La historia de la enigmática civilización de Tarteso ha dado muchas vueltas en apenas cien años. El mito que compró el arqueólogo alemán Adolf Schulten sobre una región legendaria de riquezas fabulosas y héroes míticos se ha transformado ahora, gracias a las investigaciones científicas, en una cultura que se desarrolló entre los siglos VIII y V a.C. en el suroeste de la Península Ibérica y que fue una fusión del mundo indígena del Bronce Tardío Atlántico con el de los colonos fenicios procedentes del Mediterráneo.
Sin embargo, los arqueólogos y los historiadores todavía debaten sobre los límites geográficos y cronológicos de lo que fue Tarteso. Una corriente que ha tenido mucha fuerza hasta hace no mucho fija su final en la crisis que experimentó en el siglo VI a.C. su núcleo principal, el valle del Guadalquivir. En este momento, el territorio que comprende las actuales provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla, sufrió una transformación que supuso la reforma de su modelo de ocupación y su cultura material. Las razones aducidas varían entre las políticas, las comerciales y las climáticas, como la posible existencia de un tsunami.
Pero una serie de yacimientos hallados en las últimas décadas, como El Carambolo (Camas, Sevilla) y su excepcional conjunto de piezas de orfebrería, o Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz), probablemente un santuario que según los investigadores es el edificio mejor conservado de la arqueología protohistórica del Mediterráneo occidental y donde se ha documentado una hecatombe animal intacta, han cambiado este paradigma. Entre los siglos VI y V a.C., después de la llamada "crisis de Tarteso", esta civilización mudó su núcleo más al norte, en el valle medio del Guadiana, y allí registró su cénit económico y cultural.
Los investigadores que defienden esta hipótesis se enfrentan, no obstante, a un final también enigmático: ¿qué ocurrió con su población y con sus asentamientos entre finales del siglo V a.C. y principios del IV a.C.? ¿A dónde se trasladaron los habitantes de este territorio tras el ocultamiento y abandono de sus edificios? Este es unos de los interrogantes que aborda la arqueóloga Esther Rodríguez González, codirectora de los trabajos arqueológicos en El Turuñuelo, en el libro El final de Tarteso. Arqueología Protohistórica del Valle Medio del Guadiana, editado por el Instituto de Arqueología de Mérida y que recoge toda la información disponible para consolidar la idea de esa segunda y esplendorosa etapa en la historia de esta civilización.
"Nada en el registro arqueológico permite deducir la existencia de una crisis interna en el sistema, pues no existen indicios que definan el empobrecimiento de los asentamientos ni la reducción de su extensión, de modo que solo cabe suponer el acontecimiento de un hecho abrupto e inesperado que forzase a la población que habitaba este espacio a clausurar sus edificios y marcharse en busca de otras regiones donde el desarrollo de la vida fuese posible", escribe la doctora en Arqueología por la Universidad Autónoma de Madrid.
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Fue un traumático final confirmado por un único nivel de destrucción. Los tartesios ocultaron grandes edificios, y con ellos sus riquezas, como los de Cancho Roano, La Mata o Casas del Turuñuelo. Pero en algunos casos, como este último, la minuciosa y planificada ceremonia de clausura del sitio hace imposible que se hubiese realizado en un contexto de invasión o de conquista. No se ha encontrado ninguna evidencia en el registro arqueológico que confirme alguna de las primeras teorías propuestas, como una crisis generalizada en la Península Ibérica a finales del siglo V a.C., una segmentación de las aristocracias terratenientes que habría provocado la ruptura del equilibrio entre la ciudad y el campo o la llegada y presión de las poblaciones de la Meseta.
Esther Rodríguez explica que las últimas investigaciones han propuesto una nueva causa: el cambio climático. No se trataría de un episodio devastador, sino de una prolongada temporada de inundaciones. Eso al menos es lo que se ha extraído de las excavaciones en el patio de Casas del Turuñuelo, donde se ha identificado un nivel de anegación que afectó al sitio justo antes de su clausura.
"Gracias al empleo de modelos predictivos de inundaciones hemos conseguido documentar la existencia de crecidas periódicas del Guadiana acontecidas cada 500 años que debieron afectar a muchos de los enclaves ubicados en las márgenes de su cuenca", desvela sobre los resultados de las investigaciones del paleopaisaje. "Las inundaciones convertirían las tierras en improductivas, al mismo tiempo que arrasarían los entornos inmediatos a los yacimientos, lo que complicaría el desarrollo de la vida y la producción en estos enclaves, obligando a la población a buscar mejores tierras en las que establecerse". Esta hipótesis deberán confirmarla los análisis de las semillas y la fauna recuperadas en los yacimientos, así como los estudios geomorfológicos.
¿Qué pasó tras la desaparición de Tarteso? Después de un breve hiato, los habitantes del Guadiana Medio inauguraron la cultura de los oppida, de los poblados fortificados en altura. "Como tarea pendiente, queda por determinar a dónde fueron a parar las poblaciones que ocuparon los asentamientos durante la próspera etapa anterior, pues, aunque lo lógico sería pensar que son ellos los que inauguran esta nueva fase del poblamiento capitaneada por los yacimientos en altura, los restos arqueológicos para sostener esa hipótesis siguen siendo muy débiles", concluye la investigadora.