La historia de Juan Carlos, el trabajador del punto limpio de Miguelturra que ha devuelto los 63.000 euros que se encontró en unas bolsas de basura, me ha recordado a un pasaje impresionante de El Señor de los Anillos, la gran obra de Tolkien. Frodo y su acompañante, Samsagaz Gamyi, tratan de destruir el anillo de poder -símbolo de la tentación y el mal-, y para ello deben tirarlo al fuego del Monte del Destino. Pero el camino hasta allí está lleno de peligros, los malos les persiguen a cada paso que dan, van perdiendo a los amigos mientras avanzan y siempre parece que será imposible cumplir su misión.

En uno de esos momentos de desesperación, Frodo le pregunta a su amigo qué sentido tiene seguir, que es lo que preguntamos todos cuando la vida nos golpea. En realidad, ese para qué es casi la única pregunta seria que conviene hacerse. "Para que el bien reine en este mundo, señor Frodo", responde Sam. Y añade: "Se puede luchar por eso". ¿Se puede?

Y aquí es donde entra en liza nuestro amigo manchego. Porque él ha respondido a esa pregunta. Las cosas sucedieron más o menos así: Juan Carlos abrió la bolsa de basura que había depositado allí una señora a la que él no conocía para ver en qué contenedor de residuos debía depositarla. Entonces descubrió que, en su interior, había un enorme fajo de billetes. Al principio pensó que podían ser billetes falsos, de un juego de mesa o algo así, pero enseguida vio que eran de verdad.

Fue al día siguiente cuando contactó con la Policía. En esas horas que pasaron desde el descubrimiento hasta que dio cuenta de lo sucedido a las autoridades es donde este hombre se la jugó, donde disputó la batalla más importante a la que nos enfrentamos los seres humanos, que es la que tenemos con nuestra conciencia. ¿Para qué voy a devolver el dinero?, puede que se preguntara. Tenía argumentos para hacer lo contrario: no conocía a la señora que había llevado a las bolsas, si ella iba luego a reclamar los billetes podría decir que los residuos ya habían sido destruidos, es muy probable que nadie le reprochara nada; y él podría gastarse esos 63.000 euros poco a poco, para que nadie notara un enriquecimiento repentino. Frente a esa montaña de tentaciones -todas las que encierra el anillo en la analogía de Tolkien-, solo había un argumento en contra. Juan Carlos lo expresó de esta manera: "Me limité a hacer lo que tenía que hacer, nada fuera de lo normal". Es decir, para que el bien triunfe en Miguelturra. Y en Ciudad Real, y en Castilla-La Mancha. En todo este reino de los hombres.

Juan Carlos tuvo su lucha y eligió el bien. Tiene razón cuando dice que "es lo que tenía que hacer" pero no tanto, al menos si nos atenemos a las estadísticas, en que no fue "nada fuera de lo normal". Tenemos que hacer el bien porque llevamos esa huella en el ADN, porque ese para qué puede sostenernos toda nuestra vida, mientras que lo contrario solo sirve para destruirnos, como hace el anillo con todos los que trataron de poseerlo.

Siempre parece que el mal va ganando, que no hay esperanza, que no tiene sentido tomar buenas decisiones porque… ¿para qué? Gracias a Juan Carlos y a tantos otros, esa pregunta tiene una única respuesta posible: para que el bien reine en este mundo. Y lo mejor de todo es que cada uno de nosotros puede favorecer ese reino a diario, en situaciones grandes y pequeñas, casi a cada minuto. Nos va la vida en ello.