'El cuarto de los sombreros': las mentiras más bellas de Gustavo Martín Garzo
Si algo distingue al escritor es la fidelidad a una poética narrativa propia forjada sobre el dominio de una prosa intachable.
30 septiembre, 2024 09:13Es una trayectoria larga y reconocida la de Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948), asentada sobre incontables títulos narrativos (novela, ensayo, cuento): El lenguaje de las fuentes (Premio Nacional de Narrativa), Marea oculta, Tres cuentos de hadas, Elogio de la fragilidad, El último atardecer… por citar solo algunos de los más reconocidos.
Si algo le distingue es la fidelidad a una poética narrativa propia forjada sobre el dominio de una prosa intachable y la firme convicción de que lo más interesante de la literatura no está en el relato de cuanto sucede en el libro, sino en lo que su lectura es capaz de suscitar en los lectores.
El suyo es un alegato constante sobre las posibilidades de la imaginación y la fantasía, no tanto como vía de huida sino como refugio en el que encontrar vida, amor, placer… el consuelo que no es posible hallar de este lado de la realidad. Tal poética requiere lectores cómplices con los que compartir el acuerdo tácito de que el verdadero sentido de la escritura lo otorgan quienes se asoman a su literatura.
El cuarto de los sombreros, su último libro, es paradigma de cuanto defiende, y lo es en varios sentidos. En él no hay una historia, sino dos, independientes, con vínculos sutiles entre ellas que una lectura atenta irá descubriendo progresivamente. Las dos están tomadas por voces de mujeres, tan importantes en su literatura como lo es su pasión por el cine, la música, las leyendas y los mitos. Las dos, a su vez, tienen como eje vertebrador la defensa de la necesidad de la ficción, de la legitimidad de las mentiras más bellas para seguir viviendo.
Fiel a su defensa de que el mundo está lleno de historias necesitadas de ser contadas, en cada una el sentido de lo narrado crece sobre historias encadenadas que van propiciando la necesidad de componer con todas ellas una verdad necesaria, no necesariamente única. La primera de ellas, El cuarto de los sombreros, da título al volumen y significado al conjunto.
Quien habla se dirige a una interlocutora desconocida, con intención de trasladarle sus impresiones tras descubrir, en la novela de una vieja conocida, vivencias de un tiempo lejano. Siendo muy joven –cuenta– entró a servir en la casa de una profesora para cuidar a su padre (todo un personaje con su correspondiente pasado).
Su relato es su respuesta a la sorpresa de encontrarse en el libro con una identidad falsa, pero reconociendo la verdad de aquellos años en los que compartió casa, vida y proyectos con la autora. Su carta es una hermosa retahíla de historias que recobran vida al ser recuperadas para ser contadas. Es su única manera de volver a un tiempo feliz y a un amor nunca olvidado.
La segunda nada tiene que ver con esta dimensión de la realidad, su factura es impecable, pero su sentido lo llena todo de interrogantes. Se titula La mentirosa, y es también un relato en primera persona, el de la niña Bernadette Soubirous, señalada por haber visto “una luz” interpretada por la Iglesia Católica como una visión de la Virgen de Lourdes.
Lo que mueve el sentido aquí es el afán de verdad, ¿qué verdad? Hay que escuchar a la niña, entender su “mentira”, las razones de su imperiosa necesidad de dejarse envolver por secretos que le alivian de un encierro forzado y una enfermedad incurable.
¿Por qué dos relatos tan distintos se encuentran en El cuarto de los sombreros? Quizá este representa el lugar en el que se arrincona la vida que duerme (el deseo, el amor, la fantasía), ese al que uno siempre anhela regresar. Tal vez porque, de un modo u otro, las dos narraciones son ficciones que tratan de la vida del corazón.