“Escríbeme, me tienes olvidada completamente, y sabes que para mí eres inmensa”. Así empieza la carta que Maruja Mallo envió a Gabriela Mistral el 7 de noviembre de 1948. En otra le pedía dos fotos “buenas” que representaran su vida y su obra. Mistral se convirtió en una figura capital y una gran fuente de apoyo durante el exilio de mujeres como María Zambrano, Zenobia Camprubí, Victoria Kent o Margarita Nelken. Con todas ellas mantuvo una correspondencia, más o menos, habitual. En total, la Biblioteca Nacional de Chile atesora más de 12.000 misivas dirigidas a la poeta chilena. Tras una larga investigación, Francisca Montiel Rayo ha reunido 30 documentos en el libro De mujer a mujer. Cartas a Gabriela Mistral (1942-1956), un título que se suma a los Cuadernos de Obra Fundamental de la Fundación Banco Santander.
“La dispersión y la situación de todas ellas hicieron que las epístolas fueran necesarias y apremiantes. Este es el contexto de este volumen, diez mujeres de primera fila vinculadas a la cultura en el siglo XX que continuaron con su labor fuera de España tras la guerra civil”, apunta Montiel Rayo. A través de sus palabras entendemos sus pensamientos, sus pesares, su desgarro, la herida que la guerra civil estaba abriendo en los intelectuales exiliados. María Enciso, María de Unamuno, Teresa Díez Canedo… todas ellas se pusieron en contacto con Mistral desde países como Francia, México, Colombia, Argentina, Puerto Rico o Cuba.
La poeta, además de ser una de las grandes escritoras en español, defendió la justicia, la igualdad y la fraternidad y reafirmó sus pensamientos escritos con actos en un ejercicio de coherencia entre vida y obra. Pero, ¿por qué se convirtió Mistral en este pilar fundamental? Las razones son varias. “Las mujeres de su misma generación, como Teresa Díez Canedo, Zenobia Camprubí o Margarita Nelken, la conocieron durante su estancia en Madrid como cónsul de Chile entre 1933 y 1935”, donde conoció la realidad del país. A Victoria Kent, directora general de prisiones de la segunda República, le unía una gran amistad mientras que a otras más jóvenes, como la poeta María Enciso o la deportista Ana María Sagi, “les movió la admiración”.
El estallido de la guerra civil en España hizo que Mistral confraternizara con la causa republicana (aunque sentía recelos hacia el ateísmo y los comunistas), plantando así la semilla que motivó el intercambio de una correspondencia en la que vertían sus preocupaciones y dificultades en el destierro, buscando asilo en las palabras de la poeta. “Muchas se centraron en la vida familiar y cotidiana. Margarita Nelken tuvo que sacar adelante a su madre, a su hija y a su nieta con los ingresos que pudiera tener y María Enciso salió de España sola con una hija de dos años y fue recorriendo países como Colombia, México o Cuba”. Estas circunstancias apremiaron la necesidad de consuelo, de desahogo, de contar con un interlocutor que las pudiera entender, aconsejar, aliviar.
En algunas de estas misivas se habla de las actividades profesionales que llevaban a cabo y destaca que “para ellas el trabajo no solo era un medio económico si no una especie de bálsamo, de consuelo, un reto personal para seguir construyéndose a sí mismas o para continuar con sus obras”. Si bien es cierto que en ocasiones se intuye el deseado regreso a la patria perdida en seguida se observa “que empiezan a integrarse. Hay nostalgia, sí, pero también agradecimiento a América, la tierra que las acoge”, recuerda Montiel Rayo.
Algunas de estas escritoras y artistas “recibieron la ayuda de Mistral durante la guerra o en el exilio. Maruja Mallo salió de Lisboa gracias a la intercesión de Mistral, que ya estaba allí como diplomática, y a Francisca Prat la ayudó en Francia al inicio del exilio”, recuerda la antóloga. Desde Lisboa Mistral ayudó “a que llegaran a México los primeros exiliados que acabarían configurando la Casa de España, hoy el Colegio de México”, apunta. No solo apoyó la consecución de pasajes para que muchos pudieran salir de Francia, también contribuyó económicamente a familias con niños, sobre todo”. En el caso de María Zambrano o María de Unamuno les unió la admiración profesional. “Todas sabían que Gabriela Mistral era, en sus propias palabras, ‘una mujer errante, trashumante, una vagabunda’, palabras con las que podían sentirse identificadas”.
Además de agradecimiento, estos escritos apenas se alejan de la esfera de la intimidad de las escribientes. “En ocasiones las cartas de exiliados tienen muchos comentarios políticos. Aquí se sale poco de la intimidad y demuestran que además de los apoyos que pidieron a Mistral o que ella se ofreció a dar en realidad esta correspondencia supuso un importante apoyo emocional. Gabriela Mistral fue un bálsamo emocional que les proporcionó, en ocasiones, el alivio anímico que les hacía falta”. La poeta chilena, como gran interlocutora, también necesitaba del calor de las palabras del resto pues a menudo sentía un dolor que quería compartir. Así pues, invitó a Teresa Díez Canedo y a Margarita Nelken (la pérdida del ahijado de Mistral, Yin Yin, la hermana con Nelken, que había perdido a su hijo) a pasar unos días en México y con María de Unamuno se encontró en Estados Unidos.
De mujer a mujer se convierte en un libro que lanza un mensaje de esperanza en un momento de exilios interiores. Las palabras que habitan este volumen nos dan aliento y nos muestran el compromiso que Mistral tuvo con la mujer y el exilio español además de su gran fuerza y presencia espiritual. No solo consiguió abrirse un hueco como esa amiga y hermana en la que buscar y encontrar apoyo, sino también alzarse como un ejemplo que representaba a esa mujer que había logrado sus propósitos gracias a sus méritos y a su esfuerzo. En definitiva, la poeta galardonada con el Premio Nobel de Literatura, “logró crear una red solidaria de apoyo para la que resultó fundamental la fraternidad, la sororidad en términos actuales”.