“Este es un libro histórico”. Con estas palabras tan rotundas como irrefutables se inicia la Introducción de Las cartas del Boom. Quienes las ponen por escrito son Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos, los editores del volumen, aunque los lectores también las harán suyas porque aquí se recogen, por primera vez, las cartas que, entre 1959 y 1975, se cruzaron Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, nombres que forman parte de la historia de la literatura argentina, mexicana, colombiana y peruana –respectivamente– y también de la universal.
Al principio del relato (la obra es una colección de cartas, pero, asimismo, contiene una historia), aparecen como cuatro escritores jóvenes, con una obra prometedora y poderosos intereses comunes. El principal era la literatura, aunque otros coadyuvaron para que se mantuvieran unidos: un claro compromiso que se identificaba con el socialismo y que se manifestó en su apoyo a la Revolución cubana, y un declarado sentido de pertenencia a un continente históricamente desfavorecido por inveteradas negligencias gubernamentales.
Además, los cuatro eran amigos, se respetaban y admiraban y se reconocían como miembros del club de la cultura latinoamericana, que se oponía con claridad y firmeza a la estadounidense y a la europea.
Las cartas del Boom consta de varias partes. Como ninguna de ellas está firmada, los cuatro editores (otro cuarteto) son responsables del conjunto por igual. Se inicia con la citada Introducción, en la que se contextualiza y explica el contenido de las misivas (el nacimiento del boom, sus antecedentes, la situación de América Latina durante los años 60 y 70 del siglo XX, la relación entre los escritores, su militancia, la razón del intercambio epistolar, los posibles detonantes de la ruptura, etc.),
También en la Introducción, se esgrimen las razones que han llevado a los compiladores a reunir esas cartas de esos narradores (y no otras o de otros posibles) que aparecen recogidas en unas “Reglas del juego” (en alusión al doble sentido de “cartas”) que, a su vez, son cuatro, por lo que, de nuevo, se juega con las coincidencias del número: todos han escrito novelas reconocidas por crítica y público, a todos les unió la amistad, defendieron una intensa implicación política y sus obras tuvieron una amplia difusión internacional.
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Tras la Introducción aparece la “Nota a la edición”, en la que se describe la naturaleza de los documentos (207 cartas) y, lo que es más relevante, la ordenación de los materiales. Los editores han optado por una clasificación que se atiene a dos variables: por un lado, la “clásica” o cronológica, de carácter obvio; y por otro, la “moderna” o temática, que consiste en recoger textos de una materia común y simultánea que responde a una especie de conversación mantenida durante años.
Así consiguen que el libro no sea tan solo una recopilación de cartas, sino, sobre todo, “una gran narración en primera persona que pasa pronto del singular al plural”. Además, los antólogos se refieren a la dificultad de reunir un conjunto como este, compuesto por textos escritos a mano y a máquina que, en algunos casos, cruzaron el Atlántico y que fueron conservados por sus destinatarios (a veces también en copia por su autor) durante más de 50 años, aunque no todos fueron igual de diligentes.
Estas cartas, de lectura absorbente, descubren los entresijos de la literatura. Realmente, un libro histórico
Julio Cortázar es, con seguridad, el que menos interés muestra por guardarlas, y Carlos Fuentes el que tuvo mayor celo por preservar tanto las que recibió como las que escribió. Asimismo, los editores se refieren a las instituciones que han custodiado las misivas (distintas para cada destinatario y autor), se hacen eco de los huecos evidentes y se muestran optimistas respecto a la posibilidad de que nuevas investigaciones hagan aflorar algunas de las perdidas.
Las cartas constituyen la parte central del libro y se distribuyen en dos bloques: “Pachanga de compadres (1955-1975)”, que concentra el mayor número y que corresponde a la época más importante del boom; y “Fin de fiesta (1976-2012)”, que agrupa textos algo más azarosos y periféricos, algunos de la última etapa de los escritores. A ello hay que añadir los Apéndices, donde se reúnen ensayos, entrevistas y documentos de trascendencia para la historia del grupo mencionados en la correspondencia.
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Completan el volumen una Cronología, un Índice de cartas y otro de nombres citados, que resultan de gran ayuda para moverse por este laberinto de información cruzada. Incluso hay que aludir a las numerosas notas a pie de página (solo en la parte de las cartas se contabilizan 685) en las que los compiladores añaden aclaraciones en ocasiones muy relevantes sobre el contenido de los mensajes. Y una fotografía histórica y testimonial, porque es la única que se conserva de los cuatro narradores juntos.
Todo comenzó cuando, el 16 de noviembre de 1955, Carlos Fuentes escribió a Julio Cortázar para solicitarle una colaboración que se publicaría en la Revista Mexicana de Literatura por él dirigida. Fuentes era entonces un joven de 27 años con una larga trayectoria a sus espaldas, y Cortázar un autor de 41 que igualmente había tenido una vida llena de avatares. Se conocerían en París, en 1961, ciudad frecuentada por todos, donde también se encontraron García Márquez y Vargas Llosa.
Algunas cartas recogen o solicitan una breve noticia. Pero las más interesantes contienen reflexiones sobre los libros del boom, y están escritas a modo de impresiones que revelan la profunda capacidad de lectura de todos ellos (“en América Latina, los creadores son los únicos críticos válidos”, le dice –con razón– Carlos Fuentes a Vargas Llosa en 1967).
El mexicano se manifiesta como un extraordinario crítico –penetrante, inteligente, perspicaz– cuando escribe sobre Rayuela o La ciudad y los perros, aportando valiosas consideraciones sobre la renovación técnica que suponía esa nueva forma de novelar, y demostrando que no se trata de una experimentación banal. Pero lo más conmovedor es el respeto intelectual que hay entre los novelistas: “me deslumbra tu escritura, tu maravilloso don de asociar los infinitos elementos de una vida bien vivida y poner en cada página una atmósfera que la resume”, escribe Cortázar a Fuentes.
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Estas cartas, de lectura absorbente, descubren los entresijos de la literatura (de los premios, de la crítica), los principios éticos irrenunciables de los autores, las campañas de desprestigio que sufrieron en sus países, la génesis de algunas obras (son paradigmáticas las referencias a la constante reescritura de Cien años de soledad), las lecturas de los manuscritos de los amigos…
Y ya en el ámbito personal, las filias y fobias de todos ellos, sus opiniones, sus problemas económicos, sus cambios de pareja, el nacimiento de los hijos, sus neurosis, la indignación que les causan los juicios que responden a divergencias políticas, el aprovechamiento de los editores… Realmente, un libro histórico.