En un almuerzo literario celebrado en el Palacio Real me sentaron al lado de José Saramago. Durante más de una hora conversé con el escritor, comunista de ideas, Premio Nobel de Literatura, hombre moderado y ecuánime. “La mayor parte de las grandes novelas que he leído –me dijo el autor de La balsa de piedra– plantean un problema moral o político o social y no lo resuelven. Dejan a la reflexión del lector el juicio último”.
Carlos Mayor Oreja ha escrito una novela que sorprende por su sólida arquitectura literaria, cimentada sobre una prosa sobria, en la que sobresale el diálogo certero, la breve adjetivación y la metáfora ajustada. La verdad es que no parece una primera novela y se lee con interés creciente desde la primera página hasta la alusión final a la ikurriña.
El protagonista, Carlos Ruiz Elósegui, regresa a San Sebastián tras un largo matrimonio vivido en Madrid y le contratan como profesor en el mismo colegio en el que había estudiado de adolescente. Entre el 20 de noviembre de 1975, fecha que señala la muerte del dictador Franco hasta el 23 de diciembre de 1976, cuando grana ya la democracia pluralista plena, el autor radiografía la vida del pueblo vasco condensando los más diversos aspectos políticos, religiosos, sociales, educacionales, deportivos, que se viven en San Sebastián, no sé si en todo el País Vasco. Porque bilbaínos y donostiarras, ambos son vascos, pero con profundas diferencias que el novelista desvela entra la tiza airosa y la agresiva pancarta.
Una novela, 'Tiza y pancarta' (Almuzara), que no parece una primera novela y que se lee de un tirón. Un acierto literario
Ruiz Elósegui, vasco hasta la raíz, entristecido por la muerte de su mujer, Casilda, no es euskaldún porque no habla euskera, pero en Madrid le han calificado como intelectual serio y el colegio donostiarra de los marianistas le contrata convirtiéndole en espectador privilegiado de todo lo que va a ocurrir en aquel año largo que vertebró la transformación de España. El nuevo profesor, lector de ABC, no es falangista, pero cubre la plaza FEN, Formación del Espíritu Nacional.
En muy poco tiempo, según explica a Iñaqui Mairena, Madrid queda “infinitamente más lejos de lo que está, la misma sensación que habían tenido siempre los de aquí”. La capital de España es “la causa de todos los males”. Celebra el profesor la fiesta del padre Chaminade, fundador de la Compañía de María y se integra en la renovada vida donostiarra.
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Carlos Mayor Oreja pone un espejo delante de la realidad española y, especialmente, de la vida política y social de San Sebastián, y refleja para los lectores lo que ocurre a través de una novela, que le permite analizar una situación especialmente compleja. El autor explica la realidad a través de la ficción y en ocasiones ciñéndose a hechos y personajes reales. Un acierto literario.
La matanza de Vitoria, los asesinatos salvajes, los delirios secesionistas, la violencia desencadenada, la inquietud y el temor integran la caravana de la vida cotidiana durante aquel año en el que la nación y también la región vascongada se desprenden del espíritu franquista.
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Mayor Oreja sabe que en muchos vascos alienta todavía, estamos en 1976, el aliento carlista y narra el pasaje de Montejurra y la actividad del nuevo pretendiente al trono Carlos Hugo de Borbón. En la novela se reflexiona sobre los millares de manifestantes, muchos de ellos engañados que acuden a Montejurra con el recuerdo del “volveré” de Carlos VII, el mejor de los reyes carlistas. El profesor Elósegui dice: “¿En qué mundo viven estos tíos? ¿Un discurso del siglo XIX para volver a los problemas de finales del XX?”.
José Ramón, en fin, el gran amigo del profesor le cuenta la desolación de Areilza porque el Rey nombra presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, cuando el ilustre líder liberal conservador había repartido ministerios y prebendas, seguro de ser el sucesor de Arias Navarro.
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Una novela, Tiza y pancarta (Almuzara), que se lee de un tirón y que concluye, como un símbolo, con la victoria de la Real Sociedad por 5 a 0 sobre el Athletic de Bilbao, a pesar de lo cual José Ramón se retira del campo por la apoteosis de las ikurriñas agitadas con aliento secesionista, prólogo de lo que se iba a producir en todo el País Vasco. Ante el lector, en fin, se expone un grave problema moral y político sin resolver, diría Saramago.