La jodida intensidad de vivir
Esteban Beltrán Verdes
14 septiembre, 2018 02:00Esteban Beltrán Verdes. Foto: Amnistía Internacional
Director de la sección española de Amnistía Internacional desde hace veintiún años, Esteban Beltrán Verdes (Madrid, 1961) imparte cursos de Derechos Humanos en varias universidades. Su primer poemario, Marian o la muerte que no admite olvido, fue editado por Félix Grande en la revista Cuadernos Hispanoamericanos.Escrito en prosa y en verso, La jodida intensidad de vivir es el segundo libro de poemas publicado por Beltrán Verdes. La primera parte, "Lo extraordinario, otra vez", comienza con un texto pleno de valentía. El autor no va a comunicar ningún desquite hermoso. No admite sometimientos ni alivios; aparta complicidades y consuelos. Escribe porque recuerda que en cierta ocasión ha merecido "la esperanza de creer contra toda experiencia". Después redacta un testamento prematuro dirigido a su hija adolescente. Las advertencias del padre no caen en el patetismo; evitan las lecciones dictadas desde la veteranía orgullosa. Nacen de un "fuerte olor a nada". Y, con expresión diáfana, en el siguiente apartado del libro, "Lo ordinario, como nunca", el poeta nombra a la principal protagonista de sus páginas: Polonia, mujer con la que vive una historia de esplendor y naufragios.
Con prosa de calidad, Beltrán Verdes describe impresiones de euforia y derrota, de sufrimientos y goces extremos, en sus "cuadernos desvergonzados". Se sabe seducido por un ser "de mirada única, de exhibicionista y tímida, que te come y te niega". En los versos, los amantes se encaminan hacia "la intemperie de nosotros mismos". La prudencia, el descanso y la mesura no caben en su relación apasionada.
El poeta confiesa cómo concibe su literatura: es una forma de "hacer visible el rastro de lo perdido". La nostalgia enferma y el futuro con grito de alimaña se adueñan de varios textos. Se suceden el bufido, la grieta, el vértigo y la "ambición de la ceniza". Un ser real, Clarice Lispector, y un personaje, Dick Tracy, coinciden en una página angustiosa. En Montevideo o en Madrid, los humanos se reúnen para contemplar el vacío. Las huidas, los trenes y las horas de insomnio resumen la ansiedad de los hombres. En la parte central de la obra, el escritor necesita ser condescendiente con una vida que no puede cambiar. Inmóvil, hace su inventario y piensa en lo perdido. "Sé que todo ha muerto porque ya no me conmueve la posibilidad de la muerte", sentencia. Pero luego lucha mientras su amante, que busca con desgana la desaparición, niega las bondades existenciales.
El combate encierra acidez, rencor, una especie de destierro. El poeta, "bajo la tiranía de la ausencia", no renuncia al exabrupto y se refugia en las preguntas cuando Polonia ingresa en un hospital psiquiátrico. Más adelante, evoca con rabia y admiración a otras dos personas fallecidas. Se considera huérfano y habitante de los seres desaparecidos. Nos dice que, cuando la memoria se convierte en amenaza, busca "amparo en la intensidad de este dolor y en esta furia animal que incendia cada letra".
El penúltimo texto de La jodida intensidad de vivir es la quinta anotación de Beltrán Verdes en su "cuaderno desvergonzado". Son cuatro páginas estremecedoras sobre el suicidio. "¿Habéis escuchado la voz de un suicida en el momento de matarse?", nos pregunta el poeta. Su respuesta: "Yo no la olvido. No puedo. Ha quedado dentro, inmortal, como la respiración". El poemario impresiona por la fuerza con que el autor nos comunica su verdad personal.
@FJIrazoki