Álvaro Lario (Madrid, 1977) aterriza en España apenas una semana antes de tener que volar a Dubái, donde se celebrará la 28ª Conferencia de las Partes (COP28) de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Su labor como presidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola de la ONU (FIDA) es estar allí, defendiendo la adaptación como elemento sine qua non para el futuro del ser humano en la Tierra.
Entre reunión y reunión, Lario hace un hueco en su apretada agenda para charlar con EL ESPAÑOL. Nos reunimos en un hotel de la madrileña Plaza de España para hacer una evaluación previa a la cumbre del clima que da comienzo el día 30 de noviembre.
FIDA apuesta por poner la adaptación al cambio climático al mismo nivel que la mitigación en esta cumbre del clima de Dubai. ¿Lo ve realmente viable? ¿Están los Estados por la labor?
La realidad actual es que la inversión en adaptación es entre 10 y 12 veces menor que la inversión en mitigación. Es más sencillo enfocarse en la inversión en mitigación, especialmente en los países desarrollados, que en la adaptación que necesitan los países en desarrollo y especialmente las comunidades rurales en las cuales FIDA trabaja. Es más fácil desarrollar una planta de hidrógeno en África que enfocarse en cómo apoyar a invertir en los pequeños agricultores en las zonas rurales y cómo ayudarles a sobreponerse a las sequías, las inundaciones, los ciclones, etc.
¿De ahí esa obsesión con la mitigación?
El mundo entero se enfoca más en la mitigación, que es muy importante también para cambiar el actual modelo productivo, salir de los combustibles fósiles y hacer una transición energética justa. Al final de lo que estamos hablando es de modelos productivos y de financiación.
El mundo desarrollado, durante muchos años, ha tenido un modelo industrializado de gran consumo de combustibles fósiles, mientras que hay buena parte del planeta que no se ha desarrollado y que todavía no se ha industrializado. La cuestión es cómo hacerlo de una manera que no incremente todavía más el cambio climático.
Complicado, ¿no cree?
Lo que está claro es que ni los países en desarrollo, ni especialmente las comunidades pobres, lo pueden hacer sin inversiones y sin apoyo de financiación. No es posible. En este sentido, la cumbre del clima es un buen momento donde tanto los países ricos y poderosos como los pobres se reúnen junto al sector privado y a la sociedad civil, y tenemos estas conversaciones y vemos cuál ha sido el progreso.
¿Ha habido progreso?
Ha habido muchos anuncios que no se han cumplido, como el de 2009, por ejemplo, de 100.000 millones de dólares de financiación climática al año. En 2019 en Glasgow hablamos de pasar a 40.000 millones al año en financiación de adaptación al clima. Vamos por 21.000. Veremos cuál ha sido el progreso y si de verdad se ha cumplido buena parte de los anuncios.
¿Es optimista en este sentido?
Es cierto que estamos, desde el último año, por ejemplo, anualmente muy cerca de los 100.000 millones. Lo que no está muy claro es si eso va a continuar de manera anual, que era la promesa, o es un algo acumulativo de todas las inversiones que se han producido.
Vemos desarrollos positivos como es también el Fondo de Compensación de Pérdidas y Daños. Todavía no se ha producido una clarificación de la gobernanza, que es una parte muy importante, de dónde va a estar el fondo en sí. Se habla de que el Banco Mundial a lo mejor no es el sitio correcto… Se habla también de quién va a contribuir.
Sabemos que ha habido países que han contribuido. Ahora, por ejemplo, España todavía no ha contribuido, pero sí que existe la posibilidad de que contribuya en esta COP.
También tenemos, por ejemplo, canjes de deuda por naturaleza. Tenemos la posibilidad de utilizar garantías para conseguir movilizar al sector privado.
Son muchas promesas…
No va a haber una sola medida que lo vaya a solucionar [el cambio climático]. Pero sí que es cierto que la evolución de los bancos de desarrollo y que puedan prestar más, que se enfoquen no solo en el desarrollo, sino también en el clima, es positivo. Pero ni las cifras de seguridad alimentaria ni las del clima ni las actuales cifras de financiación son claramente suficientes.
La emergencia climática pone en jaque la seguridad alimentaria en todo el planeta, también en España. Según el último informe de la ONU, si no se toman medidas urgentes de reducción de gases de efecto invernadero, el calentamiento global podría acercarse peligrosamente a los 3 °C por encima de la temperatura preindustrial a finales de siglo. ¿Cuál sería el peor y el mejor escenario posible para la agricultura?
Las predicciones son muy difíciles de hacer. Lo que sí sabemos es que de aquí al 2030 las mejores cifras que estamos viendo dicen que tendremos todavía 600 millones de personas bajo inseguridad alimentaria, lo cual me parece alarmante. Estamos hablando de dentro de seis años. En un mundo tan rico y con los recursos que tenemos, no es aceptable. Estamos viendo que hay países como Somalia y otros en África que deciden ya dejar las tierras como no aprovechables por la degradación.
Hay que empezar pensar en el ahora cuando hablamos de crisis climática.
Lo importante ya no es el 2100, sino ahora mismo todas las personas que están siendo impactadas por todos estos eventos extremos. En Malawi, que tenemos también operaciones, vemos los ciclones. En Pakistán, con las inundaciones, un tercio del país dejó de tener la posibilidad de producir arroz, y eran el cuarto productor mundial. Eso tiene un impacto en los precios del arroz, incluido en los países desarrollados. Todo está conectado.
Es muy difícil saber lo que va a ocurrir de aquí al 2100, pero sí sabemos lo que va a ocurrir de aquí a cinco años casi seguro, tanto en temas de inseguridad alimentaria como de degradación de tierra, de bosques, etc. Hay personas que están sufriendo ahora mismo ese impacto todos los días y que no pueden tener una vida medianamente digna ni pueden incluso producir alimentos. Por eso a lo que queremos apelar a la comunidad internacional, a los gobiernos, es que las soluciones de adaptación tienen que venir ahora, no en el 2050.
Todo está conectado y todos nos repercute, ya sea con la llegada de refugiados climáticos o con la escasez de determinados alimentos, que encarecerá —o más bien, encarece— los precios.
Y cientos de millones de personas ya están siendo afectados. En el Sahel, que es una zona especialmente complicada, tenemos ya conflictos entre los pastoralistas y los nómadas por recursos.
Los hídricos son especialmente preocupantes…
En agua, vemos el cuerno de África, Egipto… ya hay bastantes complicaciones respecto a ella. Va a ser uno de los temas de este siglo. Lo vemos en los países desarrollados, pero especialmente en los países en desarrollo. En el caso de la agricultura, es claro que sin agua, sin terrenos fértiles, no puedes producir.
Tampoco sin acceso a financiación, acceso a tierra y otros muchos temas. En este caso es fundamental que trabajemos teniendo en cuenta cuáles son los retos, no asumiendo que el clima es algo que va por separado de la agricultura.
¿Eso está ocurriendo?
Esto sí que se ha producido tanto dentro de la Unión Europea, que ha provocado algunos retos políticos, lo vemos en los gobiernos, en Holanda, en Bélgica, en Irlanda… pero claramente tenemos que enfocarnos también en esa sostenibilidad. No podemos acabar con todos los recursos ni hídricos ni de la Tierra ahora, porque después van a sufrir las consecuencias las siguientes generaciones.
¿Se plantean como problemáticos los posibles cambios de gobiernos que se acerquen a posturas más negacionistas? Como hemos visto ahora mismo en Holanda o en Argentina. Se habla de que Trump podría volver a la Casa Blanca…
Los retos cada vez son más globales y, en cambio, estamos viendo cada vez más políticas nacionalistas y cada vez menos multilaterales. Vemos que se ofrecen soluciones sencillas a problemas complejos. Es lo que podríamos llamar populismo. Y en muchos casos una población que ha sido afectada por la inflación, por pérdida de poder adquisitivo, con lo cual es un caldo de cultivo… Es sencillo para las poblaciones intentar buscar soluciones simples a problemas muy complejos.
Hemos visto que la globalización no ha funcionado para todos, que el crecimiento no es por igual y no afecta por igual a todos los estratos de la población. Esa parte de inclusión, de asegurarnos que el crecimiento, la inversión, acaba impactando a todos y no a unos pocos, es muy importante. Si no, estaremos sentando cada vez más caldo de cultivo para soluciones sencillas a problemas complejos.
¿Cómo proponen solucionarlo desde FIDA?
Para nosotros el consenso, la capacidad de diálogo, la inclusión de las poblaciones marginales es muy importante. Si no, estamos dejando a buena parte de la población fuera de las soluciones y a merced de ser cada vez más impactada por estos retos globales.
Desde FIDA, desde Naciones Unidas, desde nuestra perspectiva, el consenso, el caminar juntos, el poder llegar a acuerdos, el diálogo y lo vemos cada vez más en los conflictos que estamos viendo, es cada vez más relevante. Las soluciones fáciles nos suelen traer soluciones a estos problemas.
Los conflictos parece que no hacen más que aumentar.
En el caso del mundo humanitario y del desarrollo, hemos visto que este incremento de conflictos cada vez lo que hace es que tengamos que invertir más en apoyo humanitario. La ayuda humanitaria está aumentando en dos dígitos durante las últimas décadas, pero nunca va a ser suficiente a no ser que de verdad afrontemos los problemas estructurales y de raíz que en muchos casos tienen que ver con la desigualdad. Y es importante decir la desigualdad entre países, pero también la desigualdad dentro de un país.
Muchas veces el problema para la ciudadanía, especialmente en Occidente, es que parece que estamos hablamos de lugares muy lejanos. ¿En qué se parece un agricultor español de uno somalí?
El tipo de apoyo del gobierno o de inversiones puede ser diferente, pero el tipo de negocio es lo mismo. Dependen de la tierra, del clima, del acceso a la financiación, de la tecnología, del cómo poder vender sus productos a un precio que sea digno. Estoy seguro de que esa empatía existe. Es cierto que muchas veces pensamos que lo nuestro va primero, que lo nacional va primero. La realidad es que el mundo es muy complejo.
Cuando vemos las cifras de inmigración, cuando vemos muchas personas, en el caso de España, llegando en cayucos, la realidad es que eso viene de una falta de oportunidades en su país, una falta de poder tener una vida digna, de poder tener unos ingresos que les permitan alimentar a su familia, llevar a su familia al colegio exactamente igual que lo que tenemos en España o en otro país desarrollado.
¿Qué ocurrirá si esa realidad no cambia?
Nigeria, el país más poblado de África, tiene ahora mismo 200 millones de personas. En 2050 sabemos que serán 400 millones. La gran mayoría tendrá 18 años o menos. No hace falta que continúe con cuáles pueden ser las consecuencias de eso, ¿no?
República Democrática del Congo pasará de 90 millones a 200 millones. Níger, que hemos visto en los acontecimientos políticos, tenía una población de 3 millones y creció a 23 millones. Para el 2050 estará en más de 60 millones, triplicada. Población en su mayoría por debajo de 18 años.
No van a estar contenidas las soluciones en un país o en una región; van a haber consecuencias en términos de conflictos, inmigración, etc. Así que esa inversión puede prevenir en muchos casos un incremento sustancial de los costes de paz, conflicto y ayuda humanitaria.
¿La solución pasa por apostar más por los pequeños agricultores, extensivos, en vez de por las explotaciones intensivas?
En el caso de África o el sureste de Asia, el 70% son pequeños agricultores. Ya es así. El reto es que no tienen acceso a la tierra, ni a la financiación, ni a poder vender sus productos en los mercados.
Eso es en lo que trabajamos nosotros, además de la producción y la productividad, en crear también empleo en esa cadena de valor, en la distribución, en la comercialización, en el almacenamiento… en que buena parte de la transformación se produzca en el país. Es decir, que no se exporte la materia prima en bruto. Así que al final estamos todos conectados y si por una parte no invertimos, el coste va a venir por otro lado.
¿Son las grandes empresas, los gigantes globales, los que fomentan que esa cadena de valor salga de los países productores?
Voy a poner un ejemplo. En el caso del clima y del cambio climático, existe una alianza que busca unos índices de las principales empresas agroalimentarias, que son 350. Las que hacen un informe sobre el alcance de sus emisiones son menos del 20%. Es decir, muy pocas ahora mismo están viendo cuál es su impacto.
Hablan de sostenibilidad, pero no muestran en muchos casos cuáles ha sido las categorías, que ya están muy bien definidas, y eso todavía no lo tenemos. Es un poco opaco hablar de cómo están apoyando la lucha contra el cambio climático. Podemos ver sus anuncios en la tele, en la radio… fantástico. La realidad es que no sabemos muy bien qué es lo que hay debajo.
Álvaro, ¿qué espera de la COP?
Espero que continuemos siendo capaces de ver el nexo entre la seguridad alimentaria y el clima, que no sean dos aspectos diferenciados, sino que van integrados y que es importante para la sostenibilidad del planeta y de los pequeños agricultores. Y también que haya, de alguna manera, medidas concretas respecto a la mitigación y a la financiación de esa transición energética justa que de momento no las estamos viendo.
¿Y qué cree que va a ocurrir? ¿Tendremos una nueva COP descafeinada?
Quizás las expectativas son muy elevadas. Al final las cumbres del clima es un acuerdo intergubernamental entre países muy ricos, países menos ricos, traer al sector privado, a las oenegés, a la sociedad civil…
Lo más importante es ver ciertos consensos entre bloques geopolíticos, entre el norte y el sur, es decir, que veamos que estamos caminando juntos también en términos de financiación. Y en muchos casos no siempre se ha visto eso. Se han visto muchos anuncios, pero no esa cohesión entre los países. A mí me gustaría ver un poco más de esa capacidad de demostrar que estamos trabajando juntos para lo mismo.