A los pocos días de que el presidente de la Comunidad dijera que, mejor, el presidente del gobierno no se acercara a Castilla-La Mancha para hacer campaña porque estas eran unas lecciones locales, Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, y presidente del Gobierno, venía a la capital de la región para pedir el voto para los candidatos socialistas, Milagros Tolón a la alcaldía de Toledo, y García-Page a la presidencia de la región.
Los que estuvieron en el acto lo hacían por motivos más que evidentes. La mayoría de los que allí estaban lo hacían porque creen que es un error colocar alambradas a un partido que acumula más de cien años de historia. Es verdad que el pasado de una organización no tiene porqué vincular a nadie con una patina de respeto y orgullo, pero algún valor, mayor que el de sus coyunturales y prescindibles pertenecientes, tiene. Quienes estaban allí lo hicieron porque creen que el gobierno de Pedro Sánchez es un gobierno excelente que ha mejorado a la sociedad española con una coalición impensable. Y la ha mejorado hasta extremos irritantes para la derecha. Por eso Sánchez no les gusta ni a la derecha política ni a quienes comparten y difunden sus discursos, siempre amenazantes, siempre utilizando los tópicos más reaccionarios, los planteamientos más casposos, siempre equivocándose aunque la realidad demuestre lo contrario. España se encuentra en un movimiento de transición hacia un mundo diferente. Y lo está haciendo con un presidente solvente. La sociedad española vive buenos momentos, lo que no debe ocultarnos las dificultades ni las desigualdades que se incrementan. Aunque también debiéramos recordar que los desequilibrios sociales no los arreglara la derecha. Lo que “vemos” nos dice que esta es una sociedad alegre, gastona y poco solidaria. En navidades, en semana santa y en el próximo verano los centros turísticos se habrán llenado. ¿Es puro espejismo y cómo auguran los profetas estamos a punto del gran caos? Aunque los profetas fallan más que escopetas de feria. Será que los profetas son de derechas.
Se requiere tiempo y sosiego para entender por qué el presidente de la región se declara autónomo de la empresa a la que pertenece, pero retiene la cartera de pedidos, los listados de clientes y esconde los logos de la empresa de la que se independiza. Los gestos pueden indicar que estamos ante una aventura personal que supera al territorio regional, un experimento, como ya hay otros en marcha en España, tal es caso de la Sra. Yolanda Díaz. Los que allí estaban lo estaban porque se sienten orgullosos de unas siglas (PSOE) y de un partido que está contribuyendo a la transformación de España y que eso les convierte en cómplices de una historia de éxito patriótico: el del socialismo hispano.
La organización del territorio en Comunidades Autónomas preveía que la descentralización administrativa sirviera para reequilibrar los beneficios y los servicios que acaparaban las ciudades y los territorios más ricos. Su objetivo era evitar las migraciones interiores, detener el abandono de los pueblos, ofertar idénticos servicios y mejorar la calidad de vida. ¿En qué momento se perdió este horizonte? Tal vez en el momento en que cada presidente de Comunidad se vió como futuro presidente de la Nación. Y de esa visión distorsionada arrancó una carrera sin freno en la que lo secundario iba a ser la ideología, la gestión y el territorio. Lo que importaba era la proyección nacional del propio nombre. En Castilla-La Mancha el proceso lo inició José Bono. Escondió siglas, se fundió con la derecha, se envolvió en un patriotismo añejo. En el tiempo presente, con un discutido y en la misma proporción exitoso gobierno de izquierdas, la tendencia se ha exacerbado. Y en esas estamos y no estamos.