El 21 de octubre de 1982 fue jueves. Per Gillensten, el que fuera secretario permanente y miembro de la Academia sueca, acudió puntual al anuncio del Premio Nobel de Literatura y leyó en voz alta el nombre de Gabriel García Márquez (Colombia, 1927- México, 2014). El escritor colombiano fue reconocido con el galardón literario más prestigioso del mundo por “sus novelas e historias cortas, en las que la fantasía y la realidad se combinan en un mundo rico de imaginación, reflejando la vida y los conflictos de un continente”. Ni siquiera las palabras correspondientes al inicio del acta del jurado se llegaron a escuchar con nitidez. Al parecer, “un murmullo de aprobación recorrió la sala”, según relató Ricardo Moreno en su crónica desde Estocolmo para El País.
El Nobel al Gabo no fue una sorpresa para los medios de comunicación suecos. La reciente publicación de Crónica de una muerte anunciada (1981) parecía el impulso definitivo para alzarse con la preciada distinción. Se trataba de su sexta novela, la segunda después del soberbio éxito de Cien años de soledad (1967) y la primera en la que mezclaba realidad y ficción, pues sus crónicas aparecidas en cabeceras de grandes periódicos y en títulos como Relato de un náufrago (1970) estaban motivadas por hechos veraces. Este último, por cierto, es hoy lectura obligada en la E.S.O., lo que da cuenta de la vigencia actual de su obra.
Crónica de una muerte anunciada fue, ciertamente, un éxito, pero el autor ya se postulaba para el Nobel desde la gran novela sobre la familia Buendía, considerada por Pablo Neruda como “el Quijote de nuestro tiempo”. Antes del reconocimiento no tuvo, precisamente, palabras halagadoras para la Academia Sueca, que “parecía considerar que quien es bueno en una ciencia no puede serlo también en el arte de las letras”. Del mismo modo, no comprendía que Leon Tolstói, Henry James, Marcel Proust, Franz Kafka, Joseph Conrad, Joyce y Rainer Maria Rilke se hubieran quedado sin el galardón.
La ceremonia antiprotocolaria
El 8 de diciembre de 1987 se celebró en Estocolmo la ceremonia de entrega. García Márquez rompió el solemne protocolo de la gala y se presentó ataviado con un traje de lino blanco. Se trataba de un “liquiliqui”, traje típico de una región al norte de América del Sur denominada Los Llanos. Antes la había usado su abuelo materno, a quien el escritor llamaba "Papalelo". Nicolás Márquez Mejía inspiró la novela que este año reedita Penguin Random House en un volumen ilustrado, El coronel no tiene quien le escriba, y el célebre arranque de Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
El discurso que pronunció en Estocolmo se tituló “La soledad de América Latina”, fue traducido a 8 idiomas y leído ante 400 invitados. En su alegato por la paz y la reivindicación de su tierra, alertó del desprecio hacia el continente sudamericano por parte de las potencias occidentales. “Frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida”, dijo entre rotundas aseveraciones.
Macondo y realismo mágico
“La literatura latinoamericana muestra, desde hace un tiempo, una vitalidad que apenas se encuentra en otro ámbito literario y tiene conquistada una posición que es seguida con particular interés en la vida cultura de nuestro tiempo”, continuaba el acta del jurado. García Márquez fue el cuarto latinoamericano en recibir el Nobel tras Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda, pero el autor de La hojarasca, su primera novela, fue el máximo exponente de un movimiento que cambió para siempre la historia de la literatura en español: el realismo mágico, término acuñado por el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri.
En una tierra donde la cultura popular se construyó a partir de la oralidad, los ecos de civilizaciones ancestrales, los mitos y las leyendas, autores como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Alejo Carpentier y el propio Gabo incorporan influencias del surrealismo y otras corrientes vanguardistas europeas. Los elementos fantásticos se imbrican en historias reales, logrando que las tramas parezcan cotidianas. Surgió a mediados del siglo XX en el sur de América, pero vivió su periodo de apogeo durante los años 60 y 70, coincidiendo con el boom latinoamericano.
['Atlas de literatura latinoamericana']
Si hay un escenario reconocible en estas ficciones, ese es Macondo. “No es un lugar, sino un estado de ánimo”, dijo el propio García Márquez, aunque en algún momento revelaría que el nombre de esta región imaginaria pertenecía a una de las fincas productoras de plátano que contemplaba en sus largos viajes en tren hasta Aracataca, su pueblo natal. En todo caso, sirve como espejo de las costumbres, la música, la arquitectura y la idiosincrasia del Caribe colombiano, donde se crio desde que vino al mundo el 6 de marzo 1927.
El jurado del Nobel reconoció, en este sentido, el “universo propio —el mundo que rodea a Macondo —inventado” por el escritor. “Desde finales de la década del cincuenta, sus novelas y cuentos nos arrastran a ese extraño lugar donde se dan cita lo milagroso y lo más puramente real —el espléndido vuelo de la propia fantasía—, fabulaciones desmedidas y hechos concretos que surgen del fondo del pueblo, alusiones literarias, gráficas descripciones, palpables y a veces opresivas, realizadas con la precisión de un reportaje”, se añadía en el acta.
Vida y obra después del Nobel
La Academia Sueca también destacaría la importancia de la muerte en la obra del colombiano. La parca, que él mismo definiría como “una puñalada trapera de la vida”, vino a encontrarlo en 2014, treinta y dos años después del reconocimiento. “Pero ese sentimiento trágico de la vida, que alienta en las obras del escritor, expresa a su vez una fuerza vital a un tiempo aterradora y edificante de lo vivo y lo real”, matizaron.
Por último, “cada nueva obra suya es considerada por una crítica y un público expectantes, como un acontecimiento de trascendencia internacional y se traduce y publica rápidamente en numerosos idiomas y grandes tiradas”, concluyeron. A propósito, una de sus novelas más celebradas fue escrita inmediatamente después de la distinción. El amor en los tiempos del cólera, la gran fábula de amor que reúne tras toda una vida a Florentino Ariza y Fermina Daza, sería publicada en 1986.
En 1999 le diagnosticaron un cáncer linfático y aprovechó para escribir sus memorias, Vivir para contarla (2002). Hacia el final de su vida, la novela Memoria de mis putas tristes (2004) generó una desagradable controversia por el tratamiento de la prostitución en su relato, que narra las relaciones de un anciano con una joven meretriz. En 2012 su hermano anunció que Gabo sufría demencia, infección pulmonar y deshidratación. Parecía responder bien a la medicación, pero la salud del autor colombiano era cada vez más débil. Su vida se apagó el 17 de abril de 2014, a los 87 años. Su legado permanece, casi una década después, entre las grandes páginas de la literatura contemporánea en español.