El reino visigodo, uno de los más poderosos, cultos y ricos de Europa occidental, se precipitó hacia el abismo de una forma vertiginosa entre finales del siglo VII y principios del VIII. En apenas un par de décadas, todo su dominio fue arrasado por los ejércitos del Califato de Damasco. Las causas son variadas y complejas, pero en los últimos años algunos investigadores han señalado la importancia que tuvo el cambio climático en el hundimiento del sistema socioeconómico de este pueblo y en el éxito de la conquista islámica.
En su libro Los visigodos. Hijos de un dios furioso (Desperta Ferro, 2020), el historiador José Soto Chica explicaba que a partir del año 680, las cosechas y la economía colapsaron por la bajada de la temperatura en tres grados y el descenso de los niveles de lluvia. También hubo hambrunas devastadoras que contribuyeron al debilitamiento de la población y, en consecuencia, a la reaparición con mucha fuerza de la peste bubónica, que se llevó a un tercio de la población en apenas tres décadas. Una coyuntura extrema coronada por la inestabilidad política: a la muerte del rey Witiza (710/711) estalló una guerra civil que facilitó la conquista de las tropas islámicas.
Esas hipótesis acaban de ser confirmadas por un trabajo multidisciplinar (paleovegetación, geoquímica, historia y arqueología) realizado por investigadores de la Universidad de Granada y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Según los resultados de un estudio publicado en la revista Nature Communications y que integra los datos aportados por más de un centenar de registros de polen procedentes de distintos sitios y cuevas de la Península Ibérica y el norte de África, en el periodo comprendido entre los años 695 y 725 se registró el pico de aridez máxima de los últimos 5.000 años.
Durante este periodo, la vegetación disminuyó y los visigodos, cuya economía estaba basada fundamentalmente en el éxito de las cosechas, desarrollaron en las zonas rurales diversas técnicas de subsistencia. Entre ellas destacaron las acequias de careo para rellenar los acuíferos, leyes más duras para evitar disputas por el agua y asegurar su buen uso y una mayor preocupación por lo trascendental: invocaciones al auxilio divino y de los santos, amén de una visión apocalíptica del tiempo que les tocó vivir, y diversas políticas en torno a la posesión de la tierra y la gestión del espacio agrario.
En diversas fuentes históricas se encuentran crudos relatos sobre esta crisis. El XII Concilio de Toledo tuvo lugar en noviembre de 681 "para ayudar a un mundo en colapso". La asamblea religiosa de dos años más tarde se celebró "en el peor momento de un tiempo terrible, cuando todas las tierras, en el peor momento del invierno, están cubiertas por fuertes nevadas y temperaturas glaciales". La Crónica mozárabe, elaborada en 754, recoge que durante 702-703 y 710-713 "el hambre y la peste asolaron Hispania". La Crónica de Alfonso III coincidía en las causas de la decadencia del Reino de Toledo: "Los godos perecieron parte por la espada, parte por hambre".
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"Mis hipótesis no dejaban de ser la aseveración de un historiador en base al estudio de las fuentes. Otros historiadores han cuestionado esos textos diciendo que era una exageración, que se trataba más bien de una visión apocalíptica", explica a este periódico José Soto Chica, también uno de los firmantes del estudio liderado por Jon Camuera. "Lo relevante de este estudio es que esos textos en los que yo me basaba ahora tienen un refrendo que es la ciencia pura y dura".
Un factor fundamental
Los registros polínicos tomados en sedimentos de lagunas del norte de África y Península Ibérica revelan que un género de plantas relacionada con la extrema aridez, la Artemisia, tuvo en el siglo VIII su máximo histórico en miles de años. Por lo que dicen las fuentes de la época, su abundancia ha de explicarse más bien a factores climatológicos que a la acción humana (deforestación, ganadería, etcétera). También los datos recabados en espeleotemas de cuevas, más difíciles de ser contaminados por la mano del hombre, se registró en ese momento un mínimo de precipitaciones. Unos datos que coinciden además con un pico por abajo de los niveles de insolación solar.
"Ya no son solo las palabras de unos cronistas. No, estaban diciendo la verdad: se estaban muriendo de hambre. Hay pruebas científicas que constatan que a principios del siglo VIII la Península Ibérica vivió un periodo de extrema aridez como no se ha vuelto a ver", sentencia el historiador medieval, que a finales de octubre publicará una biografía sobre el rey visigodo Leovigildo. Don Rodrigo, además de a las tropas del general berber Tariq, tuvo que hacer frente a otro enemigo invisible.
Y añade: "En una sociedad tardoantigua basada en la agricultura eso significaba hambruna, desórdenes políticos, una mayor exposición a las pandemias, como la peste bubónica... En definitiva, el colapso de un reino. Es mucho más fácil conquistar un reino con esos problemas de hambrunas, epidemias, luchas políticas y desórdenes sociales que enfrentarse a uno en su apogeo. Esa fue la suerte de esos ejércitos integrados por bereberes, árabes o coptos que desembarcaron en 711 y se encontraron un reino muy debilitado. No estamos diciendo que fuera el factor principal, sino que el clima jugó un papel muy importante a la hora de explicar la caída del reino visigodo y el triunfo de la expansión omeya en el norte de África y en la conquista de la España visigoda".
Los registros polínicos, palehidrológicos, arqueológicos y la información recogida en las fuentes históricas muestran cómo las sequías persistentes pudieron haber influido en las condiciones económicas, sociales y políticas del reino visigodo y de al-Ándalus entre los siglos V y X. El estudio desvela que entre los años 450 y 950 se registraron cuatro eventos áridos, siendo el más pronunciado, como muestra la máxima abundancia de Artemisia y xerófitos, otra planta que sobrevive en ambientes de poca agua líquida, el que coincidió con la invasión islámica.
En sus conclusiones, los investigadores aseguran que "aunque la crisis social y política visigoda pudo haber comenzado antes del período de sequía registrado por los datos polínicos, podemos concluir que la extrema y persistente sequía de finales del siglo VII y principios del VIII en la Península Ibérica pudo haber tenido un impacto negativo en la producción de alimentos, dañando la economía principalmente agrícola y las actividades pastoriles, desencadenando (al menos parcialmente) la inestabilidad social y política que podría haber afectado la decadencia del reino visigodo y las primeras fases de la consolidación de al-Ándalus".