“A otras cosas quizá las atrapa el lenguaje / y caben, cómodas y ajustadas, en sus nombres. / El mar no es una de ellas”. Con estos versos se cierra “Nomenclatura náutica” tras rememorar cuando se aprendió a leer la palabra “mar” y más tarde se estuvo ante “su opulencia de horizontes”. Es la manera de expresar, casi al principio del libro, si no la incapacidad, sí la dificultad de decir las cosas, de decir la vida, la fascinación ante la inmensidad azul de la poetisa –ella misma ha reivindicado ese término– Aurora Luque (Almería, 1962), cuya obra, desde Hiperiónida (1981) hasta hoy ha tenido una excelente recepción y numerosos reconocimientos, el último, en este 2022, el Premio Nacional de Poesía. Una obra poética que es de toda excelencia.
Con toda razón escribe Jaime Siles en el prólogo que Luque “es la más griega de todas nuestras escritoras modernas”. Así es, los mitos, los autores griegos –y latinos–, en fin, sus textos y el mundo del que hablaron y del que continúan diciendo su verdad, porque a fin de cuentas los sentimientos, las pasiones, el dolor, etc., son los de entonces, impregnan este discurso poético. En “Gel” escribió: “Dependo de por vida / de una droga. De Grecia”. No sé si se puede decir con mayor rotundidad. Y no es para un clasicismo impostado, sino que lo antiguo se presenta vivo: “Heródoto en la plaza me contará esta tarde / cuán ciego está el tirano solitario”.
Una marca de la escritura poética de Luque es el ritmo, no en vano, en el mundo antiguo se hablaba de la armonía, de la música de las esferas. Según se lee, es la naturaleza quien marca la melodía: “Crecer con árboles te enseña música: los ritmos del tiempo, de los frutos, de los cuerpos. Te enseña métrica”. El uso de versos variados deja paso en otras de las páginas al poema en prosa.
Canto a la vida, al cuerpo, a entregarse a la naturaleza, a decir verdad es esta poesía: alta poesía
Siendo el culto a lo clásico esencial, el darle nueva vida, no falta en esta obra la atención a lo contemporáneo, a sus asuntos y sus formas textuales; recuérdese, por ejemplo, “Tuneando al pirata cojo de Joaquín Sabina” (Gavieras, 2020), y aquí “La Musa Instrumentos” es, lo advierte el subtítulo, un anuncio (véase además el del poema adjunto) y en “De Tebas a Soweto” son personajes los futbolistas Casillas e Iniesta, poema, por cierto, rematado por un golpe de humor: “La cabeza en los pies: es el secreto / tanto del fútbol como del soneto”; en “Días de 2020” se dice que fue “El año en que a la vida […] le dieron papel de refugiada”; si la proliferación de medusas, “esas primas de Afrodita”, en las playas lleva a que “la tapa de moda este verano / se llamará crujiente de medusa”, escribirá “Para tanta medusa no hay perseos” y, señalando a las causas del calentamiento de los mares concluirá: “Devoramos, letárgicos, nuestros propios errores”, lo que da pie a la observación de que la palabra de Luque no es una palabra ensimismada, sino teñida aquí y allá de conciencia política, como en “Ícaro, que escapaba de la Guerra de los Laberintos, / pidió refugio en una isla cercana a Turquía”, imagen de quienes en nuestros días huyen de Siria, y de tantos otros lugares.
De un modo general, la poesía de Luque se diría dictada por el epicureísmo, “No esperemos placer, palabras, carne, fruta, / más allá de la muerte” y el resultado es, como se lee en otro poema, “este canto a la vida”. Canto a la vida, al cuerpo, a entregarse a la naturaleza, a decir verdad es esta poesía. Alta poesía.
Boletín meteorológico
Es tan corto el verano.
Diálogos joviales del aire con la piel.
La morbidez ficticia del agua en la piscina,
el deseo espacioso,
la lujuria del sol.
De pronto un viento huraño
desinstala las hojas voluptuosas.
Y luego un apagón,
un descuento de luz,
un golpe a la alegría animalesca.
El olor a marina se interrumpe.
Vivir es ir gastando los veranos.
El consumo de vida se factura
en julios y en agostos.