Sólo hace unos meses, o días, incluso, que están en esto de la literatura y este 23 de abril era su primera oportunidad para enfrentarse a esas mareas de lectores y cazaautógrafos que pueblan días señalados como este o eventos como la también postergada Feria del Libro. Pero esta cuarentena provocada por el cornavirus les ha robado, la experiencia de ponerle cara, y voz (a veces, incluso, crítica), al lector, que tendrá que esperar, por lo menos, hasta el 23 de julio. Son Elizabeth Duval, Íñigo Redondo, Raquel Taranilla, Eduardo de los Santos y Elisa Ferrer, escritores noveles que han visto interrumpido su salto "al otro lado" del libro, y nos cuentan sus expectativas frustradas, sus ideas postergadas y sus planes reales para este Día del Libro tan atípico.
Algunos, como Duval, han sacado novela, Reina (Caballo de Troya), pocos días antes del cierre, aunque recuerda que "bastante más graves son las cosas que nos están pasando". Otros, como De los Santos, que publicó su novela Yas (Alfaguara) hace ya tres meses, si han podido verla rodar y se han enfrentado a ese carrusel de entrevistas, críticas y exposición que algunos escritores disfrutan, otros soportan y otros detestan. Por eso, no se muestra muy apenado por haberse quedado "sin expediciones al ártico ni viajes en globo", bromea. No obstante, reconoce que "este 23 de abril como escritor publicado, es triste y más oscuro que los anteriores".
Con una ilusión especial aguardaba también esta jornada Ferrer, la que más rodaje ha tenido con su novela Temporada de avispas, ganadora del Premio Tusquets el pasado noviembre. "He pasado unos meses emocionantes, me han llegado mensajes de personas desconocidas que han leído el libro y me quieren contar que se han sentido identificadas con la protagonista, que la historia les ha emocionado, que se han reído, que han sufrido. Y estos mensajes son de lo más bonito que puede recibir una escritora", asegura. "No es un Día del libro como el que había imaginado meses atrás, pero es verdad que en este encierro los libros son un bálsamo".
Pero no todos añoran este frenético y populoso día. Por ejemplo Íñigo Redondo, cuya novela Todo esto existe (Random House) fue un boom del boca oreja, reconoce que no puede evitar "encontrarle a las firmas de libros parentescos con esa familia de delirios colectivos que se producen en los mítines políticos o en torno a la alfombra roja de los estrenos cinematográficos". En la misma línea se pronuncia Raquel Taranilla, ganadora del Biblioteca Breve con Noche y océano, que afirma no querer ser "una pinchaglobos", cuando desvela que "no estaba loca por celebrar este día como escritora-que-firma-libros", un papel más que sumar al personaje que ha ido construyendo desde que es autora.
Los cinco, en fin, nos cuentan en qué eventos (online, claro) participarán en el día de hoy y qué supone para ellos vivirlo de esta manera; y reflexionan también sobre qué ha supuesto para ellos adentrarse en el mundo de la literatura. Así que después de estas pinceladas, dejemos que hablen los protagonistas.
Elizabeth Duval
Este Sant Jordi va a ser, como ya viene siendo habitual desde que empezó el confinamiento, un festival de la sobreexposición virtual, y supongo que así vamos a tener que vivirlo. A lo largo de la semana ya he estado en distintas actividades, véase la entrevista con el Centre LGBTI de Barcelona, y creo que puede llegar a darse la casualidad de que esté en más de un lugar al mismo tiempo: en una entrevista de radio y en un directo de Instagram, por ejemplo, como el que se va a hacer dentro del festival virtual ‘Casa tomada’ de Penguin. También voy a tener que atender a otros compromisos que poco tienen que ver y ser grabada en reuniones de Zoom; sumando todo esto, la conclusión más evidente es que, por una vez en Sant Jordi, no voy a tener tiempo ni para recorrer librerías, ni para regalar libros, ni para leerlos.
Intento quejarme lo menos posible de que mi libro haya salido justo antes del encierro, porque me parecería a mí misma una cínica que sólo piensa por su interés, y porque bastante más graves son las cosas que nos están pasando que las ventas o no ventas de mi libro, pero es evidente que sacar una primera novela y que a los dos o tres días se cierre a cal y canto el país no es plato de gusto de nadie. No permite que se hable o se discuta sobre ella, porque los temas de discusión de la actualidad, o más bien el tema, desplaza todo lo demás; no permite que llegue a todo el público al que podría llegar, que alcance el impacto que podría tener… Y, al mismo tiempo, intento buscarle un lado positivo: quizá permite una comunicación más lenta y sosegada con quienes llegan a leer el libro, y supongo que igualmente llegará a las manos de aquellos a quienes deba llegar. Tampoco me creo esto del todo, pero algo hay que contarse a una misma.
La situación es mala para todos, pero supongo que también está bien, para bajar la tendencia (aplanar la curva, si se me permite) de los escritores nóveles a devenir o creerse divos, que la realidad te dé algunos puñetazos en la cara. Creo que no hay que pensarse tan importantes, que no todo van a ser las novedades editoriales (y es de justicia poética que, por una vez, eso nos afecte a las novedades) y que hay otros componentes del sector del libro que van a sufrir mucho más que nosotros, los autores recién publicados, como las librerías independientes (veíamos hace nada el caso de alguna que ya ha tenido que cerrar). En definitiva: no digamos que no hay nada más triste que lo nuestro.
Íñigo Redondo
A decir verdad, no estoy muy familiarizado con la experiencia de la firma de libros. Como lector nunca he sido muy aficionado a cosechar autógrafos -creo que el único libro firmado que tengo es un ejemplar de La caída de Madrid de Chirbes- porque no puedo evitar encontrarle parentescos con esa familia de delirios colectivos que se producen en los mítines políticos (expresión de velocidad absurda en el rictus y banderita en mano), en torno a la alfombra roja de los estrenos cinematográficos o en la puerta grande de las ventas.
Eso sí, desde que salió Todo esto existe, cada vez que entraba en el metro, me solía descubrir a mí mismo echando una ojeada fugaz en busca de algún lector al que sorprender con mi novela entre manos, casi con perplejidad ante el hecho de que otra persona pudiera estar, literalmente, consumiendo algo que, tiempo atrás, no pasaba de una divagación delicuescente, totalmente privada y personal.
Este año, por muy difícil de creer que me resulte estar “al otro lado”, el hecho es que había llegado el momento de aproximarme a ese encuentro entre autor y lector, ese lector al que aún no he descubierto in fraganti. Sin embargo, las exigencias provocadas por la plaga nos han privado de la celebración, así que encaro este día del libro asumiendo que no va a ser esta la ocasión en la que por fin me reconcilie con ello. Un mal menor en comparación con el de los lanzamientos de libros que han tenido que postergarse sine die, o el del las promociones que no han podido realizarse.
Tengo por delante encuentros en redes sociales y conversaciones a distancia, pero la experiencia de ponerle cara al lector -depositario final, al fin y al cabo, de todo el proceso- y recibir de él sus apreciaciones, su valoración, tendrá que esperar al 23 de julio.
Raquel Taranilla
Pasaré el día del libro como todos los demás días, desde que estamos recluidos: cuidaré de mi hija, responderé emails de mis alumnos, leeré a ratos. No se puede decir que sea un mal plan. Hay gente pasándolo pésimo; yo no puedo quejarme. Tampoco por el hecho de que, de algún modo, se haya frustrado mi primer Día del Libro con novela en la calle. ¿Resulto una pinchaglobos si digo que no estaba loca por celebrar este día como escritora-que-firma-libros? Lo diré de otro modo: no tengo en absoluto la sensación de coito interrumpido.
Si hay algo que echar de menos es el día de Sant Jordi en Barcelona. Y me refiero sobre todo a los Sant Jordis de mi pubertad. Ya sabes: la rosa que te regala el chavalito que te gusta, el paseo con amigos por el centro, las mil pesetas en el bolsillo para comprarte un libro, acaso ver de refilón algún autor que te gusta… Toda emoción actual es una sombra al lado de aquello.
A ese desapego inevitable en mí se le suma el confinamiento. Mi novela Noche y océano llegó a las librerías escasos días antes del estado de alarma. La sensación de irrealidad es grande, de hecho, desde que gané el Biblioteca Breve. Aparecen en los medios críticas sobre mi libro. Recibo llamadas de periodistas, y lo cierto es que no siempre consigo hacer encajar esas entrevistas en mi vida real, así que contesto torpemente y las olvido. La primera vez que me pidieron que filmase un pequeño vídeo (saludando a los lectores, recomendando lecturas) terminé construyendo un falso escenario en un rincón de mi casa. Puse tras de mí un retrato grande de Simone Weil, como una advertencia a mí misma desde el atrezo: no te vengas muy arriba.
Hay un poema de Wislawa Szymborska que se llama “Vida al instante” y que me gusta mucho. En dos de sus versos la poeta dice: “Mi modo de vivir huele a aldea. / Mis instintos son de aprendiz”. A mis casi cuarenta años, mi modo de encarar todo esto (la publicación de Noche y océano, pero también el encierro forzado con hija incluida) huele a novata, y francamente no me interesa que sea de otro modo.
Eduardo de los Santos
Yo tuve suerte con la fecha de salida de Yas. Hoy el libro cumple tres meses y pude presentarlo, atender entrevistas y verlo en las mesas de novedades, que es más de lo que han podido hacer quienes publicaron a principios de marzo, así que no me quejo. Cuando se anunció el estado de alarma acababa de volver al trabajo y ya prácticamente solo ejercía de autor con quienes leían la novela y querían compartirlo conmigo. Y, ahora, pues como todos: sin expediciones al ártico ni viajes en globo.
Las primeras semanas de cuarentena leí muchas novedades del primer trimestre de 2020, muy buenas. Estos días me cuesta más la lectura, veo menos series, y hago más o menos lo mismo: me levanto temprano, escribo con ánimo de hacer rutina, estudio el manual de juego de Dragones&Mazmorras (porque me sirve para escapar un poco e imaginar a los amigos) y doy paseos de un lado a otro de la casa escuchando El Silmarillion.
Hoy será parecido, y no sé qué hubiera hecho en otras circunstancias. Este año el 23 de abril, mi primer 23 de abril como escritor publicado, es triste y más oscuro que los anteriores. Hablando de libros, hoy pienso mucho en quienes estas semanas previas al confinamiento estaban contando los días, como hacía yo en enero, y han visto sus publicaciones aplazadas o canceladas, como ha pasado con las ferias del libro. Hay también pequeños negocios en lucha y profesionales de la edición haciendo piruetas online para no dejar a nadie en la estacada.
Además, el lunes anunció su cierre la librería madrileña Los Editores, cuyas libreras son compañeras y amigas queridas. Cuando escribí a Pilar, una de ellas, me dijo: pero ahora esto es lo de menos. Y puede que tenga razón. Por eso celebro este Día del Libro sin celebrarlo, en la intimidad, como supongo que harán muchas de las personas que saben lo que los libros pueden hacer por la soledad y la esperanza; cerca, sobre todo, de aquellas que han perdido a quienes se lo enseñaron, y de las que hoy, confinadas, se lo enseñan a otras.
Elisa Ferrer
Este año esperaba el Día del Libro con una ilusión especial. Es uno de mis días preferidos, el ambiente en la calle, la lista de deseos, ir de librería en librería con amigas, adquirir los libros de mi lista y dejarme recomendar por libreras y libreros de confianza (¿qué haríamos sin ellas?, ¿sin ellos?) para llevarme unos cuantos en los que no había pensado (nunca son suficientes). Si a lo largo del año compro muchos libros, este día aún más, como si tuviera un permiso especial y los números negativos en la tarjeta de débito no pesaran. Pero esta vez, además de los paseos, del ambiente, iba a vivir el sueño de estar ahí, con mi novela, firmarla, hablar con lectoras, con lectores.
Desde que salió Temporada de avispas, he pasado unos meses emocionantes, he conocido a gente estupenda, me han llegado mensajes de personas desconocidas que han leído el libro y me quieren contar que se han sentido identificadas con la protagonista, que la historia les ha emocionado, que se han reído, que han sufrido. Y estos mensajes son de lo más bonito que puede recibir una escritora. Este año iba a vivir el Día del Libro desde dentro, iba a conocer a algunas de estas personas porque vendrían a que les firmara. Pero hace un par de meses ya supimos que esto no iba a ocurrir, que íbamos a estar en casa hoy. Me da mucha pena que se hayan cancelado actos, pero, sobre todo, me entristece que las librerías (las auténticas protagonistas de Sant Jordi) pierdan este día, un día que supone un empuje económico brutal para ellas (la librería Los Editores, lamentablemente, no ha sobrevivido a estos dos meses de encierro).
Algunos actos siguen en pie gracias a las redes sociales y hoy será un día intenso y nos asomaremos a las librerías a través de directos en Instagram, vídeos en Youtube, posts en Facebook o tuits. Hablaré de la novela a través de una pantalla y tejeremos conversaciones literarias como si estuviéramos cerca. También, con más autores y autoras, he dejado una firma online que, a pesar de no estar escrita con tinta, manda el mismo cariño a la gente que me lee, a la que me leerá. No es un Día del libro como el que había imaginado meses atrás, pero es verdad que en este encierro los libros son un bálsamo que nos distrae, nos emociona, nos entretiene, no da esperanza. Por eso, espero que gracias a iniciativas como paraseguirleyendo.com nuestras librerías sigan al pie del cañón cuando salgamos de esta y el año que viene podamos volver a pasearlas y armarnos con un arsenal de libros, que es lo que nos gusta hacer en días como hoy (y a lo largo del año).