¿La cultura y el arte son cosas distintas?
La cultura salva vidas. Nadie sabe lo que es el público. No hay que mostrarse ajeno a las conquistas sociales. Hay que saber distinguir entre lo bueno y lo mejor. Lo malo es que te miren como si fueras verde.
Calixto Bieito, que ha estrenado en el Liceo la ópera de Monteverdi L’incoronazione di Poppea, observa que la gente habla de cultura y de arte como si fueran lo mismo, "pero son cosas distintas". "Están relacionadas –aclara a Maricel Chavarría (La Vanguardia)–, pero el arte proviene de los sueños y las fantasías, de las visiones y de lo que se siente. Cuando una sociedad lo hace suyo se convierte en cultura, pero yo no hago cultura. No soy un vendedor. Hago arte."
"Yo no puedo pensar en el público –añade el director teatral–. Trabajo en cincuenta teatros distintos y nunca he pensado en cada uno de los públicos. Eso es especular, y yo no especulo (..) ¿Qué es el público? Yo no lo sé".
El historiador del arte y político Jaime de los Santos explica a Alberto Grimaldi (Diario de Sevilla) lo que entiende por cultura. "La cultura precisamente nace para batallar –asegura el también autor de la novela Si te digo que lo hice–, para dar respuestas a grandes preguntas y sobre todo oportunidades a cualquiera que se acerque a ella. Yo no me canso de decir que la cultura salva personas y que es probablemente una de las principales soluciones para la mayoría de los problemas. En mi caso, además, me salvó la vida".
"Yo no puedo pensar en el público. Eso es espectacular, y yo no especulo". Calixto Beito
En un momento en que se debate sobre la función de los museos, Roberto Valencia expone su visión en el ensayo Palacios, hangares y cuevas. "Un museo debería ampliar el alcance de nuestra sensibilidad individual y colectiva –opina el también novelista entrevistado por Ignacio Echevarría y Gonzalo Torné (ctxt)–, resguardar el talento del pasado y del presente, y no mostrarse ni ajeno ni inaccesible a las conquistas sociales. Aquí creo que radica el verdadero problema: vivimos un período de saturación visual mientras su contrapunto necesario –la descodificación de las imágenes– sufre una gran pauperización".
A propósito de museos, Irene Hdez. Velasco (El Confidencial) entrevista a Renzo Piano, que acaba de construir el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estambul. "Hace 50 años los museos eran lugares oscuros –recuerda el autor del Centro Botín–. Pero el mundo ha cambiado, y la arquitectura ha ayudado a ese cambio. Desde finales de los 60 los museos son lugares para la gente. Los museos que yo he hecho son muy diferentes entre sí, pero todos están pensados para albergar belleza, arte, curiosidad… Y eso es algo que no se mide en años, se mide en siglos (...) Un edificio debe ser para siempre, y más si se trata de un edificio público".
La novelista Elia Barceló está convencida de que "cada vez hay menos gente que distingue lo que es arte y lo que no". "Y en literatura hay muchísimos lectores que tampoco distinguen entre lo bueno y lo mejor –cuenta a Celso Varela (Zenda)–. No digo ya lo malo, sino cuando una cosa es buena o es correcta, y cuando algo es excelente. Ya no ven la diferencia. Y por eso cuando un escritor o escritora se empeña en decir 'yo lo que hago o lo que pretendo hacer es arte literario', te miran como si fueras verde, porque eso ya nadie lo hace, ya no interesa, ya da la sensación de que el arte se acabó hace cien años".
"Cada vez hay menos gente que distingue lo que es arte y lo que no". Elia Barceló
También en Zenda, Juan Esteban Constaín manifiesta tener la misma sensación. "Dudo mucho que siempre haya lectores –dice el escritor colombiano a Daniel Arjona–. La competencia de otro tipo de relatos es muy fuerte y la evolución de nuestra especie es imparable (...) El libro que, por ejemplo en el XIX y en parte del XX llegó a ser parte central de la industria del entretenimiento, ya no lo es. El escritor debe aceptar esto".
P. S. La filósofa y escritora Anna Pagès asegura a Laura Fernández (El País) que, en cierto sentido, estamos perdiendo la voz. "Vivimos invadidos por una vociferación ensordecedora, que se manifiesta a través de las redes sociales –explica la autora de Queda una voz–, una algarabía que impone un discurso sin pausas en el que cuesta distinguirse y encontrarse (...) Necesitamos que vuelvan el lápiz y la hoja en blanco a las aulas. Sin excluir la tecnología, por supuesto. Pero los estudiantes necesitan exponerse al vacío. Hay que crear esos vacíos, abrir huecos en los que poder escucharse a uno mismo".