Quienes, de un tiempo a esta parte, hayan tenido la fortuna de hospedarse, por las razones que sea, en el imponente y bellísimo monasterio de Santa María de Huerta (siglos XII a XVI), en la raya de Soria con Zaragoza, es más que probable que hayan conocido a Antonio Manuel Pérez Camacho, miembro de la comunidad cisterciense que ocupa el monasterio.
Guardarán de él, inevitablemente, un recuerdo amable y alegre, pero acaso les sorprenda enterarse de que, entre más cosas, Antonio Manuel Pérez Camacho es un experto en arte cristiano, y de que, en los últimos años, ha ocupado buena parte de su escaso tiempo libre en realizar, en colaboración con Francisco Javier Monclova, doctor en Historia del Arte, profesor e investigador, un ambiciosísimo Diccionario de Arte Cristiano, que por fin ha visto la luz hace apenas tres meses en Ediciones Trea (Gijón).
Conocedor, desde tiempo atrás, de los arduos trabajos preparatorios de este libro, me llenó de alegría recibirlo, tanto más en cuanto se trata de un grueso volumen cuidadosamente editado, lleno a la vez de saber y de un afinado sentido de la servicialidad. Ilustra su portada una fotografía del refectorio del monasterio de Santa María de Huerta, cuya nave, del siglo XIII, en la transición del románico al gótico, puede competir en elegancia con las más celebradas de Europa.
Se equivocan quienes piensen que un libro así carece de sentido en los tiempos de Google. Subestiman los efectos multiplicadores, disparadores de la curiosidad, que propicia la mecánica asociativa a que da lugar la integración en un mismo volumen de términos tan diversos.
Pues, con su voluntad de “proporcionar una herramienta de trabajo eminentemente práctica”, destinada a paliar “el olvido que nuestra sociedad está experimentando de los contenidos relacionados con la cultura y religión cristianas, que hasta hace pocos años eran de dominio público y cultura general”, el diccionario hace acopio masivo “del mayor número de términos que guardan relación con la historia y el significado del arte cristiano”, comprendiendo por tales los relativos a “teología de la belleza y del arte, arte en la Iglesia, historia de la Iglesia y del arte, patrimonio, arqueología, liturgia (ritos, celebraciones, edificios, libros sagrados, vestiduras, vasos objetos), iconografía, hagiografía, devociones, tradiciones populares, personajes del Antiguo y Nuevo Testamento, autores destacados, personajes relevantes, instituciones”… y un largo etcétera.
Se equivocan quienes piensen que un libro así carece de sentido en los tiempos de Google: es un derroche de conocimiento
A las definiciones, precisas y clarificadoras, se suma un notable número de ilustraciones, una escueta relación de fuentes y un índice de los términos glosados, agrupados por materias: estilos y movimientos artísticos; técnicas, tipologías y herramientas artísticas; artistas, personajes e instituciones del arte; iconografías, etcétera.
Como escriben los autores en su presentación del libro, conviene pensar que en España más de un ochenta por ciento del arte inventariado es arte cristiano. No se trata sólo de catedrales, templos, ermitas, monasterios y conventos; no sólo de museos eclesiásticos o estatales: también de tradiciones y manifestaciones populares de origen y de significación cristianos.
A tantos ciudadanos como empieza a haber que carecen de los más básicos rudimentos de historia del arte y de historia sagrada, y que visitan monumentos y museos que contienen abundante arte de inspiración cristiana sin poseer, ni siquiera de oídas, los conocimientos indispensables para identificar temas, motivos, símbolos, etcétera, este Diccionario de Arte Cristiano –cuya temeraria y feliz desmesura no hace más que poner en evidencia la infinitud de la materia que abarca–brinda una ayuda inestimable. Su horizonte de divulgación es amplísimo, pues se dirige tanto al aficionado como al estudioso, asumiendo –y superando– los riesgos que comporta atender la crasa ignorancia de unos y las necesidades y curiosidades de otros. El resultado es un admirable equilibrio entre erudición y pedagogía. Un derroche de conocimiento y generosidad.