Con este distópico 2020 desgranando al fin sus últimas horas es el momento de hacer un hueco para la esperanza y ver lo mejor que nos han dejado estos extraños y agitados meses. En el terreno literario, las dudas y temores de un marzo plagado de incertidumbre y de un abril sin Día del Libro dieron paso al optimismo que trajo consigo el fin del confinamiento y el voraz apetito lector que descubrió una rentrée iniciada ya en agosto y que despejó un poco el futuro. Todo ello aliñado con la definitiva cancelación de la Feria del Libro y con todo tipo de eventos, charlas y presentaciones virtuales.
Por eso, este año tiene doble mérito el ya siempre complicado salto al mundo editorial, del que los últimos meses nos dejan variados y diversos ejemplos unidos por la calidad literaria. Algunos, como Íñigo Redondo, Raquel Taranilla o Eduardo de los Santos pudieron ver su libro en la calle antes de que comenzara el confinamiento e incluso realizar la clásica promoción de presentaciones y entrevistas. No obstante, la ganadora del Premio Biblioteca Breve reconoce que "cuando pienso en la pandemia, lo último que lamento es que me complicase la publicación. No escribí Noche y océano para promocionarlo. Me entusiasma hablar de literatura, pero ponerme yo en el foco como autora me cansa. Quiero creer que mi novela es un instrumento que ayuda a pensar de un modo propio este tiempo y este espacio".
"Tras todo esto me doy cuenta de que esta ha sido mi carta de presentación como escritor, con todo lo que eso implica", reconoce De los Santos
Redondo y De los Santos, por su parte, destacan que echan de menos no haber vivido las ferias del libro y la cancelación de algunos clubes de lectura, ese contacto con los lectores que sin embargo, les llegó de forma elogiosa hasta la irrupción del COVID. "Ahora cuando me doy cuenta de que esta ha sido mi carta de presentación como escritor, con todo lo que eso implica. Es también un hecho que publicarla no me ha cambiado la vida en lo más mínimo. 2020 iba a ser un año importante para mí por el lanzamiento de la novela, pero en marzo eso era ya una preocupación de otro mundo", reconoce el segundo.
Justo sobre la bocina del confinamiento se publicó Reina, de Elizabeth Duval, que relativiza el asunto afirmando que la pausa en el habitualmente frenético ciclo de promoción "quizá permite una comunicación más lenta y sosegada con quienes llegan a leer el libro, y supongo que igualmente llegará a las manos de aquellos a quienes deba llegar. Tampoco me creo esto del todo, pero algo hay que contarse a una misma", bromea.
"Pensé que mi libro se perdería en la vorágine de publicaciones poscuarentena, pero no fue así", desvela Andrea Abreu
Algo similar opina Andrea Abreu, que apunta que no se esperaba el éxito cosechado con Panza de burro. "Al principio, cuando estábamos en cuarentena y Barrett retrasaba la publicación del libro cada poco, pensé que las cosas no iban a salir bien, que el libro se perdería en la vorágine de publicaciones poscuarentena. Pero ocurrió algo muy diferente y totalmente inesperado: había muchas personas que habían ido fermentando las ganas de leerlo durante el encierro. Se me hace raro decirlo, pero creo que el confinamiento, en cierta medida, ayudó a que el libro se conociera antes de haberse publicado oficialmente".
Los caminos a la novela
Fuese antes o después, la realidad es que todos estos escritores comparten la publicación de una novela, un género al que no siempre es fácil acceder, como explica Ana Merino, poeta célebre y una experta reconocida en el mundo del cómic pero debutante también este año en esta categoría con El mapa de los afectos, que le valió hace ya casi un año el Premio Nadal. "He llegado a la novela desde la madurez. En diferentes momentos mi voz literaria se ha ido construyendo con propuestas variadas: poemarios, obras de teatro, ensayos reflexivos… y en todas he intentado crear un tipo de escritura elaborada y expresiva. En este caso la novela era el espacio que mejor condensaba mi imaginario, esta propuesta coral que ahonda en la bondad humana como espacio literario", explica.
"He llegado a la novela desde la madurez. Era el espacio que mejor condensaba el imaginario que crea esta historia", explica Ana Merino
Una fluidez que también sintió Berta Marsé, autora de libros de relatos que confiesa que "me enfrenté a este libro de la misma forma y con las mismas armas, ya que cuando empecé a escribir esta historia no sabía si iba a ser un relato largo, una novela corta, o nada, solo una más de esas ideas que acaban en un cajón", reconoce. "Una vez decidido que sería una novela (allá por las treinta páginas) el escollo principal era el tiempo, porque coincidió con una época muy complicada en la que no me era nada fácil encontrar el tiempo, la concentración y la resistencia necesarias para escribirla".
En cuanto a los debutantes a la hora de publicar hay un poco para todos los gustos. De los Santos, por ejemplo, apunta que "resulta difícil resignarse a guardar una novela en el cajón sin probar suerte antes. Yo me enfrenté a ella cuando la necesité de la novela para contar las historias que quería contar, y eso pasó al cabo de muchos años de dedicación al cuento y la poesía". Algo similar cuenta Redondo, que asegura que escribir Todo esto existe "no ha sido una decisión a priori sino, más bien, una consecuencia. Antes que esta novela escribí relatos, coqueteé con la poesía e incluso me atreví con una obra de teatro que resultó premiada".
Para Redondo, escribir Todo esto existe "no ha sido una decisión a priori sino una consecuencia. Antes que esta novela escribí relatos, coqueteé con la poesía..."
Otros casos son más singulares, como el de Taranilla, que reconoce que "al haberme dedicado mucho a la escritura académica, lanzarme a la novela fue una liberación. Pude prescindir de muchos corsés que me hacen infeliz cuando practico otros géneros. A la novela le cabe todo y se deja hacer cualquier cosa. Admite a todos salvo a los holgazanes. No puede gustarme más". Por su parte Abreu asegura que todavía no tiene claro cómo llegó a tener su novela en las manos. "Una vez leí una entrevista de Ida Vitale en la que ella decía que era poeta por pereza, y supongo que eso me pasó. Simplemente asumí que no era capaz de pasarme meses y meses trabajando en el mismo texto todos los días". Pero fue venirse a Madrid y pasar una mala racha lo que le llevó a escribir. "Hay gente que tiene la suerte de narrar lo cotidiano estando dentro de la vida misma. Yo tuve que ver la isla desde la distancia para poder contarla. Ver las cosas desde lejos me permitió entender que tenía algo que contar.
¿Un final abierto?
Nuevas voces y nuevas maneras de abordar un género que, a pesar de ser recurrentemente dado por muerto, los escritores consideran inagotable. "Del fin de la novela se viene hablando desde hace décadas, no años. Y, lejos de extinguirse, no sólo sobrevive, sino que parece absorberlo todo: no ficción, autoficción, metaficción, basado en hechos reales...", opina Marsé. Para De los Santos, "la supervivencia de la novela está ligada a la perduración de un mundo que sigue siendo igual de misterioso, siniestro y salvaje que el primer día. El género cambia, claro, desaparecen ciertas fórmulas narrativas y vuelven otras ya extintas, hay temas y contratemas eternos y de moda, pero eso son signos de vitalidad, no de muerte".
"A la novela le cabe todo y se deja hacer cualquier cosa. Admite a todos salvo a los holgazanes. No puede gustarme más", defiende Raquel Taranilla
No obstante, hay quien reconoce que quizá el problema es que tenemos un espectro limitado de lo que es una novela. Redondo ve claro que "a estas alturas hay géneros trilladísimos, cercanos casi a la radiofórmula, y que ocupan el mayor espectro del mercado. Pero, afortunadamente siguen quedando historias más allá del detective-arqueólogo de turno, del asesino-del-crucifijo o de la sociedad-secreta-de-la-santa-fusta. Y, sobre todo, hay muchos escritores y escritoras buenísimos prestándole atención a esas otras historias".
En esa línea se mueven dos de las autoras más jóvenes. Para Duval, su libro, "una novela rara, discursiva, más interesada en el marco de enunciación y la relación entre lector-autor que en lo narrativo", demuestra que "sigue siendo posible contar historias distintas a las ya contadas. La novela es una gramática concreta que estructura una conversación, y mientras esa conversación no se acabe seguirán escribiéndose".
Para Elisabeth Duval, su libro, "una novela rara, discursiva", demuestra que "sigue siendo posible contar historias distintas a las ya contadas"
En su caso, Abreu afirma que quiere seguir "leyendo y escribiendo novelas porque me gusta sentirme confusa en el lenguaje, extrañada, me gusta exponerme a que me revienten por dentro, tragar saliva recordando una frase que subrayé o que escribí y que me dio como un calentito por dentro al releerla". Eso sí, "no novelas en el sentido más estricto de la etiqueta. Me encuentro mejor en los límites, en la hibridación, como Valeria Luiselli en Desierto sonoro o Lola Lafon en La pequeña comunista que no sonreía nunca".
En definitiva, como dice una irónica Merino, "se lleva hablando del fin del mundo más de tres mil años, que ahora se pongan a hablar del fin de la novela no me resulta demasiado preocupante. Yo seguiré escribiendo novelas. Tal vez mientras lo haga me pille el fin del mundo, o el fin de la novela, pero yo seguiré tan feliz ensimismada en el proceso creador". Taranilla es todavía más tajante: "Eso es hablar del sexo de los ángeles. La novela es un género sin reglas dadas de antemano y sin límite de espacio: ¿cómo va a estar en crisis?".
Un año de nuevas voces
Otro aspecto en el que coinciden todos estos escritores es en que ha sido un gran año para las nuevas voces, especialmente femeninas. Una temporada literaria en la que, quizá por influjo de la pandemia y el confinamiento, o bien por necesidad perentoria, se ha producido una necesidad en el lector y en los propios autores de lecturas frescas, diferentes y originales. "Siento que me jala todo el rato la necesidad de encontrar libros que me desintegren un poquito, que me cambien la composición interna, que me remuevan con un palo. Creo que quiero sentirme viva a toda costa, porque esta realidad tan precaria nos está consumiendo", resume Abreu, que además de a algunos compañeros de reportaje cita el espléndido debut de Brenda Navarro, Casas vacías, reciente Premio Tigre Juan.
"En los últimos meses he leído mucho menos de lo acostumbrado, el verano fue duro y dejó algunas secuelas", reconoce Berta Marsé
A la propia canaria, igual que muchos otros como Duval que afirma rotunda que "el debut en novela más reseñable, tanto por su calidad como por la recepción que ha tenido, es claramente Panza de burro: creo que no está muy abierto a discusión", cita Marsé, que, no obstante, reconoce que "en los últimos meses he leído mucho menos de lo acostumbrado, el verano fue duro y dejó algunas secuelas, una de ellas la pérdida de la concentración. Un ejemplo de novela que me ha devuelto las ganas de leer es Simón, de Miqui Otero.
Redondo destaca Mil de fiebre, del uruguayo Juan Andrés Ferreira, que "me tiene contra las cuerdas" y Taranilla cita las novelas Nada ilegal, nada inmoral, de Adrián Grant, y Comida y basura, de Álex Prada. "La primera, porque se ocupa de temas que me interesan y que se abordan poco en la literatura en español; la segunda, porque usa el idioma de una manera especialmente bella". Mas prolijo es De los Santos, que recomienda propuestas tan variadas como Malasangre, de la venezolana Michelle Roche; Feria, de Ana Iris Simón; Horizonte aquí, de Alejandro Narden y el "maravilloso libro de cuentos Con la frente marchita, del poeta Dimas Prychyslyy, que es un excelente escritor".
Pero al final, como apunta Merino, "todos los debuts merecen un gran aplauso, porque los escritores se dejan la piel. Un libro representa muchas horas de trabajo y todas las voces que han parecido en este doloroso año, con sus variadas propuestas, cuentan con mi respeto y mi calurosa felicitación y espero seguir su evolución a lo largo de las próximas décadas. ¡Bravo por mis colegas debutantes!".