Arte salvaje. Una biografía de Jim Thompson
Robert Polito
18 julio, 2014 02:00Jim Thompson
Si Jim Thompson hubiese muerto antes del otoño de 1952, macerado en Jack Daniels, ahumado en Pall Malls, su nombre no sería hoy más que una nota al pie. El escritor que quemó sus días escribiendo artículos relacionados con algo tan marciano como el periodismo agrícola (algo no tan marciano en su Oklahoma natal), y odiando profundamente a su duro, brutal, padre, el sheriff Thompson, para quien el pequeño Jim no fue nunca más que un cero a la izquierda, la clase de niño que lo hace todo mal, que cuando tiene que elegir, elige siempre lo peor, como el lápiz y el papel, porque el sheriff Thompson es un tipo de acción y no puede creerse que su hijo esté huyendo precisamente de eso y refugiándose en los libros, los libros, ¡ja!, qué sabrá él, se decía el sheriff Thompson, pero decíamos que, de haber muerto a las 46, Thompson no sería hoy nadie.Pero, afortunadamente para los amantes del noir más marginal, el noir consagrado al outsider, aquel que no puede encajar en lo establecido porque es, en todos los sentidos, algo único, salvajemente auténtico, su mala vida no lo llevaría a la tumba hasta mucho después, hasta 1977, y en los 19 meses posteriores a ese otoño de 1952, fraguó la fama que aún hoy, medio siglo después de su muerte, tiene. Porque en esos 19 meses, entre septiembre de 1952 y marzo de 1954, Thompson escribió 12 novelas, entre ellas, futuros clásicos del género como El asesino dentro de mí, La mujer endemoniada, Un cuchillo en la mirada. Pero ¿qué ocurrió en esos 19 meses? ¿Por qué hasta la fecha apenas había sido capaz de completar un par de historias y, de repente, todo explotó? Bien, Arte Salvaje no sólo contiene la respuesta a esa pregunta, sino a cualquiera que el más atento de los lectores de Thompson se haya formulado jamás.
Porque el objetivo del sorprendentemente bien documentado artefacto que ha elaborado el, por encima de todo, fan de Thompson, Robert Polito, un estudioso de Boston que ha dedicado buena parte de su vida a rastrear el pasado del autor de 1.280 almas, es responder cualquier pregunta que se nos ocurra respecto al por qué y al cómo y al dónde y al cuándo hizo Thompson todo lo que hizo. Y esto implica no sólo contar al detalle cualquier episodio importante de su vida (y la de su padre, figura fundamental en la construcción del Thompson escritor y de su universo, un universo en el que los aparentemente buenos resultan auténticos villanos) sino entender qué pasaba por su cabeza en ese instante y cómo eso acabó por convertirse (porque siempre ocurre así) en literatura.
El mayor logro de Polito en ese sentido es el de haberse sumergido (y sumergir al lector) en la mente del crío que presumía ante su futura mujer de haber nacido en prisión (sólo porque su padre era por entonces aún un buen sheriff, y vivía, junto a su madre, sobre la comisaría), en un pequeño pueblo de Oklahoma, a principios de siglo, allá por 1906, que es lo mismo que decir que vivía en un poblado de lo que entendemos por el Lejano Oeste, de ahí que sus futuras novelas no tuviesen otro remedio que ser lo que acabaron siendo. Aunque luchó con todas sus fuerzas por convertirse en la clase de tipo que siempre quiso ser, la clase de escritor que admiraba, un escritor comprometido (Karl Marx fue algo así como su figura paterna de sustitución, una figura aparentemente ideal), sin embargo tuvo que vérselas a menudo con un puñado no especialmente amable de fantasmas, un puñado de fantasmas comandado por el recuerdo implacable de su padre, lo que se tradujo en una alcoholemia feroz y una tristeza (y una rabia) infinitas, a la que sólo pudo hacer frente con sus historias. He aquí lo enorme del trabajo de Robert Polito. Que no se ha limitado como haría un biógrafo al uso a reconstruir una vida, le ha dado sentido. Un profundo y doloroso y amargo (como lo son sus novelas) sentido.