En mayo de 1568 el Tercio Viejo de Cerdeña, de menos de 2.000 hombres, cargó de forma alocada contra las posiciones neerlandesas protegidas por la abadía de Heiligerlee. Las tropas estaban ansiosas por entrar en combate, pero pronto quedaron encerradas en una espiral de fuego entre las zanjas que defendían el bastión. Johan de Ligne, conde de Arembergh, cargó al rescate de la unidad. Un arcabuzazo lo desmontó y murió rodeado de enemigos. Los españoles que integraban el Tercio huyeron en una caótica retirada. Algunos se escondieron en las casas cercanas, donde fueron ahorcados y degollados por los lugareños o fusilados por los vencedores.
Los soldados de Cerdeña lograron refugiarse en Groningen y quedaron sitiados hasta que el ejército de Fernando Álvarez de Toledo, el temido duque de Alba, acudió al rescate. Durante todo el verano persiguieron a los rebeldes por Frisia y los masacraron en Jemmingen. Encerrados en el río Mosa, el ejército neerlandés de Luis de Nassau tiñó sus aguas de rojo y los aterrorizados lugareños vieron cientos de sombreros arrastrados por la corriente rumbo al mar. Los rebeldes no volverían a ser capaces de lanzar una ofensiva hasta 1572.
A su regreso a los cuarteles volvieron sobre Heiligerlee dispuestos a ajustar cuentas. El pueblo estaba vació y decidieron quemar una a una todas las casas. Cuando el duque de Alba vio el cielo anaranjado montó en cólera y ordenó ahorcar a los culpables. Dos días después disolvió la unidad frente a todo el ejército. En una época en la que era preferible la muerte al deshonor, el castigo fue demoledor y más de uno lloró de vergüenza.
Férrea disciplina
Los veteranos soldados, forjados en mil batallas, se integraron en el resto de unidades. El duque ordenó a sus alféreces rasgar las banderas del Tercio veterano y romper sus astas. A los capitanes les dio a elegir entre volver a España o servir como soldados rasos. Su falta había sido grave: soldados y mochileros habían marchado por su cuenta "con tanta insolencia y desorden que, si se les hubiera dado algún mandato particular para hacer aquel daño, siendo en tierra de enemigos, no lo ejecutaran tan puntualmente", relató Bernardino de Mendoza en sus crónicas. Peor aún había sido que sus capitanes no movieran un dedo para impedirlo.
"En el contexto de los Tercios, no había castigo más duro que el sufrido por el Tercio de Cerdeña: la reforma de una unidad, que no solo era un varapalo económico y profesional para los soldados y oficiales de la unidad disuelta, sino, lo que con frecuencia era más importante para ellos, una enorme herida en su amor propio", explica el historiador Leandro Martínez Peñas, de la Universidad Rey Juan Carlos, en su artículo la unidad publicado en la Revista de Historia Militar.
El Tercio había nacido en 1564 en tiempos de Carlos V con la misión de defender Córcega de las guerrillas independentistas y profrancesas que plagaban la isla bajo soberanía genovesa, aliada del emperador. Un año después, el turco lanzó a una brutal ofensiva en Malta y la unidad fue desplegada en la isla de los caballeros de San Juan. Después de la victoria se acantonó en Cerdeña y ahí recibió el nombre.
Álvarez de Toledo era conocido por cumplir a rajatabla las normas de la guerra y por ese motivo lo envió Felipe II a poner orden en los insolentes Países Bajos cuando la gobernadora Margarita de Parma se vio superada por la situación. Al mando de unos 10.000 hombres de los Tercios Viejos de Italia, incluido el de Cerdeña, cruzó los Alpes y a través de señoríos y reinos aliados llegó a Bruselas como nuevo gobernador después de recorrer 1.100 kilómetros, inaugurando de paso el afamado Camino Español.
Su misión era devolver a la obediencia y a la disciplina aquel infernal país de laberínticos canales y ciénagas que se convirtió en un agujero negro de hombres, dinero y recursos para el Imperio español. Su figura marcial pronto atemorizó a los rebeldes y sus aliados. Su tribunal de Tumultos condenó a muerte a 1.083 personas y rumbo a Jemmingen ordenó exhibir en medio del camino el cuerpo de uno de sus soldados que fue ahorcado por insultar a un oficial.
En el asunto intentaron mediar varios oficiales: el soldado no había reconocido el rango del ofendido y no tenía noticia de que había sido ascendido apenas dos días antes. "Por desobedecer a los oficiales", rezaba el cartel de madera que acompañaba al cadáver.
El hecho de que mandase ahorcar directamente a los saqueadores de Heiligerlee no era extraordinario y estaba contemplado en las normas militares. La muerte ultrajante estaba reservada a los traidores, ladrones y amotinados. El resto fue deshonrado con la excepción del regimiento que permaneció en la actual Italia, que no participó en los sucesos, y del maestre de campo Gonzalo de Bracamonte y su hermano Pedro por sus actos heroicos.
Ambos permanecieron al pie de las baterías de artillería en el desastre de Heiligerlee, escupiendo plomo hasta que fue imposible aguantar la posición. Poco después pasó al mando del recién fundado Tercio de Flandes. El de Cerdeña no fue el único en desaparecer por sus faltas al orden; lo mismo ocurrió en 1589 con el de Lombardía por negarse a obedecer las órdenes. Ambos desaparecieron de la historia a costa de su honor por el bien de la disciplina.