Reina es la primera novela de Elisabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000), quien simultáneamente ha publicado el poema-molotov Excepción (Letra Versal), que recomiendo. Si no fallan mis cálculos ni sus confesiones, Reina empezó a escribirse con dieciocho años (¿importa la edad, es un “valor añadido”? Mi respuesta es “no”, pero ya hice trampa). He dicho que es una novela; también parece un ensayo o un diario, y siempre es una autoficción explícita, resabiada. Sin embargo, la narradora nos pide: “Deja que esto sea novela”, y me parece estupendo aceptar. Esa novela habla de una chica alcalaína muy inteligente y muy joven que estudia en París, ama con dulzura antigua en tensión con su narcisismo, lee, socializa.
Tras una magnífica primera página, Reina avanza durante mucho tiempo entre anécdotas y “divagaciones”: fiestas, amistades, añoranzas, cafés y cigarrillos y compras en Lidl, Whatsapp, un poco de cómo-molamos y otro tanto de ironicemos-sobre-el-molar, militancias. La inteligencia de Duval es tan afilada (y tan retorcida) que obtiene de todo eso una atmósfera moral; como mero espectáculo humano o recordatorio de fes incendiarias, ya me cautivaría. Sé que el libro polariza a los lectores (los lectores hemos hablado bastante acerca de Reina): solo recuerden que cualquier recriminación ha sido prevista por la autora. ¿Postureo, egolatría, mera manifestación generacional, contradicciones entre discurso y vivencia, “qué trascendente se cree esta”? Usted no lo dirá con más gracia ni lucidez que la propia narradora, divertida con las expectativas que su contexto aporta al juego textual.
Elizabeth Duval y su 'Reina' irritarán a algunos, pero yo no paro de encontrar en esta novela hilos de los que tirar y por los que dejarme seducir
En la plataforma Goodreads (¡guerra de estrellitas!), un lector llamado Miguel Ángel afirma que “la novela depende demasiado del personaje mediático Elisabeth Duval”. Claro, no les comenté: Duval ha sido activista trans, tiene impacto en redes sociales, es una superdotada sin miedo a visitar First Dates o explicar ante las cámaras su relación con el cuerpo. Es razonable la prevención de Miguel Ángel, salvo que a mí eso me parece deliberado y valiosísimo: hay un punto performático y abierto en Reina, que entra y sale de sus propios límites a través de esa extensión que es su autora como figura pública. En el título, una aspiración: reclamar el trono frente a la ley, frente a quien lo ostenta hoy (divertidísimo, el capítulo a cuenta de Paul B. Preciado, que acaba en tablas), frente a la trampa del “futuro mejor”. O reclamar que el trono sea otro.
Los últimos compases de Reina son fantásticos: elegante y fiera puesta en cuestión de los mecanismos autoficticios, en ellos Duval se pregunta por la escritura, el texto, la identidad, su lectora (en femenino, naturalmente), el deseo. Ejecuta una danza y te apela: “Dime que el mundo es mi texto”. Pues bien: para esta lectora, desde luego que lo ha sido mientras ha durado. Posible fundadora de algo, probable última representante del linaje francófilo en nuestro país, clave de bóveda del discurso autoficcional de su generación, Elisabeth Duval y su Reina irritarán a algunos, pero yo no paro de encontrar aquí hilos de los que tirar y por los que dejarme seducir.