Narcomex. Historia e historias de una guerra
Ricardo Ravelo
21 diciembre, 2012 01:00Ricardo Ravelo
En el mandato de Vicente Fox (2000-2006) se multiplican los atentados, los secuestros y los muertos, y la influencia de los narcos se hace visible en todos los ámbitos de la sociedad. La rocambolesca fuga de Joaquín "el Chapo" Guzmán del penal de Peña Grande en 2001 es un ejemplo del desastroso legado recibido por Fox. Con ella culminaba una confabulación diseñada durante meses, en la que, a cambio de mucho dinero, participaron las autoridades de la cárcel y otras del exterior. A partir de esa fuga se abre, en opinión del autor, una etapa nueva del narcotráfico mexicano, con Guzmán "convertido en el gran capo del panismo, hoy consolidado en más de 50 países del mundo", sobre todo en México, América Latina, Europa y los EE.UU.
Los zetas, fruto de un pacto del entonces jefe del cártel del Golfo, Osiel Cárdenas, en 1997 con mandos militares, han crecido mucho. Nadie ha dado aún una explicación coherente de las razones por las que docenas de militares entrenados en la lucha contra los narcos se pasaron al enemigo. Lo importante es que en los últimos ocho años han dejado de ser el brazo armado del cártel del Golfo para convertirse en un cártel independiente que disputa territorios y extiende su influencia a buena parte de Centroamérica. Se debate aún si los zetas son militares cooptados por los narcos o un brazo del Ejército para controlar parte del negocio. A pesar de las densas y numerosas sombras que pesan sobre el Ejército, desde su llegada al poder Felipe Calderón lo convierte en la punta de lanza de su guerra. Frente a los 2.200 cuerpos policiales (federales, estatales y municipales), el 80% de sus agentes al servicio de los criminales según Ravelo, poco importa que algunos oficiales o militares de menor rango hayan caído en las redes. La policía, para él, es parte esencial de esas redes. "Tan fuerte es el control que (las organizaciones criminales) ejercen en estados y municipios, que los cuerpos policiales han terminado al servicio del narcotráfico y se erigen ya como un cártel más, responsable de brindar protección a las bandas delictivas", afirma.
Hay en México unos 2.300 municipios y, según el Senado de la república, el 70 por ciento de ellos tiene autoridades que responden a intereses del crimen organizado. La militarización de la guerra contra el narco desde 2006 por Calderón multiplicó el número de víctimas y, aunque en los combates cayeron muchos de los cabecillas, los principales cárteles salieron reforzados. La explicación de Ravelo es que limitar la lucha a la fuerza militar no sirve si no va acompañada de medidas financieras, políticas y sociales que sequen las fuentes materiales y humanas del negocio.
Si los presidentes Fox y Calderón hubieran combatido el lavado de dinero con la firmeza con que golpearon a las organizaciones criminales, concluye el autor, la hidra no se habría convertido en el dinosaurio que hoy es. "La gran paradoja de la guerra de Calderón es que el narcotráfico ha salido de ella fortalecido", repite Ravelo. Con los grandes capitales del narcotráfico cada día más internacionalizados, es muy difícil, si no imposible, ganar esta guerra. Sin pretenderlo, Ravelo acaba bendiciendo la estrategia del nuevo presidente, Peña Nieto: sigue la guerra, pero se cambia de estrategia. Se mantiene al Ejército en la lucha, pero no en primera línea. Y se vuelve a dar prioridad a las policías, pero reformando la estructura policial, con un mando único y unidades nuevas de élite blindadas (supuestamente) contra la omnipresente mordida.
¿Volverá Peña Nieto a los viejos pactos con los narcos del PRI, al estilo de Putin en el narcoestado ruso, o los combatirá con la misma firmeza pero con más inteligencia que Calderón? La primera opción hará de ellos multinacionales más destructivas. La segunda es difícil de imaginar desde los antecedentes del presidente.