Tres indicios clave señalan al yerno como asesino de la viuda de la CAM
Dos balas modificadas, la organización de la cita y la ausencia de terceras personas en las cámaras marcan a Miguel López como principal sospechoso.
9 febrero, 2017 03:23Noticias relacionadas
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Los agentes encontraron dos casquillos de bala en el suelo, junto al coche de María Consuelo Martínez. Eran del calibre 38 especial, una medida propia de revólveres, mientras que los proyectiles encontrados en su cuerpo eran puntas de nueve milímetros. En teoría, las dos medidas son compatibles. Pero la diferencia indicaba que las balas eran de terminación casera, ya que las casas comerciales no combinan en sus cartuchos vainas y balas con distinta terminación.
Eso tenía dos implicaciones para los investigadores. Por un lado, sería más complicado seguir la ruta de la munición, ya que había sido comprada por partes y sellada en un torno por alguien con conocimientos específicos. Pero por otro, solo una persona acostumbrada a recomponer balas con este tipo de herramientas estaba en el punto de mira de los investigadores. Eso cerraba mucho el círculo. Y más cuando los agentes supieron que Miguel López, yerno de la asesinada y detenido este miércoles como principal sospechoso del crimen, tenía desde hace años una licencia de tiro olímpico.
Por eso, horas después de su detención, los policías que investigan el caso registraron a conciencia tanto el concesionario como otros dos inmuebles controlados con el yerno de María Consuelo Martínez en busca del arma con la que presuntamente se cometió el crimen. Sobre los investigadores pesaba también otra idea: es común que los especialistas de esta disciplina deportiva fabriquen su propia munición. Pero disparar una bala de 9 milímetros con un cañón del 38 (que es más ancho) hace que la punta quede sin las estrías únicas que sirven para identificar cada arma. Otro problema añadido. Otro detalle que conocería un experto en tiro y que -de ser cierto- perjudicaría la investigación.
Prueba de pólvora negativa
Miguel López fue identificado desde el primer momento como la última persona que vio a su suegra con vida. Pronto aparecieron los primeros rumores de una familia rota. De unos hermanos peleados por el dinero y una madre dispuesta a apostar por el modelo de gestión planteado por su primogénito: se acabó el reparto a partes iguales. El dinero llegaría ahora en proporción al grado implicación y horas invertidas en el holding familiar.
El móvil para el crimen estaba servido. Pero la prueba de medición de pólvora realizada a Miguel horas después de que apareciera el cuerpo había dado negativo. ¿Alguna explicación lógica? Solo tres: o los agentes se han confundido y el empresario es inocente, o Miguel disparó con guantes. La tercera es una variación de la anterior; que disparara el arma, se lavara y se cambiara de ropa antes de que llegaran los investigadores.
Hay otra pieza que no encaja en el puzzle de Miguel empuñando un arma: el ruido de la pistola. Tanto los trabajadores del concesionario como el propio empresario declararon ante los agentes que no hubo ruido alguno en el momento de la muerte de la viuda de Vicente Salas. Ninguna detonación que les alertara de los disparos. Los investigadores valoran la tesis de que el detenido, al montar sus propias balas, pudiera cargarlas con menos pólvora de lo normal para conseguir mucho menos ruido. Lógicamente, la bala perdería velocidad y trayectoria. Pero eso no supone un problema si los disparos, como en el caso de María Consuelo Martínez, son a quemarropa.
Nada en las cámaras
Durante días, los agentes valoraron también la posibilidad de que el asesinato fuera un trabajo realizado por un profesional. El uso de balas modificadas era también compatible, pero había un problema: ni una sola persona extraña entraba o salía del concesionario en el momento del crimen. La viuda de Vicente Salas había muerto en el lavadero, la única zona sin cámaras del edificio. Pero era imposible que el asesino se desplazara hasta allí sin ser captado por alguna de ellas. No había rastro. Ni dentro del edificio ni en la veintena de establecimientos aledaños, cuyas cámaras de seguridad han sido también analizadas a conciencia. No hay figura sospechosa que entre o salga de la zona a la hora del crimen. Nada que avale la tesis de una tercera persona ajena al concesionario capaz de apretar el gatillo y desaparecer sin ser visto.
Llegó entonces el momento de analizar el lugar del crimen: un lavadero que María Consuelo Martínez difícilmente pisaba, ya que aunque el Porche Cayenne que llevaba aquel día era de su propiedad, ella solía conducir un coche más modesto. ¿Qué probabilidades hay de que la viuda de Vicente Salas coincida con su asesino, preparado para el asalto, en aquella zona sin cámaras, sin saber de antemano que acudiría? Ninguna. ¿Y quién organizó el encuentro? Según los informes policiales fue su yerno, ahora detenido, el encargado de fijar la cita para que la víctima recogiera el vehículo a las seis y media de la tarde. Poco después de recibir las llaves, falleció.