Ensayo

Sagasta. De conspirador a gobernante

José Luis Ollero Vallés

4 enero, 2007 01:00

José Luis Ollero Vallés. Foto: Archivo

Marcial Pons. Madrid, 2006.472 páginas, 24 euros

La figura de Práxedes Mateo Sagasta (1825, Torrecilla de Cameros, La Rioja-1903, Madrid) es una de las de mayor relieve político en la España de la segunda mitad del XIX, pues inició su andadura política con la revolución de 1854 y se mantuvo en constante actividad hasta pocos meses antes de su muerte. A partir de 1871 fue presidente de Gobierno en siete ocasiones, por lo que acumuló una experiencia de gobierno de casi catorce años, superior incluso a los once años escasos en los que Cánovas del Castillo dirigió los destinos del país durante seis gobiernos distintos. En cualquier caso, ambos son las figuras descollantes de aquella Restauración política que se acometió en España en 1875 a partir de la idea de la "aceptación del adversario" (Dardé), aunque no haya faltado quien ha sugerido que aquella fue una partida que se jugó a tres bandas, ya que contó también con la benevolencia del republicanismo moderado de Castelar (Seco).

Los escritos biográficos sobre Sagasta comenzaron ya en vida de éste (Massa Sanguinetti, Cordero y Jacome) y, después de su muerte, atrajo la atención de algún historiador profesional (Nido y Segalerva) y de otros que, como Romanones y Rivas, unían sus dotes de historiadores a la de simpatizantes con los principios políticos que habían alentado la vida de Sagasta. Con todo, no sería hasta el año 2000, con la excelente exposición sobre "Sagasta y el liberalismo español", de la que fue comisario Carlos Dardé, cuando la figura de Sagasta recibió una atención más detenida de los historiadores, en consonancia con la renovación de la historia política que se había experimentado desde comienzos de los años ochenta en todo el mundo, y encontró eco en España dentro del grupo de investigadores que coordinaba José Varela Ortega. En la misma línea renovadora se moverían, más adelante, los trabajos de Mercedes Cabrera, Santos Juliá, Luis Arranz, Fernando del Rey, Javier Moreno Luzón y otros. El propio Sagasta sería objeto de la atención de José Ramón Milán en un cuidado estudio que se publicaría en 2001.

En esta misma línea se mueve este libro, que tiene su origen en una tesis doctoral leída a mediados de 2004 en la Universidad de Zaragoza, en la que se subrayaba la contribución de Sagasta al Estado liberal durante el reinado de Isabel II y la experiencia democrática del sexenio que siguió a la revolución de 1868.

José Luis Ollero utilizará la vía biográfica pero sólo la llevará hasta 1874, de manera que el libro se limita a describir los veintinueve primeros años, en los que se desarrolla toda su formación y los comienzos de su carrera profesional como ingeniero de caminos en la provincia de Zamora, así como los años iniciales de su actividad política, que arrancan con la revolución de julio de 1854. El gran Sagasta de la Restauración queda fuera del presente volumen, de la misma manera que se esfuma la posibilidad de contar con una gran biografía completa del político riojano.

El joven Sagasta canalizó su actividad política de acuerdo con los principios del progresismo, que era la rama más radical del liberalismo español, a la que debía estar ya inclinado por sus orígenes familiares.

En la descripción de esa actividad política el autor parece inclinarse por una caracterización benévola del programa y los comportamientos de los progresistas, en sintonía con interpretaciones historiográficas ampliamente difundidas y dejando displicentemente en la penumbra otros puntos de vista, como los de Jorge Vilches. Parece claro, en todo caso, que una toma en consideración de esas opiniones sobre el significado profundo del progresismo, que el autor aparca con la críptica expresión de que contiene "sesgos muy llamativos" habría resultado muy beneficiosa para los intereses del lector.

Por lo demás, el libro de Ollero resulta muy atractivo, incluso por el excelente nervio literario que demuestra el autor en la acometida de cada capítulo. Su descripción de Logroño en día de mercado o el ambiente madrileño a la llegada de una diligencia son llevadas hasta el límite de lo que las fuentes históricas permiten a la creación literaria.

Una excelente recuperación biográfica que, desde luego, deja al lector con el deseo de una segunda parte que no debería demorarse.