El mundo, el texto y el crítico
Edward W. Said
10 junio, 2004 02:00Edward W. Said. S. Howard
La publicación de este libro de Edward W. Said, a un año de su muerte acaecida poco después de que recibiera el premio Príncipe de Asturias de la Concordia junto a Daniel Barenboim, adquiere un doble sentido elegíaco.En primer lugar, por la pérdida de tan relevante personalidad como fue Said, profesor de Inglés y Literatura Comparada en la Universidad de Columbia pero a la vez intelectual comprometido con el tiempo que le tocó vivir. Pero no deja de producirnos una cierta nostalgia también el hecho de que El mundo, el texto y el crítico sea una obra publicada inicialmente en 1983, y por ello referida, en su parte más combativa -que la tiene-, a una situación de los estudios humanísticos en los Estados Unidos que hoy ya ha precipitado en un nuevo paradigma.
Said, palestino cristiano, hijo de un árabe que obtuvo la nacionalidad norteamericana combatiendo en la primera guerra mundial, vivió en el Líbano y en El Cairo y realizó sus estudios universitarios en Princeton y en Harvard, para terminar profesando en la gran universidad neoyorquina. En este sentido, su perfil humano es el típico de los comparatistas, desde Louis Betz hasta Claudio Guillén: una familia cosmopolita, estudios en el extranjero y un bilingöísmo básico -en este caso, árabe e inglés- del que Said habla en sus inexcusables memorias Fuera de lugar, de 1999. En este sentido, nada extraño en la elección del tema de su tesis doctoral: Joseph Conrad, polaco nacido en Ucrania bajo la dominación rusa y también escritor en inglés.
A Conrad se dedica, precisamente, uno de los capítulos de El mundo, el texto y el crítico, volumen que además de otros siete sobre la teoría y la crítica de los años setenta y ochenta, enhebrados entre una introducción y una conclusión, incluye dos sobre Swift. éste, pese a su tendencia tory, le sirve a Said como ejemplo de escritor "reactivo", siempre dispuesto a dar respuesta a los estímulos de su época, una especie de "intelectual orgánico" tal y como Gramsci los definía. Su elección tiene que ver, por supuesto, con el papel que Said reivindica para sí y los universitarios del momento, así como también los otros dos capítulos no particularmente teóricos del libro, sobre Raymond Schwab, el autor de La Renaissance Orientale (1950), y Renan y Massignon ante la cultura del Islam, enlazan directamente con lo que singularizó al propio Said entre los comparatistas a partir de la publicación de su libro Orientalism (1978): su protesta de que el eurocentrismo a ultranza no significaba sino la negación "de la generalidad trascendental de la cultura humana" (página 343).
Todas las demás piezas de esta compilación de trabajos escritos entre 1969 y 1981 constituyen otros tantos alegatos contra los estragos que la deconstrucción de Derrida estaba produciendo en el mundo académico norteamericano, una encendida defensa de que la literatura significa, y la propuesta reiterada de que hay que devolver los textos literarios a la realidad, al contexto del que nacen: para Said, "la planeada interacción entre discurso y recepción, entre verbalidad y textualidad, es la situación del texto, su modo de situarse a sí mismo en el mundo" (página 60). Quiere ello decir que Said fue, junto a dos colegas judíos, George Steiner y Harold Bloom, uno de los primeros develadores del peligro inmenso de desactivar el valor social e institucional de la literatura que se estaba corriendo, y un incansable reivindicador de la capacidad creativa del crítico y de su condición de intelectual obligado a insertar la escritura en los procesos y condiciones reales del presente. Enlaza, para ello, además de Foucault, con una línea de pensamiento marxista que desde Lukács y Adorno le lleva al "materialismo cultural" de Raymond Wi- lliams, cuyos "estudios culturales" le parecen un eficaz antídoto contra la logomaquia deconstructivista. Pasados los años y muerto ya Said, cuyos últimos afanes fueron a favor de la causa palestina, desafortunadamente se puede percibir una cierta complementariedad entre ambas escuelas en la empresa de destruir los estudios literarios en la Academia norteamericana: la deconstrucción negó la significación a los textos como si quisiera volverlos inanes, y los estudios culturales han arrumbado con el canon y relegado la literatura al modesto papel de un fenómeno más susceptible de ser analizado como fruto de la creatividad humana. En modo alguno, por supuesto, el más importante.