Los poetas más vivos, aquellos cuyos poemas parecen respirar y necesitar alimento, son aquellos a los que se les nota que creen que no es posible la poesía sin la experiencia vital, pero también que la experiencia vital sin la poesía sería como una criatura nacida con algún defecto que le impide respirar correctamente. Aurora Luque (Almería, 1960) es de esa clase de poetas y Fabricación de las islas (Poesía y metapoesía), la antología que de su obra ha preparado para Pre-Textos Josefa Álvarez Valadés, es una buena muestra de ello. En principio, reducir el ámbito de la antología a una de sus coordenadas temáticas podría haber limitado su alcance, pero lo cierto es que la mirada de Álvarez Valadés ha sido lo suficientemente amplia y generosa para que esta muestra sea una antología de la obra de Luque lo bastante significativa, ancha de miras y transversal como para hacer bien las veces de unos “poemas escogidos” de la autora. Siempre echaremos en falta tal o cual poema, pero esta es una puerta de entrada idónea para quien se acerque por primera vez a la obra de la poeta andaluza, y una oportunidad inmejorable para volver sobre sus versos en el caso de que uno, como es mi caso y el de muchos, acostumbremos a volver sobre ellos para reencontrarnos con nosotros mismos.
Dice el tópico extendido que la poesía de Aurora Luque se caracteriza por su revisitación de los tópicos clásicos. Algo hay de cierto (y su versión de Safo, por ejemplo, es la mejor muestra de que esa frecuentación ha sido beneficiosa para los clásicos tanto como para ella) pero en esta poesía los “clásicos” son compañía, no protagonistas. La protagonista es una voluntad de vivir gozosa y atenta, una forma de vivir pendiente de los amuletos que nos recuerdan por qué merece la pena estar aquí y cantar. Aunque alguna que otra noche admita querer ser heterónima de Ricardo Reis, como afirma en un poema, las máscaras no sirven en esta poesía que nunca renuncia a lo lúdico para esconderse (casi nunca), sino para disfrazarse, para no dejar rincón de esta existencia sin vivir desde todos los ángulos posibles, con todos los rostros que uno sea capaz de ponerse. Carpe noctem tituló Aurora Luque uno de sus libros de poemas, avisándonos de que no hay que dejar de aprovechar ni un segundo del día, ni de la noche, ni del sueño, ni del tiempo robado al sueño.
Esta edición, además de algunos de los mejores poemas de Aurora Luque, trae seis inéditos y un lúcido estudio prologal de la profesora Josefina Álvarez Valadés, rico en claves para seguir las sendas que se abren en los poemas. Extraña un poco más el llamado “prefacio” de José Manuel Caballero Bonald, que es más una amable postal o contracubierta que un verdadero prefacio: no añade nada, pero tampoco se lo quita a un libro que quintaesencia la obra de una de nuestras poetas esenciales. Dejo como muestra del libro uno de los poemas inéditos, “Realismo”:
El único final feliz es el de Ulises.
Por lo demás, qué realismo en Grecia.
Los amores se truncan, el deseo
se transforma en un fuego ingobernable,
la ceguera convierte a un hombre en títere.
Orfeo, solitario, se deprime.
Fedra se rompe por un jovencito.
De Ariadna se sirven como de un cerrajero.
De Helena triunfa, en cambio,
la belleza soberbia que quisiéramos
saber escarnecida. La guerra ha sido inútil:
¿cabe más realidad?
No comieron perdices. Nunca fueron
demasiado felices los helenos.
No nos dan para un guion americano.
Escribe Aurora Luque en una de las breves notas en prosa, con vocación de aforismo, que cierran el volumen: “Soy incapaz de tirar un lápiz por gastado que esté. Siempre presiento posibles poemas o relatos o dibujos luminosos almacenados en un centímetro de mina negra. Pienso en los marinos atrapados en el Kursk o en la celda del Conde de Montecristo”. Y algo de la mina de esos lápices con tendencia a huir se conserva en sus poemas, que se siguen escribiendo dentro de nosotros mucho tiempo después de haberlos leído.