Palacios y Páramo del Sil, los pueblos de León con pasado minero como futuro salvavidas del oso pardo
Son las dos primeras localidades de varias más que se involucrarán en un proyecto de la UE para salvar al emblemático animal del cambio climático.
18 febrero, 2023 01:44“Aquí no ha nacido ningún niño desde hace 31 años”, comenta Borja Martínez, antiguo minero y alcalde pedáneo de Anllares del Sil, perteneciente a la localidad de Páramo del Sil, en León. Hace tres años que la chimenea de la central térmica ha dejado de dominar su paisaje. De su demolición y del freno a la intensa actividad minera en la zona tan sólo quedan los escombros de un sector que funcionó a pleno pulmón durante al menos cuatro décadas.
Como Páramo del Sil, el municipio de Palacios del Sil es otro de los muchos de la cuenca leonesa que guardan un vínculo con las minas y una pérdida de población vertiginosa, de en torno a un 30% en diez años. Pero, entre esos vestigios de un pasado económico boyante dedicado al carbón, se abre un futuro dedicado a la protección de la naturaleza y del entorno del que vive su población local.
La región experimenta cada vez más incendios y de mayor magnitud, menos lluvias y unas temperaturas mayores que hace 50 años. Hay terrenos arrasados por el fuego que no se recuperan igual que antes por sí mismos y especies que ven alterado su funcionamiento por el cambio climático. Es el caso del oso pardo, oriundo de la cordillera cantábrica.
El Diario de León recogió ya en 2019 cómo una pareja que viajaba en coche por la N-631 se topó con un oso joven, cerca del pantano de Las Rozas, en pleno mes de noviembre. Cuando el animal advirtió la presencia humana, se perdió por el monte y desapareció entre la maleza.
Lo inusual de este encuentro es que, en invierno, esta especie suele hibernar. En otoño acumula las suficientes reservas de comida como para aguantar los meses más fríos en un estado de letargo invernal. Descansan sin comer, defecar y con sólo diez pulsaciones en cuevas o cavidades excavadas en el suelo. Sin embargo, en los últimos años, los osos están más activos por estas fechas y, o bien hibernan durante menos tiempo o, directamente, no lo hacen.
Del momento crítico que alcanzó su población en los años 80, con tan sólo 60 ejemplares, esta especie emblemática de la cordillera cantábrica ha conseguido crecer hasta situarse en los 370, según el último censo oficial. Es una cifra positiva, pero que les sitúa aún en peligro. Sobre todo en escenarios de cambio climático como los que ya se están viviendo, porque a menudo que estos osos –muchos cercanos a poblaciones humanas– estén más activos en invierno, posiblemente encuentren menos disponibilidad de alimento en el monte.
En cierto modo, ya ocurre así. Las hormigas han pasado a ser parte fundamental de su dieta en lugar del arándano, cuya producción se ha visto muy golpeada por las altas temperaturas sufridas este verano.
Como explica María Gómez, ingeniera de montes de la Fundación Oso Pardo (FOP), estos animales se alimentan de estos frutos en agosto, pero el problema es que “hay años que la producción del arándano es prácticamente inexistente”. A causa del aumento de las temperaturas, este arbusto de bayas adelanta su floración y se expone a heladas tardías, reduciendo así su producción de frutos. Algo que, en un futuro no muy lejano, también ocurrirá con otros recursos de los que se nutre el oso.
Según las predicciones del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el calentamiento global en la montaña puede suponer un aumento de dos grados en 2040, lo que puede impactar aún más sobre la fructificación arbórea y la producción de alimentos.
Los locales se vuelcan en las plantaciones
Entre los que sí se verán beneficiados por esas mismas predicciones son árboles como el castaño, que pueden llegar a constituirse como un recurso clave para el oso. Tiene producciones más constantes y, en ciertos lugares de la cordillera cantábrica, el cambio climático puede favorecer su crecimiento o fructificación.
Esta es una de las cuestiones que se están estudiando en Osos con futuro, el proyecto LIFE de la Unión Europea, con el que se pretende ayudar al oso pardo a adaptarse a los escenarios futuros de cambio climático. Principalmente, mediante el enriquecimiento y la mejora de la oferta trófica del oso en el monte y a altitudes en las que se pronostican que las especies de las que se alimentan van a tener una mejor producción, especialmente de las supraforestales (que crecen entre 1.600 y 2.000 metros de altura).
Adrián González, vecino de la zona y estudiante de Magisterio graduado en la Universidad de León, es uno de los trabajadores contratados en el marco del proyecto comunitario. La idea es plantar unos 150.000 árboles y arbustos de frutos carnosos en una extensión de 155 hectáreas, así como 25.000 castaños injertados con variedades autóctonas en unas 55 hectáreas. Esta última es una especie que, por el momento, ocupan menos del 10% en áreas oseras.
Como él, otros locales como David Augusto, con más de 30 años de experiencia en el monte, o Elena Gómez, peluquera, llevan desde el mes de octubre plantando más de 27.000 árboles. Esta primera campaña se está realizando en montes de utilidad pública pertenecientes a los municipios de Páramo del Sil y a Palacios del Sil, pero continuará por un total de ocho espacios de la Red Natura 2000 donde se distribuyen estos osos.
La Fundación Oso Pardo, con la colaboración de la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), la Fundación Patrimonio Natural de Castilla y León y la propia Junta de la Comunidad Autónoma, han firmado un acuerdo de custodia sobre los terrenos de los propietarios (ya sean públicos o privados). De esta forma, se asegura la permanencia de las plantaciones a largo plazo más allá del tiempo de duración del proyecto (de 2020 a 2025).
Tanto para escoger las zonas de plantación, como las especies y su adaptación a los escenarios previsibles del cambio climático, se ha contado con una base científica importante aportada por investigadores de universidades de Oviedo, Cantabria, Valladolid y Extremadura. “El proyecto tiene una base experimental”, asegura Guillermo Palomero, presidente de la FOP y una de las grandes voces de la conservación en nuestro país.
Como explica, se están plantando especies de árbol como el castaño, el manzano, el arraclán o el cerezo a cotas más altas para ver cómo responden, porque “las áreas oseras son carne de cañón” del cambio climático. De esta forma, además de favorecer al oso, también se beneficia su convivencia con la población humana local y se reducen los posibles encuentros inesperados con ellos.
La ingeniera de montes de la FOP cuenta que especies como los cerezos que antes fructificaban hasta los 800 o 1.000 metros de altitud, ahora, con el previsible escenario de cambio climático -de mayores temperaturas-, pueden subir a los 1.300 metros. “Estos árboles que estamos plantando estarán disponibles para el oso en 10 o 12 años”, cuenta Gómez. Además, y de manera complementaria, se trabajará en bosques modelo en claros de 1.000 metros cuadrados que ayudarán al enriquecimiento de la zona y de su biodiversidad.
El oso habituado, la línea roja
“La situación con el oso ya no es igual que antes. Recuerdo una vez que me sorprendí porque me llamó un cazador para alertarme de que había un lazo (una trampa) en el monte”, cuenta Elías González, guarda forestal en la zona del Bierzo. Asegura que el oso es una especie que ya se respeta bastante, en parte porque, en caso de perpetrar algún daño, su ataque no llega a ser como el del lobo, que puede acabar con rebaños enteros de ovejas.
“Como mucho puede acabar con tres ovejas”, cuenta el guarda, pero es excepcional. Además, cualquier daño al oso pardo está penado por ley con multas que pueden superar los 60.000 euros (dependiendo de la Comunidad Autónoma). No obstante, como insiste Palomero, lo importante es que el animal encuentre siempre su comida en el monte, por lo que asegura que están “muy alerta” para emplear técnicas disuasorias si un oso se acerca a contenedores de basura en busca de alimento fácil.
Raquel Martínez, investigadora de Ciencias Ambientales y responsable de incidentes con la fauna salvaje en el parque natural de Jasper, en Canadá, cuenta que los que son propios de allí, los negros y los grizzlies, están totalmente habituados a las poblaciones humanas y “es un problema”. Recuerda cómo, una vez, uno de estos animales comenzó a arrancar las ruedas de varios coches aparcados y los destrozó por dentro para encontrar comida. “La buscó donde la había encontrado antes”, asegura.
“Una vez que la prueban de ahí y les gusta, bajarán una segunda vez si no encuentran peligro y esto lleva a que se habituen a ese alimento fácil y rico”, comenta Palomero. Es la razón por la que en España ya se está trabajando en técnicas disuasorias con sonidos, petardos u otras inofensivas “para que entiendan que ahí no es seguro alimentarse”. Sobre todo con una población creciente de osos en toda la cordillera cantábrica.
Esta es una de las razones por las que el proyecto europeo que se está llevando a cabo en la casa del oso incluye también una importante pata de sensibilización a los colectivos que pueden verse involucrados en las interacciones con estos plantígrados. Así, se prevén encuentros con más de 100 asociaciones de los sectores de la caza y deportes de invierno para concienciar sobre la actividad de los osos y cómo actuar si se produce algún encuentro con ellos.