El resultado de las catalanas ha complicado y enmarañado aún más el panorama político español. Las múltiples lecturas que pueden hacerse y los diversos hilos que cuelgan de la madeja hacen que la gobernabilidad de Cataluña y España parezcan un sudoku de difícil solución. Para empezar, lo que puede beneficiar a Illa no tiene por qué hacer bien a Sánchez; primera anomalía de la cuestión. La segunda, que un prófugo pueda ser president cuando el discurso de Moncloa hablaba de normalización. La tercera, que a Sánchez pueda interesarle que Puigdemont sea quien se lleve la tostada, porque así sigue jugando a la bolita con él. La cuarta, avanza el constitucionalismo pero no se pone de acuerdo y retrocede el independentismo, aunque quizá obtenga más fuerza que nunca. La quinta, que la derecha no se entiende y sigue en su eterna guerra civil. La sexta, que ya es tradición que quien convoca elecciones pierde, salvo Sánchez, que es el más listo y se le pone cara de Momo, el suizo que ganó Eurovisión. La séptima, que Esquerra se da un trompazo pero podría hacerle pagar los platos rotos a Sánchez si se une a Illa y descabalga a Puigdemont; o la octava, también de Esquerra, que le dé los votos al prófugo, muerda de nuevo a Illa y siga dando aire a Sánchez. La novena, Junqueras, Rufián y Aragonés se abrirán en canal y sólo les faltará hacerse del Madrid. Y la décima, Puigdemont vuelve a lo Tarradellas y dice lo de ya estoy aquí. Lo mismo que dijo la de Israel la noche de Eurovisión.
La catalanización del resto de España ha sido evidente tras la presidencia de Sánchez apoyado en indepes. Lo que pudo ser al revés, la españolización de Cataluña, se abortó con aquel pacto ahogado entre Rivera y Sánchez, cuando Ciudadanos pintaba algo y pudo cambiar la Historia. Albert pagó su precio, aunque llevaba razón en su discurso. Sánchez pactó con todos los de la habitación del pánico. Sin embargo, quien pagó fue él y no Pedro. Ahora el presidente del Gobierno está en su salsa, pues cuanto más complicado sea todo, mejor le va. En el Psoe sacó la cortinilla y en España pidió las sales cuando el vahído de cinco días.
La democracia costó mucho traerla a España tras cuarenta años de dictadura. Estoy viendo estos días de nuevo la serie de Victoria Prego sobre la Transición, en recuerdo a su memoria. Los partidos políticos deben ser conscientes que son instrumentos de la sociedad y no fines en sí mismos. En el momento que dejen de ser considerados prácticos por la población y más fuente de problemas y conflictos que soluciones, se abre el abismo y sus fauces. Por eso, tanto tacticismo y vetos cruzados podrán dar de comer a políticos y contertulios, pero al ciudadano le comienza a sonar como un rumor lejano. De hecho, el separatismo se ha desinflado tras el desasosiego y la melancolía y crecen de forma alarmante los discursos xenófobos. Aunque también puede decir Sánchez, que es otra lectura de las elecciones, que él ya ha solucionado el problema separata y deja Cataluña con mayoría constitucionalista. El PP habría de abstenerse, Illa proclamarse y Sánchez disolverse para volver a nacer. El procés quedó derrotado.
La cuestión es que los partidos y sus líderes han de ser inteligentes para no desfondar al ciudadano con tanto intríngulis que consideren imposible. Por el momento, la economía aguanta y esa es la mejor noticia. Pero si los partidos se pisan los cordones y son parte del problema y no la solución, cuidado con las salidas. La democracia está en su laberinto y habrá de encontrar las soluciones. Lo contrario sería como poner la zorra a cuidar el gallinero. Y ya hemos visto este fin de semana que no es buen momento para zorras.