Pues no. España, de Michael Reid, es un libro excelente pero no extraordinario. El autor dispone de notables conocimientos sobre la Transición española y carga sus espaldas literarias con el equipaje de una documentación rigurosa y completa. Simplificar la realidad de España constituye, sin embargo, una equivocación. Nuestro país se caracteriza por la complejidad.
Existen grandes diferencias entre la España invertebrada de Ortega y Gasset y la España católica y monárquica de Menéndez Pelayo, evangelizadora de media orbe, luz de Trento, espada de Roma, martillo de herejes y cuna de San Ignacio; entre la España, un enigma histórico, de Sánchez Albornoz y la España de Américo Castro, judaizada e islamizada; entre la España liberal de Sagasta y la España de 1939, cuando el Ejército vencedor de la guerra incivil despojó al pueblo español de la soberanía nacional; entre la España de Varela Ortega, con sus dos leyendas, la negra y la dorada, y la España tradicionalista de Donoso Cortés; entre la España a garrotazos de la pintura de Goya y la España de la concordia y la conciliación que estableció en 1978 el Rey Juan Carlos I.
La Historia es algo más que la suma de hechos y fechas. Existe un ente histórico que es necesario estudiar por sus causas primeras. Considera Reid que Pedro Sánchez acertó al dictar los indultos, pero se da cuenta de que el problema no es sólo entre Cataluña y España, “sino que está dentro de Cataluña también”. Y ahí “no puede haber ganadores y perdedores”.
Reid desarrolla de forma en general certera, aunque con algunos errores, el problema catalán y la agresividad del proceso secesionista
Se detiene el periodista e historiador en la guerra de Sucesión (1700-1714) y su relato resulta endeble porque lo que ocurrió en aquella época fue mucho más complejo que lo expuesto en España. Tiene el acierto Reid, sin embargo, de subrayar una frase de Negrín durante la guerra incivil: “No hay más que una nación: ¡España!”. Quiere entender el historiador británico lo que Jordi Pujol significó para Cataluña. Y no puede. La complejidad pujolista le desborda como a tantos otros historiadores.
Y un apunte obligado para un libro que exigiría por su densidad analizarlo a través de media docena de artículos. Me parece un error las reticencias de Reid hacia Ortega y Gasset cuando se escuda en una cita para subrayar su “análisis histórico bastante deficiente”, revestido “de una pátina de pseudociencia”, insistiendo más adelante en la “lección” que Azaña le dio al autor de España invertebrada en el célebre debate parlamentario sobre Cataluña. Desde mi punto de vista, fue al revés.
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Un libro, en fin, el de Michael Reid, excelente en sus líneas generales y de obligada lectura si se quieren escudriñar algunas vertientes que la Transición de la concordia y la conciliación supuso para España.
Desde que Giambattista Vico publicó Principios de ciencia nueva en el siglo XVIII, la Historia más seria es la filosofía de la Historia en la que Johan Huizinga, Oswald Spengler, José Ortega y Gasset y, sobre todo, Arnold J. Toynbee dejaron escritas páginas ejemplares.
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En España, Michael Reid analiza diversos pasajes de nuestra historia, si bien se centra en los años de la Transición. “La recesión, la austeridad y la corrupción –asegura el historiador británico– forman una mezcla políticamente tóxica en cualquier democracia”.
Durante el año 2011 se produjeron una serie de protestas incisivas que alteraron la construcción territorial. Coincidieron con ciertas actividades del Rey Juan Carlos, de “trazos shakesperianos”, y la Monarquía, según Reid, quedó cuestionada. El problema de España no era la crecida de la desigualdad y la elevada deuda pública, sino el tirón “territorial”.
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Se sumerge sagazmente Reid en el frío otoñal del secesionismo catalán que se le revela “como un delirio”. Robustecido por una bibliografía sabiamente seleccionada, el historiador británico desarrolla de forma en general certera, aunque con algunos errores, el problema catalán, la agresividad del proceso secesionista y la reacción nacional y europea.
Navega el historiador entre los políticos presos y los presos políticos, que no es lo mismo, pero afirma que a numerosos españoles “la ruptura de su país” les parece algo inconcebible. No le falta razón.