Ahora, todavía
Álvaro Salvador
4 julio, 2001 02:00En el prólogo a la antología de Salvador Suena una música. Poemas 1971-1995 destacaba ángel González la "actividad imaginativa de la memoria que hace del inventario una invención equivalente a un descubrimiento y lo que acaba descubriendo es el sentido moral de la experiencia".
Este sentido moral estaba ya presente en los primeros libros de álvaro Salvador, escenarios de especulaciones formales e ideológicas cuyo mejor exponente es Las cortezas del fruto (1980). A partir de este libro, y desde la propuesta inicial de la "otra sentimentalidad", los poemas de Tristia (1982, escrito a medias con Luis García Montero), El agua de noviembre (1985) o La condición del personaje (1992) fueron profundizando en una particular indagación acerca de la relatividad del sujeto poético contemporáneo mediante la fusión de erotismo e historia como cuerpo del poema. El recelo ante las grandes palabras que enmascaran la realidad de los intercambios sociales, la afirmación del carácter material e histórico de los sentimientos y la búsqueda de "una inmediatez no sublimada" (en palabras de Jiménez Millán) constituyen las constantes de una poética que, tras nueve años de silencio, ofrece ahora su mejor producto.En Ahora, todavía, con Antonio Machado al fondo, la razón analítica (intimidad, historia, mediaciones) adopta el artificio de la voz confesional: los sucesivos domicilios reales del autor trazan a lo largo de las cuatro partes del conjunto una topografía sentimental en cuyo interior el protagonista de los poemas se enfrenta en sucesivos autorretratos con la conciencia del presente, ese tiempo de la sospecha. El examen del desengaño busca salvar algunas convicciones y se reafirma el espacio del poema como conocimiento compartible de la realidad. Los quiebros irónicos equilibran el patetismo en una escritura que se adentra en la conciencia desolada del envejecer ("Los territorios perdidos"o "El padre", uno de los mejores poemas del autor), que sigue constatando los fracasos de la Historia ("Callejón de la Isla", "Los tejados de Praga") y, sobre todo, que trata de desenmascarar los artificios del sujeto poético (los breves poemas de "El impostor"), llevado a veces al límite de la lucidez, como en el poema de un verso "Los motivos del suicida".
Pero es sobre todo el análisis de la intimidad lo que aporta a este libro su condición elegíaca. En poemas como "Envío" el poeta extrae conocimiento de la indagación sin concesiones en la conciencia sentimental. En otros, como "Verano del 83" se confirma desde el ubi sunt? el inevitable deterioro de los sueños, de los afectos y de los ideales. El sarcasmo sobre otras esperanzas, las literarias ("La reina del burdel") no elimina una precaria confianza en la poesía, "un terreno de heridas, no graves, pero lentas,/ cicatrices abiertas que la poesía no cura,/ que solamente alivia,/ analgésica,/ a ratos".
En un libro anterior Salvador definía la vida como "un asunto más y más sospechoso". Con la muerte al lado, el impostor sincero y melancólico de Ahora, todavía sigue, pese a todo, atento a la vida y a la belleza: "¿Cuántos años para admitir que la belleza/ no esconde tras de sí ningún misterio?/ Le basta seducir con su abundancia,/ imponer el dictado de la desigualdad."