A Elias Canetti le desesperaba pensar que el último libro que leyó Kafka antes de morir fuese La novela de la ópera, de Franz Werfel. Canetti veneraba a Kafka, pero detestaba a Werfel. Le resultaba penosísimo, humillante casi, que la última lectura de Kafka fuera una novela de “Boca Fogosa”, como llamaba a Werfel con desprecio. Siempre le irritó, de hecho, que Kafka sintiera fascinación por un autor que a él se le antojaba inaguantablemente vacuo y declamatorio, de un “sentimentalismo repugnante”.
El caso es que, enterado de que Kafka había sido ingresado en el sanatorio de Kierling afectado por la tuberculosis, Werfel le mandó un ejemplar dedicado de su recién publicada La novela de la ópera, junto a un gran ramo de rosas. Y eso fue, al parecer, lo que Kafka leía en sus últimos días.
¡Una novela de Werfel!
A Canetti lo sumía en la desolación sólo pensarlo.
En su formidable biografía de Kafka (Acantilado), Reiner Stach pone en duda que esa fuera, en efecto, la última lectura del escritor. Dice que, al mismo tiempo que la novela de Werfel, Kafka recibió en el sanatorio “un paquetito de libros” de la editorial Die Schmiede, y que además tenía los que Max Brod le había enviado. Así que es posible que el último libro que Kafka leyera no fuera ese, sino otro cuyo título ignoramos.
Lo que muchos se cuestionarían, mucho antes que continuar o no el libro en cuestión, sería el sentido de seguir leyendo, sin más
Fuera como fuese, la cuestión es que Canetti pensaba eso: que lo último que Kafka leyó era una bazofia, la novela de un autor para él insoportable. Lo que invita a reflexionar peregrinamente sobre una cuestión siempre incierta: ¿cuál será el último libro que leeremos?
La pregunta se parece a la tópica pregunta sobre qué libro nos llevaríamos a una isla desierta. Pero no es ni mucho menos intercambiable, qué va. Aun si efectivamente nos fuera dado elegir con toda deliberación qué libro será el último que leamos, bien pudiera ocurrir que no fuera el mismo que nos llevaríamos a una isla desierta, definitivamente no.
No me resulta sencillo justificar las razones. Pero está claro que la inminencia de la muerte lo trastoca y lo dramatiza todo.
No quiero decir con esto que, de poder elegir nuestra última lectura, esta tuviera que ser necesariamente solemne o grave, no. Me imagino a alguien optando por leer el Quijote. O un libro de Chesterton, quién sabe.
Nunca se me había ocurrido pensar en estos términos, pero no cabe duda de que una manera -un poco bestia, de acuerdo, pero en definitiva concluyente- de calibrar el interés o el valor del libro que estamos leyendo sería preguntarse si continuaríamos haciéndolo en situación de enterarnos de que nos restan solo unos pocos días de vida. Claro que, en esa situación, lo que muchos se cuestionarían, mucho antes que continuar o no el libro en cuestión, sería el sentido de seguir leyendo, sin más. Pero ¿por qué no?
Como sea, y dado que la muerte se presenta muchas veces sin avisar, no deja de constituir un criterio, a la hora de escoger el libro que nos proponemos leer, considerar eso: la posibilidad de que fuera el último. Sí, ya sé que suena un poco macabro, pero no lo es mucho más que, como hacía Borges, pensar qué libros de nuestra biblioteca nunca alcanzaremos a leer.
No estoy seguro de qué libro escogería yo mismo para leer antes de morir. Pero se me ocurren montones de libros que preferiría no estar leyendo en ese momento. Así que conviene permanecer atentos, por si acaso.
En cuanto a Kafka y esa novela de Werfel… En una nota destinada a su amigo Klopstock le decía sobre ella: “No acierto a decirle nada al respecto”.