Acercarse a la ópera de Mozart es asomarse al abismo del alma humana. Toda la sabiduría constructiva, la variedad de lenguajes, de formas y de maneras, hábilmente sintetizados terminan siempre por conducirnos a un mundo de sentimientos, de valores, de ideas, de afectos. El talante teatral, dramático —como suprema dialéctica: confrontación de pareceres, de actitudes, de choque de psicologías— que caracteriza la música del salzburgués, adquiere en el terreno operístico su máxima dimensión.
Vale la pena penetrar en las vías a través de las que el compositor sondea las razones de los comportamientos de sus criaturas y qué artes utiliza para captar de tan milagrosa manera la esencia y el ser auténtico de sus reacciones. Siempre a través de un discurso musical de la máxima fluidez en el que se dan cita todas las técnicas y en el que confluye la extraña asunción de lo vocal con lo sinfónico-instrumental. Un discurso que, no obstante, puede aparecer lleno de paradojas.
Y qué mejor manual ilustrativo para entender todo lo dicho que meterse en los entresijos de las tres óperas escritas en colaboración con el famoso por tantas cosas abate Da Ponte, autor de los libretos de esa gran trilogía “bufa” constituida por Le nozze di Figaro, Don Giovanni y Cosí fan tutte, tres óperas maravillosas, fluidas, perfectas en su forma y fondo, pobladas de criaturas entrañables. Un tríptico que a la postre viene a ser como una comedia humana en tres partes y que se reúnen a partir del día 7 de abril en el Liceo bajo la batuta de Marc Minkowski en una producción proveniente del teatro sueco de Drottningholm.
Marc Minkowski se ocupa de la dirección musical mientras que la escena viene firmada por Ivan Alexandre
Estimulante experiencia poder verlas seguidas en cuatro tandas de tres días consecutivos (en cada jornada se representa un título). Una manera de poder apreciar su autonomía y al tiempo de percibir sus elementos comunes: respeto a las unidades del teatro clásico y parentesco entre los distintos personajes.
Una suerte de festival que sin duda revelará interesantes aspectos musicales que tendrá el sostén del férreo mando —esperemos que sepa servir también a la gracia de la escritura— del director francés y seguirá las instrucciones escénicas de Ivan Alexandre que ha ideado una producción que podría resultar familiar para un público del siglo XVIII, pero en la que irrumpen algunos ingredientes de signo vanguardista inesperados y en algún caso cómicos.
Porque cómicos son sin duda los planteamientos, pero debajo de ellos hay importantes corrientes subterráneas en las que participan elementos caracterológicos y en las que las modulaciones armónicas juegan un papel fundamental en un discurso balanceado por las más bellas y líricas melodías.
Importante es consignar que actuará una serie de jóvenes voces, en algún caso ya cuajadas y conocedoras del estilo.
Así los barítonos Thomas Dolié y Alexandre Duhamel, líricos y expresivos, dispuestos y buenos actores; el bajo-barítono Robert Gleadow, de emisión franca y asentada, a falta de una mayor oscuridad; las sopranos Anna-Maria Labin, y Ariana Venditelli, líricas y soleadas (la primera, una Fiordiligi algo apurada) y los tenores Julian Henric (un Don Ottavio lírico y valiente en vías de un mayor refinamiento) y James Ley (un Ferrando algo académico, pero de bello timbre de lírico-ligero).