos 34-40 años. Ambos compartieron el mismo destino: fueron víctimas y manjar de las hienas.
Entre ambos yacimiento se localiza otro lugar fascinante: la cueva Chica, un sitio muy pequeño, como indica su nombre, que salió a la luz en 2021. Sin embargo, se ha identificado una pequeña ocupación humana con herramientas del Paleolítico Superior. "Es decir, sapiens, que hacen producciones laminosas en vez de lascas", esgrime Baquedano. "No tenemos ni la más mínima duda de que son humanos anatómicamente modernos". El investigador apunta que podría tratarse no solo de los primeros sapiens de la zona, sino también de la Península Ibérica, coincidiendo cronológicamente con los que se asentaron en el norte, en cuevas de Cantabria y País Vasco, tras cruzar los Pirineos. Los resultados de las dataciones de radiocarbono, que se esperan para finales del verano, resolverán la duda.
Pero de momento sigue siendo el valle de los neandertales, a secas y con todas sus complejidades. "No tiene nada que ve la industria lítica del Abrigo de Navalmaíllo con la de la cueva Des-Cubierta. Es la misma materia prima, pero le dieron usos muy distintos", precisa la arqueóloga Belén Marquéz. Varios cientos de metros cuadrados que esconden la historia evolutiva de esta especie humana.
Bajo "la monumental de Pinilla" hay niveles muy antiguos que el equipo interdisciplinar está excavando en busca de restos humanos o de más huesos de bóvidos que arrojen luz sobre la finalidad del espacio ritual. "Que sean trofeos de caza tiene muchas implicaciones, como justificar la autoridad en base al poder. Todo esto implicaría un cambio de paradigma en la evolución humana hacia su conjunto: no somos la única especie humana con capacidad simbólica", insiste Baquedano.
—¿Cuáles son entonces los grandes interrogantes que quedan por resolver?
—Creo que ya conocemos el contexto en el que vivían los neandertales y qué cosas hacían —responde el arqueólogo—. Pero me gustaría ver cómo se desarrollaba su vida cotidiana y, sobre todo, saber cómo pensaban. El gran reto es conocer lo que no fosiliza.