Años interesantes. Una vida en el siglo XX
Eric Hobsbawm
10 abril, 2003 02:00Eric Hobsbawm
La lectura de la autobiografía del historiador Eric Hobsbawm constituye una suerte de visita a la pasada centuria, la que él mismo ha denominado "siglo corto", con un guía excepcional, no sólo por el carácter profesional del cicerone sino también por sus cualidades humanas: la curiosidad, la experiencia vital y, sobre todo, por el significado que tiene en esa etapa histórica, el compromiso.Británico de origen judío, de extracción social media y de cultural original centroeuropea --el alemán fue su lengua materna--, el itinerario personal de Hobsbawm sigue en paralelo la historia tumultuosa de su siglo en alguno de sus escenarios más importantes, particularmente hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Nacido en Alejandría en 1917, vio el final de los restos del antiguo Imperio Habsburgo en una Austria transformada en una república que sufría los embates del resentimiento por la derrota, pero en el contraste de un marco urbano, Viena, que era uno de los más importantes bastiones rojos de Europa. Su inicial conciencia de izquierdas se manifestó plenamente cuando, en 1933, se trasladó al Berlín de la República de Weimar, donde transcurrió la etapa más agitada de su vida desde el punto de vista vital e intelectual. En todas esas situaciones el autor transmite con viveza el ambiente que se respiraba.
Un capítulo central de su existencia fue la asunción del comunismo. Esa militancia política en la izquierda, primero en la fidelidad hacia el Partido, luego desde una postura más heterodoxa, a partir de 1956, y la vocación como historiador marxista, los dos elementos que conforman la base de su compromiso existencial, constituyen el eje explicativo de la vida de Eric Hobsbawm.
Así, desde esa experiencia, sabe explicar como nadie de dónde y porqué nace esa ilusión colectiva por la Revolución de Octubre y su legado, la permanencia acrítica en esa postura contumaz hasta las revelaciones sobre los crímenes de Stalin y el posterior empeño en no desentenderse de una vinculación laxa con un proyecto que, como él mismo reconoce, estaba condenado al fracaso y devino en una destrucción política y moral de enormes dimensiones.
Para los que no compartan la concepción materialista de la historia de Hobsbawm, el valor de esta autobiografía permanece intacto, además de por ser un testigo de excepción, por su honradez intelectual: el principio de realidad se suele imponer sobre unas ilusiones, muchas veces desbocadas, depositadas en proyectos que se precipitan en el fracaso y que el autor no tiene reparo en confesar, tanto en lo que se refiere a los análisis como a las expectativas infundadas, aunque, eso sí, siempre ha mantenido presta la disposición de ánimo para embarcarse en nuevas quimeras.
En este orden de cosas, el mayor reparo que cabe recriminar al autor está en su visión de Latinoamérica. Aparte de la sorpresa por lo familiar que le resultaba el subcontinente en su primera visita, lo más censurable es su idea de que allí, al revés que en Europa, la revolución no sólo era posible sino necesaria. Actualmente deposita su confianza, por fin, en la vía democrática, la de Lula en Brasil y, con reparos, la de Fox en México.
Entre las lecciones del maestro, en consonancia con su pretensión de que este libro sea una ayuda para el lector que se adentra en el siglo XXI, se cuentan preservar la distancia sobre los hechos, la necesidad de mantener una postura escéptica --lógico en quien ha visto caer el Imperio Británico, el III Reich y la URSS- y el prevenir contra la nueva amenaza, la de las identidades, cualesquiera que sean, que buscan construir una historia a su medida.