Escuchando hablar sobre La plaza del Diamante a Carlota Subirós, llama la atención un detalle: siempre llama a la protagonista Natàlia, no Colometa ("palomita", en catalán), que es el mote que le puso Quimet, su primer marido, y quedó acuñado en el imaginario colectivo. Es una decisión que evidencia una posición ideológica al acercarse al conmovedor monólogo de Mercè Rodoreda. Subirós firma una puesta en escena impulsada por el TNC y por el Festival Grec, donde la estrena el jueves 13.
Ambas instituciones coincidieron en que Subirós era la directora apropiada para devolver a Colometa (perdón, Natàlia) a las tablas, porque ya en 2006 se sumergió en la figura de Rodoreda: estrenó entonces Retrato imaginario, pieza en la que amalgamaba entrevistas, cartas y el cuento Parálisis de la escritora barcelonesa.
Subirós es consciente de la responsabilidad de fajarse ahora con su obra más popular, con precedentes como la serie producida por TVE en 1984 (dirigida por Francesc Betriu y con Silvia Munt encabezando el reparto) y la versión escénica de Joan Ollé (2015), con Lolita Flores dando lo máximo como intérprete.
Lolita, por cierto, estaba sola en escena, una opción consecuente con el punto de vista de la novela, narrada –a modo de rememoración– en primera persona por la atribulada Natàlia, que representa la dura trastienda de las mujeres anónimas en el franquismo: reclusión doméstica y entrega absoluta a la crianza.
"En nuestro montaje optamos por una polifonía de muchas mujeres de diversas generaciones. Todas ellas podrían ser Natàlia", aclara Subirós, que cuenta con un plantel de diez actrices y una instrumentista. Todas ellas convergen en un espacio blanco lleno de objetos asociados a distintos estratos de la vida de Natàlia. "De ellos se irá desprendiendo, como quien suelta lastre". También de ese mote naif, Colometa.