Image: El asombroso viaje de Pomponio Flato

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Novela

El asombroso viaje de Pomponio Flato

Eduardo Mendoza

3 abril, 2008 02:00

Eduardo Mendoza. Foto: Xavier Torres

Seix Barral. Barcelona, 2008. 192 páginas, 16’50 euros

Eduardo Mendoza se ha trasladado en esta ocasión al siglo I para situar en él una historia compuesta sin más propósito que el del puro entretenimiento. Un viajero romano, Pomponio Flato -irónico nombre si se tienen en cuenta los permanentes desarreglos intestinales del personaje-, deambula en busca de un supuesto arroyo cuyas aguas proporcionan la sabiduría a quien las toma. En su obstinada peregrinación va a parar a Nazaret, un pueblo sometido a la jurisdicción romana en el que un carpintero judío llamado José está a punto de ser crucificado tras haber sido declarado culpable de asesinato. Un niño llamado Jesús, hijo del carpintero, convence a Pomponio Flato para que emprenda una investigación encaminada a descubrir la verdad de los hechos y la identidad del auténtico homicida. Este planteamiento, esbozado vertiginosamente en unas pocas páginas, es el de una tradicional novela de misterio cuyo "detective" tampoco ofrecería demasiadas novedades, puesto que ya existen autores del género de intriga que sitúan sus acciones en el antiguo Egipto, en la Grecia de Aristóteles -al que convierten en brillante investigador de crímenes- o en la Roma clásica.

Lo que singulariza la novela de Mendoza es su acusado carácter de juego paródico, poco sutil ciertamente, que comienza por los nombres -Pomponio Flato, Apio Pulcro o el fornido legionario llamado Quadrato- y se extiende a multitud de alusiones diversas. Así, el atlético joven llamado Judá Ben-Hur tiene como "única afición" las carreras de cuadrigas (pág. 172), y Mateo, desengañado por sus desgracias, decide retirarse de la civilización "a esperar la llegada del Mesías, al que seguiría y a cuyo servicio pondría los conocimientos adquiridos en Grecia, escribiendo puntualmente su vida, enseñanzas y milagros" (pág. 170). Análogo carácter paródico tiene la configuración de los capítulos como una serie de epístolas dirigidas a "Fabio", el carácter marcadamente oral del relato -con su coexistencia de pasado narrativo y de presente- o el uso reiterado de caracterizaciones y fórmulas reconocibles, procedentes de la literatura y la mitología clásicas, como el comienzo del capítulo III, que evoca el celebérrimo de la Guerra de las Galias, o acuñaciones del tipo "la Aurora temprana de rosados dedos", "el sol, que asomaba su dorada cabellera por el horizonte", "cuando la Aurora extienda su rosado manto", "antes de que la Aurora se alzara del lecho de Titonio" y otras similares.

La agilidad narrativa y el gracejo verbal de Eduardo Mendoza son virtudes bien conocidas, y también su afición a la parodia y al jugueteo con la intriga. No es, por tanto, algo que haya que descubrir ahora. Pero en la docena de narraciones de distinta enjundia que constituyen la obra del autor existen títulos más acabados que éste. Naturalmente, un escritor tiene derecho a escribir lo que le venga en gana, y también a tomarse su tarea como un juego y hacer partícipes a los lectores de esta actitud lúdica frente a la literatura. Sobre todo cuando ya cuenta con una ejecutoria que muchos autores envidiarían. Pero se echa de menos en El asombroso viaje de Pomponio Flato una mayor ambición, un esfuerzo para lograr algo más que un divertimiento intrascendente sin renunciar por ello a contar una historia divertida que hasta incluye oportunamente ribetes críticos y guiños a la actualidad, como en lo relativo al turbio negocio inmobiliario que tienta al tribuno Apio Claudio. Es ésta una construcción demasiado facilona -para Mendoza, claro está-, de ésas que parecen escritas para pasar el rato, sin el menor afán de profundizar, de utilizar la parodia como un trampolín para saltar hasta el humor. Citar aquí el Quijote o Tristram Shandy como ejemplos de esta proeza parece inapropiado, porque Mendoza no es Cervantes ni Sterne. Pero es Eduardo Mendoza -valga la perogrullada-, el autor de La verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios, y siempre cabe esperar mucho más de él.