A lo largo de la historia se han sucedido numerosos reinos e imperios que marcaron el paso de la política, la cultura y la economía mundial. El Imperio español no fue ninguna excepción. Fue el más grande de la historia por detrás del británico del siglo XIX y del mongol del siglo XIII. Siguiendo la estela portuguesa y la búsqueda de rutas comerciales, en 1492 la expedición de Cristóbal Colón "chocó" con un inmenso y desconocido continente. Los Reyes Católicos y sus sucesores iniciaron y continuaron una política expansiva destinada a lograr y mantener la hegemonía mundial.
Uno de los principales pilares de este proyecto se basaba en el objetivo de difundir el catolicismo por todo el mundo y combatir a los protestantes y luteranos en Europa. Para cumplir este objetivo mundial, los reyes y emperadores hispanos necesitaron de un constante flujo de recursos que motivó nuevas expediciones de colonización y conquista.
Uno de los momentos de mayor expansión territorial de la Monarquía Hispánica se logró durante la llamada Unión Ibérica de Felipe II entre 1580-1598. Gracias a la herencia de sus antepasados y especialmente de su madre, Isabel de Portugal, el devoto emperador reclamó la corona lusa cuando Enrique I murió sin descendencia. Logró ceñirse la corona de Portugal por lo que de la noche a la mañana había unido dos imperios gigantescos bajo su mando. Había logrado un imperio "donde no se ponía el sol". Esta Unión Ibérica no contentó demasiado a los lusos, quienes se independizaron en 1640 aprovechando las numerosas guerras de los españoles y una gran crisis económica.
Sin embargo, fue en 1790 cuando las posesiones y conquistas hispanas alcanzaron su máxima extensión sin contar con Portugal. En este momento, el Imperio español siguió siendo una gran potencia a tener en cuenta durante todo el siglo XVIII. Con cerca de 20.000.000 de km2 y 60 millones de habitantes, sus flotas siguieron navegando en todos los mares y océanos conocidos y sus ejércitos combatieron a cientos de reinos e imperios extranjeros y nativos. Fue su última década de esplendor.
Cinco continentes
En África se mantenían algunas plazas en el norte como Orán, Mazalquivir, Ceuta, Melilla y algunas pequeñas posesiones en Guinea, independizada definitivamente en 1968 como Guinea Ecuatorial.
En el océano Pacífico, la Corona mantuvo sus posiciones en el archipiélago filipino y en la isla de Guam. Durante la época de la unión ibérica ocupó temporalmente Taiwán y algunas regiones de Indonesia e islas en Oceanía. En tiempos de Felipe II incluso se llegó a tramar una posible invasión del imperio Ming en China. Además de este núcleo, en el Pacífico mantuvo diversas posesiones y un control esporádico de numerosas islas y regiones de las Marianas, Carolinas, Salomón, Tahití y Nueva Guinea.
En América, desde 1492 el control del Caribe fue casi imbatible. A la caída de los imperios azteca e inca las posesiones españolas en el continente se dividieron en dos virreinatos: el de Nueva España y el de Perú. Ambos fueron ampliados gracias a los esfuerzos de los conquistadores y virreyes que obligaron a una nueva reforma de la administración colonial con los Borbones, creándose dos nuevos virreinatos: Río de la Plata al sur y Nueva Granada en las actuales Panamá, Colombia, Venezuela y Ecuador.
En 1789 zarpó de Cádiz una expedición científica al mando de Alejandro de Malaspina y José Bustamante. La flotilla compuesta por dos corbetas tuvo el objetivo de dar la vuelta al mundo en una misión científico-política bajo el amparo de la Corona española. Durante 5 años recorrió las costas americanas desde Buenos Aires hasta la lejana bahía de Nootka en el actual Canadá. Desde América pusieron proa a las Filipinas, recalando en las Marianas, Vavau, Nueva Zelanda y Australia.
Durante el viaje, una de las obras cumbres de la Ilustración española, apenas se recorrió territorio extranjero. Con el establecimiento de un pequeño fortín en Nootka, se pudo completar casi toda América de norte a sur atravesando territorio español sin apenas interrupciones. Al menos de forma teórica, ya que muchas regiones estaban desabitadas, eran discutidas o su posesión no estaba del todo clara.
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Bajo el reinado de Carlos IV y Fernando VII, el inmenso Imperio español colapsó debido a diversos factores. Para mantener una inmensa potencia oceánica era necesario contar con una enorme flota a la altura de las circunstancias. En 1805, gran parte de la Armada fue derrotada en la catastrófica batalla de Trafalgar, que pudo haberse evitado. Con la Marina aún convaleciente del golpe, la Península Ibérica fue invadida por sus "aliados" franceses. Durante esta guerra de independencia, los criollos americanos vieron su oportunidad para independizarse debido a su fuerte descontento con la política colonial peninsular.
En 1825, treinta y cinco años después de su máxima extensión, el Imperio español apenas era una sombra de lo que era. España perdió su condición de gran potencia hasta perder definitivamente su título imperial en 1898 con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas. La historia tiene un peculiar sentido del humor. El nacimiento y la muerte del Imperio español están unidos por el mismo nombre a pesar de distanciarse cuatro siglos.
El 3 de julio de 1898 la flota del almirante Cervera fue hundida al completo por los modernos buques de la Marina estadounidense. Entre el humo y las columnas de agua levantadas por la artillería, el último buque en ondear la bandera de España hasta hundirse en aquella decisiva jornada se llamaba Cristóbal Colón.