Quienes llegan a Madrid en tren suelen hacerlo o bien a la estación Madrid-Puerta de Atocha-Almudena Grandes o bien a la estación Madrid-Chamartín-Clara Campoamor. En los dos casos se superponen varios nombres: el de la ciudad de destino, el del lugar en que se halla emplazada la estación, y el de una escritora cuya memoria se pretende homenajear. Esto último me parece muy plausible. Lo que me lo parece menos es que, resueltos a rebautizar lo que sea, así se trate de una estación (con más razón, de hecho, si se trata de una estación por la que diariamente transitan millares de pasajeros), el nuevo nombre conviva con el antiguo. Esta no es manera de rebautizar nada.
En los años ochenta se rebautizaron numerosas calles y plazas de toda España que llevaban nombres asociados al franquismo. En uno de los barrios pijos de Barcelona, por ejemplo, la Avenida General Goded pasó a llamarse Avinguda Pau Casals, y la Plaza de Calvo Sotelo, Plaça de Francesc Maçià. A los más viejos todavía se les escapa eso de General Goded y Calvo Sotelo. Pero ya casi nadie se acuerda de estos antiguos nombres ("¿quiénes demonios eran?"), a los que los nuevos reemplazaron, no se superpusieron. ¿Se imaginan una placa en la que pusiera "Plaza de José Calvo Sotelo - Francesc Maçià"?
Bromeo, claro. El caso de las estaciones no es ni remotamente comparable al del callejero franquista. Pero eso no quita que lo del doble nombre se me antoje un gesto de pusilanimidad, o más bien retórico.
En la misma ciudad de Madrid se convivió durante tres años con el escándalo y el bochorno que supuso renombrar la estación de metro Sol como Vodafone Sol. También en este caso se trató de añadir un sobrenombre al nombre preexistente. Pero aquello era más bien una especie de campaña publicitaria destinada a engrosar los ingresos del suburbano. Una medida provisional, que no por ello dejó de causar un justificado revuelo.
El caso de las estaciones no es comparable al del callejero franquista. Pero eso no quita que lo del doble nombre se me antoje un gesto de pusilanimidad
Lo de los nombres añadidos a las estaciones de Atocha y Chamartín es distinto. Hasta donde alcanzo, se trata de una decisión de carácter permanente, que se enmarca en un programa que tiene por objetivo modificar el nombre de algunas de las principales estaciones ferroviarias de España para rebautizarlas con los nombres de mujeres "a las que la historia no ha dado suficiente visibilidad". Una forma, al parecer, de poner de manifiesto el compromiso del Gobierno de Sánchez con la igualdad.
Todo bien, siempre que la cosa no quede, como parece, en un simple estrambote voluntariosamente añadido al nombre que, conforme es de prever, todos seguirán usando. Con lo que sólo se gana, en definitiva, que los servicios de megafonía empleen hasta cinco y seis palabras donde bastaría con una o dos.
No está de más traer a colación aquí el caso de la asociación feminista Escouade, que en el año 2019 denunció que las mujeres están infrarrepresentadas en el callejero de Ginebra, en el que, entre las cerca de quinientas personalidades recordadas, un 93 por ciento son hombres. Este movimiento optó por colgar en las esquinas de la ciudad, junto a las oficiales, hasta cien placas alternativas de color morado con los nombres de mujeres célebres. Una iniciativa no gubernamental, que postulaba no "apellidar" las calles, como ocurre con las estaciones españolas, sino renombrarlas con criterios más igualitarios. La placa añadida instaba a la ciudadanía concienciada a optar por uno de los dos nombres de la calle en cuestión.
A consecuencia de las presiones de esta asociación, el pasado mes de septiembre se puso a una plaza inaugurada en un barrio obrero del extrarradio ginebrino el nombre de Violeta Parra, que vivió unos años en la ciudad. Y que por cierto creo que ya tiene dedicada una en el municipio de Rivas-Vaciamadrid, vecino de Madrid.