Fue un momento climático de frío extremo y seco que convirtió el paisaje del norte de la actual provincia de Guadalajara en una suerte de estepa, dominada por pinos y enebros y con poca presencia de árboles caducifolios y especies florales. Durante más de 5.000 años, y a pesar de las inclemencias, varias generaciones de cazadores-recolectores se asentaron y buscaron refugio bajo un abrigo cercano al cauce del río, en el municipio de Embid. Cazaron, hicieron fuegos, fabricaron herramientas y adornos y seguramente construyeron cabañas de madera para sobrevivir al periodo final y más extremo de la última glaciación o Edad del Hielo.
Diversos estudios han identificado la Península Ibérica como la guarida de los grupos humanos durante el gran invierno del Paleolítico superior, especialmente durante sus picos más fríos, como el Último Máximo Glacial, cuyo momento álgido se registró hace unos 21.000 años, o el Evento de Heinrich, ocurrido entre hace 18.000 y 16.000 años. Lo relevante del yacimiento de Charco Verde II, descubierto en 2019, es que se localiza en el interior de Iberia y no en las zonas litorales de temperaturas más suaves, concretamente en una de las regiones pobladas más frías de la España actual, a excepción de la alta montaña.
"Todo esto choca frontalmente con la idea clásica que asumía que el interior de la Península Ibérica fue un territorio muy poco habitado (cuando no completamente despoblado) durante las etapas frías del Paleolítico superior, debido a que los grupos humanos no se adentraron en las altas tierras mesetarias para evitar su rigor climático y ambiental en comparación con las benignas zonas costeras", explica a este periódico Manuel Alcaraz Castaño, profesor de Prehistoria de la Universidad de Alcalá y uno de los autores principales de un artículo publicado en la revista PLOS ONE en el que se da a conocer la singularidad de Charco Verde II para comprender las estrategias de movilidad, asentamiento y supervivencia de los cazadores-recolectores.
El yacimiento, en "un excepcional grado de conservación y de un tamaño considerable" y localizado bajo un abrigo de dolomía a los pies de la Sierra de Caldereros, la línea divisoria entre las cuencas del Ebro y del Tajo, presenta una secuencia de ocupación con hasta cinco niveles de tecnologías magdalenienses —industria lítica tallada, así como utensilios fabricados sobre materias duras animales y algunos elementos de adorno, como conchas perforadas y moluscos—, la última cultura del Paleolítico, que abarca aproximadamente desde hace 21.000 hasta hace 15.000 años. Los análisis de las muestras de polen, maderas carbonizadas y sedimentos recogidos en el sitio confirman que el clima fue especialmente árido y frío durante esa época.
"El resto de yacimientos magdalenienses conocidos en el interior de la Península Ibérica en algunos casos incluyen también momentos de ocupación bien datados en períodos fríos, como en los abrigos de Estebanvela, Buendía o Gato 2, pero no siempre existen datos paleoambientales, cronométricos y estratigráficos que, conjuntamente, permitan caracterizar correctamente el contexto ecológico de las ocupaciones en una época determinada", añade el investigador, miembro de un equipo interdisciplinar coordinado por Área de Prehistoria de la Universidad de Alcalá y el Geoparque Mundial Unesco Comarca de Molina – Alto Tajo.
[Un evento glacial extremo acabó con los primeros humanos de la Península Ibérica hace 1,1M de años]
Estancia prolongada
Los resultados obtenidos en Charco Verde desafían la historia del poblamiento peninsular durante el Pleistoceno superior y demuestran el alto grado de adaptación ambiental de los grupos humanos que habitaron el interior peninsular durante el Último Máximo Glacial. Sin embargo, todavía quedan por resolver interrogantes relativos a la época de ocupación, la duración o la funcionalidad específica del sitio.
"La alta densidad de material arqueológico, la presencia de productos de talla lítica correspondientes a todos los pasos de la cadena de fabricación de utensilios, la abundante presencia de fauna con signos de carnicería, elementos de adorno y estructuras de combustión (fuegos), indican un importante componente residencial en el tipo de ocupación", subraya Alcaraz Castaño. "Es decir, que el abrigo no fue utilizado como un simple 'alto de caza', sino que fue ocupado durante un tiempo prolongado".
Por el momento, los investigadores manejan algunas hipótesis. "Los grupos de cazadores-recolectores siguen estrategias de movilidad y asentamiento que en muchos casos responden a patrones estacionales", detalla el prehistoriador. "Así, lo más probable es que las ocupaciones registradas en Charco Verde, dada su localización geográfica y altitud [Embid está a 1050 metros sobre el nivel del mar], se produjeran durante la primera-verano, y no durante el otoño-invierno, cuando además la insolación en el abrigo era muy reducida debido a su orientación al noroeste".
Aunque todavía es pronto para dar por cierta esta idea, el equipo investigador sí ha podido determinar que el entorno del yacimiento les permitía obtener recursos animales, centrados en la caza del caballo y la cabra, así como vegetales, de los que como mínimo utilizaron la madera de árboles como el pino y el enebro para hacer fuego.
"Nuestro equipo defiende que, dada la más que probada capacidad de adaptación del ser humano para vivir en ambientes y paisajes de todo tipo, incluyendo paisajes extremos como los habitados por los pueblos inuit del Ártico, no deberíamos considerar que la biogeografía fue un condicionante limitador para los patrones de asentamiento de los cazadores-recolectores paleolíticos", cierra Manuel Alcaraz Castaño. "Siempre que haya recursos naturales disponibles y que estos sean relativamente predecibles, los seres humanos somos capaces de adaptarnos casi a cualquier cosa".