La conquista de América sigue levantando ampollas en prácticamente todos los estratos de la comunidad hispanohablante. La historiografía a ambos lados de las orillas sigue muy lejos de aproximarse a un consenso y, a menudo, los representantes políticos regurgitan cuando la polémica cuestión emerge en el debate público, bien en forma de efeméride o con motivo de un exabrupto para el que se exige una respuesta. El más mediático fue pronunciado en 2019 por Manuel Andrés López Obrador. El presidente mexicano aseguró que España debía pedir perdón por colonizar las tierras del Nuevo Mundo.
Al escritor Pedro Ángel Palou (Puebla de Zaragoza, México, 1966) esta consideración le parece “anacrónica”, empezando por el hecho de que el trono del país conquistador pertenecía a la dinastía Habsburgo. “¿Cómo pedir ahora a los Borbones que se disculpen?”, se pregunta. México. La novela, su nueva obra publicada en Espasa, arranca precisamente con la caída de Tenochtitlán en 1521, episodio decisivo en la historia del país azteca que corresponde a la llegada de los españoles, si bien todo el conjunto, un apasionante recorrido por la historia de México, es un revelador fresco que arroja luz sobre las controversias que sigue generando este territorio.
Del periodo prehispánico a la corrupción, la violencia y la desigualdad en el presente, la novela de Palou se detiene en los momentos que cambiaron el devenir del país a lo largo de los siglos. A través de la historia entrelazada de cuatro familias ficticias en Ciudad de México, el lector se sumerge en la problemática indígena, las dictaduras implacables, la Revolución Mexicana o las tentativas democráticas, mientras que la cuestión del estatus social desencadena los conflictos dramáticos.
Pregunta. ¿Cómo surge la idea de emprender este ambicioso proyecto?
Respuesta. Había escrito un gran número de novelas que estaban basadas en una época o en una figura muy importante en la historia de México, pero quizá las personas de carne y hueso estaban en segundo plano. Ahora he querido invertirlo. Por supuesto, aparecen personajes históricos reconocibles, pero lo que importa son estas familias de gente corriente. Estas genealogías me han permitido hablar también de las clases sociales, las interacciones posibles…
Fue como trasladar una idea en la que llevaba trabajando diez años, la ficción documental, a una novela histórica en el sentido más convencional. Ahora los grandes personajes aparecen tras bambalinas y no como ocurre a veces en la novela histórica: que el personaje común se encuentre siempre con el personaje histórico de manera casual, algo que para mí hace que la novela se te caiga. En la vida real, esto no suele suceder.
P. Las historias de estas cuatro familias se entrelazan, pero ¿qué diría que representa cada una de ellas?
R. Me interesaba retratar a una familia prehispánica, cuyo origen fuera previo a la llegada de los españoles, pero que después se acabara mezclando. Recordemos que México es un país profundamente mestizo desde el inicio. Por ello, escogí a los Cuautle. Después de la evangelización, se permitió a algunos nobles conservar su apellido, pero prácticamente todos los demás indígenas fueron bautizados con otro distinto. Quería que los Cuautle, que constituyen el eje de la novela, conservaran el apellido, y de este modo fuesen quienes ostentaran la memoria histórica.
Los Santoveña, por su parte, son unos ricos mineros españoles que incluso desconocen que en su genealogía inicial hay una Cuautle. Por otro, los Landero son una familia de comerciantes medios. Me interesaba muchísimo porque son el gozne entre la clase alta y la baja. Son la familia puente.
Por último, planteo un juego a lo largo de toda la novela: no solo hablo de la llegada de España a México, sino de las relaciones que establece México con España.
Quería que quedara muy claro que no solo hubo una conquista, sino un encontronazo de dos mundos, y a partir de ahí una serie de migraciones hasta llegar a mi familia judía, los Sefamí, que vuelve a ser lo mismo: una estirpe de origen sefardita que me sirve para contar cómo los mexicanos empiezan a liberarse de los cultos religiosos a finales del siglo XIX. Y es que México era un país ultracatólico que no permitía otro culto que no fuera este, incluso ya independizados de España. La llegada de los judíos explica la noción de comunidad del siglo XX.
La idea era que las familias no representaran una clase social concreta, sino que se rompieran los estereotipos: un albañil que es lector, un hombre muy culto que va al teatro a ver a Cantinflas porque le interesa la cultura popular, un judío que se enamora de una chica española, por más que esta comunidad en México está considerada la más endogámica del mundo…
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P. ¿Cuáles son los criterios para construir personajes con perfiles tan distintos y, en la mayoría de los casos, tan antagónicos? ¿Hay una vocación de ecuanimidad?
R. Mi novelista favorito es Galdós, así que sí, aspiraba a esa ecuanimidad. En las ciudades grandes como Madrid o Ciudad de México hay una cierta democracia social que en las provincias no existe. Esta novela no podría ambientarse, por ejemplo, en Zacatecas, pues allí sería imposible que las élites tuvieran contacto con las clases populares. En este sentido, quería derribar el mito de la caída de Tenochtitlán, que según nos contaron habría desaparecido completamente cuando llegaron los españoles.
Una arqueóloga canadiense, Barbara E. Mundy, ha demostrado que el cogollo ilustrado —los frailes, los conquistadores…— conviven con los nobles mexicas en las primeras calles de la ciudad. No es cierto que la sociedad se transformara de pronto desde una ciudad de indios a una de españoles.
Esto explica también que un puñado de españoles pudieran dominar una sociedad complejísima donde vivían más de 150.000 habitantes. Resulta que había gobernadores indígenas en lo que ahora serían los barrios, pero también un contacto humano permanente entre las posibles familias, o sea, los primeros mestizos. En general, pretendía que fuera una novela social y demostrar que el siglo XX, después de la Revolución Mexicana, vuelve a ser un siglo de movilidad social: la clase media crece e incluso puede aspirar a la clase alta.
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R. A propósito de la Revolución Mexicana, ahora se cumplen 100 años del asesinato de Pancho Villa. ¿Cómo cree que ha envejecido la revolución en el imaginario del país?
R. Pancho Villa, precisamente, y Emiliano Zapata son las dos figuras que permanecen en ese imaginario. Todo lo demás se institucionalizó y se volvió de bronce. Zapata es el icono de la lucha indígena y agraria, mientras que Pancho Villa está rodeado de malentendidos. Hay cuarenta y cuatro películas sobre él y en todas aparece borracho. Sin embargo, era abstemio. En el imaginario popular que comentas, Pancho Villa no es más que un robavacas pendenciero, y sin embargo fue una figura interesantísima.
A diferencia de Zapata, cuya formación arraiga en la soledad y en la dureza de la tierra de Morelos, Villa estuvo muy en contacto con El Paso (Texas), en la frontera. Fue el primer mexicano que inseminó artificialmente su ganado, estaba obsesionado con la educación y la salud… Nada que ver con la imagen que tenemos de él. Desde el final de la revolución [terminó en 1917] hasta 1950, no hubo un solo monumento a Pancho Villa. Era considerado el más malo de todos los revolucionarios.
Salvo Pancho Villa y Emiliano Zapata, en México se ha institucionalizado la revolución hasta volverla de bronce
P. ¿Cuál fue la etapa más fascinante y el personaje más decisivo en la historia de México?
R. Diría que es el siglo XIX. Es el menos estudiado en la historia de México debido, precisamente, a la Revolución Mexicana. A sus herederos les interesaba decir que fue el inicio del México moderno, y que lo anterior solo fue bueno cuando fue monumental: los aztecas, los mayas… todo ese “pasado glorioso” anterior a la llegada de los españoles. Incluso el Museo de Antropología e Historia lo refleja.
Sin embargo, en el XIX sufrimos dos intervenciones: la norteamericana, que nos hizo perder la mitad del territorio en la guerra de Texas, y la francesa, determinante en la transformación de muchos aspectos relacionados con el futuro de México a la salida de Maximiliano, que aunque fuera un emperador impuesto fue más liberal que Benito Juárez. Por otro lado, la guerra por la Independencia, que se fecha en 1911 pero España no la reconoce hasta 1921. Luego, la época loca de Antonio López de Santa Anna, que fue presidente hasta once veces…
Por último, aunque a muchos mexicanos no les guste, Porfirio Díaz es la figura más relevante de México, el que verdaderamente moderniza el país. Además de que es quien gana a los franceses, trae todos los avances a nivel económico, social, militar… Pero como se convirtió en el gran enemigo de la revolución [fue el dictador al que derribaron después de tres décadas en el poder], desaparece de la historiografía mexicana y es la figura más odiada del siglo XX. En Ciudad de México, no hay una sola calle dedicada a su figura, por más que León Tolstói se refirió a él como “un héroe de la naturaleza”. Además, la primera grabación en fonógrafo que se hace en el mundo lleva su voz. Grabó un corte y se la envió a Thomas Alva Edison. Fuera de México, fue un icono de modernidad.
Aunque a muchos mexicanos no les guste, Porfirio Díaz es la figura que verdaderamente moderniza México
P. Tuve la oportunidad de charlar con Juan Villoro con motivo de la publicación de su último libro, La figura del mundo, dedicado a su padre, el intelectual Luis Villoro. Él me habló de Manuel Andrés López Obrador como una de las figuras más influyentes. ¿Qué opina de las declaraciones del presidente, cuando dijo que España tenía que pedir perdón por la conquista?
R. Me parece anacrónico. Por un lado, los reyes actuales son Borbones y los de entonces eran Habsburgo. ¿Cómo pedir a los Borbones que se disculpen? El Estado mexicano es el primero que tendría que disculparse con los pueblos originarios. Precisamente el padre de Juan Villoro es un caso muy notorio, por su apoyo incondicional al zapatismo y a los indígenas. Fue curioso que un exiliado español fuera de los primeros en reconocer la ignominia y discriminación hacia los indígenas que se había permitido durante siglos.
Cuando el zapatismo emerge en 1994, encabezado por el subcomandante Marcos, para muchos intelectuales fue un redescubrimiento, porque Luis Villoro ya lo había reivindicado antes. Más que reclamar el perdón, sería más útil hacer un ejercicio de reparación histórica. Por ejemplo, reconocer en la Constitución que México es un país multinacional, pues la nación está compuesta de naciones indígenas, y plurilingüístico: solo en Oaxaca se hablan más de sesenta idiomas. Este reconocimiento es mucho más importante que ponernos a pelear con la España borbónica por algo que ocurrió en 1521.
P. Es curioso, pero desde el inicio de la novela se advierte la posición enfrentada del narrador con respecto a la conquista.
R. Sí, pero porque el problema no fue solo la conquista, sino que además los conquistados perdieron su lenguaje, su cultura, y cuando fueron evangelizados una bula papal les retiró el permiso de ordenarse como sacerdotes. Es lógico que fuera una lucha no solo ideológica, sino también vital para muchos mexicanos. En México siempre ha habido un hispanismo muy importante, pero también un antihispanismo brutal.
La violencia en México ha estado muy relacionada con el narcotráfico, pero también ha sido promovida por el propio estado
P. Por otro lado, ¿por qué México siempre ha sido tan proclive a la desigualdad?
R. Es interesante porque responde a una doble herencia. Por un lado, el imperio prehispánico, pero luego vienen 300 años de colonias, los del virreinato, donde no hay más de dos clases sociales: el español y el criollo, en lo más alto, y debajo todos los demás.
P. ¿Y cómo es que la violencia está tan arraigada a la sociedad?
R. En los últimos años, ha estado muy relacionada con el narcotráfico, pero también ha sido promovida por el propio estado, al menos desde Felipe Calderón en adelante. También con López Obrador, que en su campaña dijo que iba a sacar a los militares de la calle pero se ha beneficiado de la idea de inseguridad y ha hecho un ejercicio brutal de militarización. Allí donde el estado ha intervenido militarmente, la violencia ha aumentado.
A propósito de la violencia, de lo que nunca se habla, más allá de las muertes que genera, es de los desplazamientos poblacionales, la verdadera tragedia mexicana del siglo XXI. Ha sido en Ciudad Juárez, donde hubo tantos feminicidios, la ciudad en la que después se han instalado las mineras canadienses que explotan el subsuelo mexicano. La inseguridad es provocada por el propio estado, que permite que en Guerrero [región al sur del país] se produzca la mayor cantidad de goma de amapola, de la que se extrae el opio, o sea, la droga. Desde la II Guerra Mundial, cuando empezamos a producir marihuana, en adelante, los militares han estado tan corrompidos como los otros políticos.
P. Tal y como lo plantea, el futuro de México se presenta muy inquietante.
R. Sí. Si hubiéramos hablado hace seis años, te habría dicho que mi mayor preocupación era el dinero del narcotráfico en las elecciones locales. Ahora lo que más me preocupa es el mando militar de un país como este, donde la tentación autoritaria es tremenda.