El año 1492 alberga una serie de hitos fundamentales en la historia de España. El primero fue la conquista de Granada, acontecimiento que confirmó las profecías que dibujaban a Fernando II de Aragón como el defensor del cristianismo. El 31 de marzo, tras "mucha deliberación", los Reyes Católicos ordenaron la expulsión de los judíos de la Península Ibérica. Y poco más de dos semanas después, el 17 de abril, concretaron mediante las Capitulaciones de Santa Fe el compromiso con Cristóbal Colón que daría lugar al viaje del descubrimiento del Nuevo Mundo.
Pero para el soberano, 1492 iba a ser especial por otro motivo más dramático: un intento de asesinato en Barcelona que casi le cuesta la vida. El monarca, "un hombre prudente e inteligente y un gobernante astuto y pragmático", como resume José Ángel Sesma Muñoz, catedrático de Historia Medieval y miembro de la Real Academia de la Historia, en la biografía de Fernando II el Católico (Tirant Humanidades) que acaba de publicar tras toda una vida estudiando al personaje, fue agredido por un trastornado payés catalán que intentó cercenarle el cuello.
El suceso ocurrió a principios de diciembre, durante una visita de los reyes a Aragón y Cataluña con el objetivo de introducir cambios necesarios en las instituciones de estos territorios, reafirmar la autoridad real y recuperar los sentimientos favorables entre las gentes hacia la monarquía. A media mañana del viernes 7, mientras el monarca, mezclado entre sus consejeros y caballeros, descendía las escaleras del Palacio Real para dirigirse a la plaza del Rey, un sujeto se abalanzó sobre él y le tiró un golpe de espada.
A pesar de la cuchillada, logró mantenerse en pie y pidió auxilio al grito de "¡Oh qué traición!". Los primeros en socorrerlo fueron uno de sus mozos de espuelas y su trinchante, que le aguardaban con la mula y se abalanzaron sobre el agresor. "Que no muera ese hombre", clamó Fernando a sus súbditos. Lo condujeron al interior del palacio, le cubrieron la herida —"tan grande y tan honda, que de honda entraba cuatro dedos", según Isabel la Católica— y le dieron un sorbo de vino para reanimarse, pero tuvo el efecto contrario y se desmayó.
Los médicos y cirujanos comprobaron que el profundo corte, que cerraron con siete puntos, no había tocado la yugular, sino que siguiendo una dirección muy vertical afectaba a la zona por debajo de la oreja y a la parte más interior del hombro, sin afectar al cuello. Aplacado el revuelo del primer momento —se llegó a extender el rumor de que habían matado al rey—, parecía que Fernando se había salvado del ataque milagrosamente o, como dijo la reina, "hízolo Dios con tanta misericordia, que parece que se midió el lugar por donde podía ser sin peligro, y salvó todas las cuerdas y el hueso de la nuca y todo lo peligroso".
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"Pocas horas después del atentado, se despacharon correos a los gobernadores y a las autoridades de las principales ciudades de la Corona, firmadas por la propia mano del rey, dando una versión del suceso que eliminaba cualquier daño sufrido por su persona y salvando de forma rotunda la fidelidad de Barcelona", relata Sesma Muñoz.
Aunque se desechaba así una supuesta conjura y traición de los catalanes, al principio "nadie pensó en la posibilidad de una represalia por parte de algún converso perseguido por la Inquisición, un judío expulsado o, incluso, un musulmán vengando la reciente pérdida de Granada", continúa el historiador y biógrafo. "Lo cierto es que, incluso la reina, según lo escribió unos días más tarde a fray Hernando de Talavera, también sentía 'que esto hubiera sido tramado por los catalanes' y la convicción de una conjura gestada en Cataluña era general y se mantuvo bastante tiempo".
Una brutal ejecución
Dos días después, la salud de Fernando el Católico empeoró de forma preocupante, lo que reavivó la posibilidad de un desenlace fatal —de hecho, se llegó a preparar un plan de huida por mar del heredero, el príncipe Juan, por si se confirmaba el complot catalán—. El cronista Pedro Mártir de Anglería escribe que "se llenó la corte de luto al difundirse el rumor de que el rey estaba para expirar y no llegaría al día siguiente".
Seguramente debido a la infección de la herida, el monarca aragonés se desvaneció, "sacando la lengua completamente hinchada" y con las mejillas encendidas de "un rojo de fuego". Llegó incluso a sufrir un paro cardiaco y solo, "tras repetidos zarandeos, el corazón recobró la normalidad de su ritmo". Fueron dos semanas de zozobra hasta que Fernando empezó a recuperarse y el riesgo de fallecimiento desapareció. El 9 de enero de 1493 cabalgó por primera vez por las calles de Barcelona.
¿Pero quién fue el agresor y cuáles las motivaciones? El hombre, un payés de remensa llamado Joan y procedente del lugar de Canyamás, en el Vallés, cerca del castillo de La Roca, había sido apresado y torturado para explicar el intento de regicidio. "La versión oficial definitiva fue que había actuado solo, sin ayuda ni consejo de nadie, y que era un pobre loco e insensato", cuenta Sesma Muñoz. "Explicación que en los días siguientes se completó, para alejar más la posibilidad de creer en una conjura, introduciendo la influencia diabólica que le había inducido un odio al rey y el convencimiento de que si lo mataba él ocuparía su lugar".
Joan fue sentenciado a muerte —por orden real o la justicia de la ciudad, dependiendo de la fuente— y ejecutado de forma escalofriante. El agresor del rey fue conducido completamente sobre un carro de leña, atado a un madero, en un largo trayecto que arrancó en el punto del delito. Allí comenzaron a cortarle partes del cuerpo para seguir el itinerario de la procesión del Corpus, deteniéndose una y otra vez para torturarle y desmembrarle. Todos los trozos fueron quemados fuera de la localidad y las cenizas esparcidas.
Príncipe del Renacimiento
Nicolás Maquiavelo propuso a Fernando el Católico como modelo de gobernante ideal para el futuro. El embajador Francesco Guicciardini opinó que "desde Carlomagno hasta aquí no ha existido en toda la cristiandad un príncipe semejante". "A este le debemos todo", dijo Felipe II en una ocasión al contemplar un retrato de su bisabuelo, que fue rey de Sicilia 48 años, reinó en Aragón durante 37 y gobernó Castilla durante 42 —de ellos, 32 como consorte de Isabel—. Además, en 1510 el papa Julio II le otorgó la soberanía sobre Jerusalén.
Miguel Ángel Sesma Muñoz repasa en esta estupenda y profunda biografía académica la trayectoria vital del monarca aragonés, un auténtico "príncipe del Renacimiento", un hombre de Estado hecho para ser rey. En la obra analiza su papel en la consolidación de la identidad de la Monarquía Hispánica, pero también aborda una serie de episodios en los que el azar le sonrió, desde la intrincada boda con la soberana de Castilla hasta el fallido apuñalamiento. El historiador desmonta además algunos de los tópicos que envuelven la figura de Fernando: no murió por un brebaje de afrodisiacos.