Después de haber publicado hace solo unos meses el excelente Un número finito de veranos (Milenio), Aurora Luque (Almería, 1962) reúne en Las sirenas de abajo toda su poesía, desde el cuadernillo Hiperiónida al ya mencionado, más unos pocos textos no incluidos en libros, y completa esta edición una introducción de Josefa Álvarez y un buen número de notas de todo interés a cargo de esta y de la poeta. Una publicación que es una celebración de alta poesía.
Su primera publicación inscribía al titán Hiperión en el título y era todo un anuncio del helenismo que es marca esencial de toda su obra, tanto que en el prólogo a Un número finito de veranos Jaime Siles la nombraba con toda la razón "la más griega de todas nuestras escritoras modernas". Y no es solo el que por sus páginas aparezcan nombres de personajes del mundo clásico, alusiones a obras y autores, sino que, como escribió en "Gel" de Carpe noctem, "Dependo de por vida / de una droga. De Grecia", uno de los no escasos pasajes metapoéticos.
Amor por Grecia, dependencia de un mundo ido que es hecho presente, que se manifiesta en una forma de origen no occidental como en Haikus de Narila, "Un abanico azul. / Pinto en él / versos de Safo", o en Transitoria, "Aviso de Correos", un texto que es mero formulario, pero donde el remitente resulta ser Pandora y su dirección "Albergue de montaña en el Olimpo".
Este poema ilustra bien cómo esa presencia de lo antiguo no da en una visión académica o arqueológica, sino que lo clásico se inserta en la vida contemporánea y todavía más, en la vivencia diaria del yo de los poemas, como si en el mundo imaginario de Luque, doblado el tiempo sobre sí mismo, se diera una coexistencia del ayer y el ahora.
Y no son pocos los casos en que la textualidad contemporánea, la realidad inmediata, se hacen poema. Así, por ejemplo, el discurso de la publicidad se rehace, entre otros textos, en "Anuncios", donde se lee "Vendo roca de Sísifo" o "Alquilo alas de Ícaro", otro modo de atraer el pasado a un género moderno.
Grecia, sí, pero el mundo de Aurora Luque es mucho más rico. Así, el lector encuentra nombres y huellas de autores posteriores, Catulo, Hölderlin, Emily Dickinson, Virginia Woolf, T. S. Eliot, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, presente ya en Hiperiónida y a quien se le pide allí el "acorde", Jaime Gil de Biedma, Chantal Maillard y tantos otros, con lo que se configura un canon personal hay que decir de excelencia.
Los feroces racimos
Palabras susceptibles de encenderse,
risas como uvas frescas y doradas,
cuerpos para tatuarlos con palabras,
mares que se maduran en la luz.
Los dioses no podrían darte más.
Te dan, última fruta de la cesta,
los feroces racimos del deseo,
su pulpa ensangrentada.
Y no es solo lo literario. El cine –"Me gustaron la Garbo y los rosales de Pestum, / amé a Gregory Peck"– es algo de lo que se dice en "Epitafio", también metáfora en "Juventud, / cinta de celuloide erosionado": personajes de series televisivas, como Mad men o Breaking bad; hay lugar para la música, ya sea Mozart, ya Cheek to cheek, ya el mismísimo Joaquín Sabina. La infancia, escenas vividas y sus lecturas, el recuerdo del jardín, del mar aparecen y reaparecen, hecha palabra la memoria. Un mar que es esencial: "Tesoros que saqué –que saqueé– / de mirar en el mar".
El deseo, el erotismo hablan a menudo en esta poesía y se puede destacar el libro de 2008 La siesta de Epicuro –que "Epicuro en la Quinta Avenida" resulte ser un restaurante es ocasión de señalar una veta humorística en la poeta almeriense–. El goce del cuerpo y de la vida en general, de lo grande y lo pequeño, todo en poesía, en palabras: "Las palabras, la única moneda / del misterio", un misterio que Aurora Luque desvela en cada uno de sus poemas.